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2005

Las semanas posteriores a la visita a la casa de Alejandro, el teléfono de la ferretería no dejó de sonar ni un solo día y sin embargo, Melany no fue capaz de responder ni una sola vez. Le había dicho a su abuelo que prefería no volver a hablar con Alejandro, sin darle muchas explicaciones y su abuelo decidió respetarla. 

Alejandro por su parte no podía sentirse más avergonzado, no encontraba explicación alguna para su comportamiento y le estaba comenzando a doler demasiado el sentir que la había perdido para siempre. 

Una tarde nublada de noviembre, mientras tomaban la merienda en la galería de su casa de San Isidro, su abuelo recibió una llamada que lo alertó. Alfredo, caminaba de un lado a otro, con un semblante de tristeza que jamás le había visto. Se llevaba las manos a la cara y negaba con su cabeza al tiempo que alguien del otro lado del teléfono le anunciaba la triste noticia. 

Cuando por fin cortó la comunicación, Alejandro corrió a su encuentro presintiendo que algo tenía que ver con Melany. 

-¿Qué pasó abuelo? - Alfredo lo abrazó y lloró como un niño. 

- Pobre Lautaro, hijo, la vida lo ha golpeado demasiado duro. - Alejandro no entendía nada, de repente una angustia lo atravesó pensando que algo malo podría haberle ocurrido a Mel. 

- ¿Qué pasó abuelo? ¿Mel esta bien? - su abuelo lo miró y secando las lágrimas lo acarició en la cabeza. -Mel va a necesitar un buen amigo. - 

El accidente había ocurrido temprano esa mañana, los padres de Melany se dirigían por la ruta en busca de materiales que habían conseguido más baratos para terminar las refacciones que llevarían a cabo en su casa, cuando un camión salió de la nada y los embistió sin darles oportunidad alguna. 

Alejandro y Alfredo llegaron a la casa de Melany alrededor de las cinco de la tarde, a diferencia de otras oportunidades en que habían hecho el trayecto, el viaje resultó demasiado silencioso.  Ambos navegaban por sus propios pensamientos sumergidos en la angustiosa espera de quien desea llegar. 

Ya desde la vereda la gente, en pequeños grupos charlaba con caras de pena. Alejandro pudo oír el nombre de Melany tantas veces que su corazón estaba a punto de estallar. Una vez dentro de la pequeña casa con muebles de algarrobo prolijamente cuidados, las personas parecían multiplicarse. En cada rincón un grupo de personas lamentaban la tragedia. 

Alfredo vio a Lautaro sentado en la cocina con su cara entre ambas manos y los codos sobre la mesa. Parecía haberse quedado sin lágrimas, la mirada perdida en el mantel de cuadros y la tristeza invadiendo su cuerpo lenta pero sin pausa. Cuando sintió la mano de su amigo en el hombro, giró sin necesidad de ver de quien se trataba. El abrazo fue genuino, largo y consolador. Las lágrimas volvieron a brotar y las palabras no fueron necesarias. 

Alejandro apartó la vista un segundo y por la ventana la pudo ver. Sentada de espaldas, en una hamaca improvisada con un neumático y sogas, se mecía Melany. Caminó a su encuentro  sin dudarlo, cerrando la puerta que daba al patio a su paso. 

Cuando estuvo lo suficientemente cerca la llamó. 

- Mel.. - dijo en voz baja. 

Melany se incorporó un poco girando su cabeza. Sus hermosos ojos azules estaban hinchados y colorados, su boca con los labios apretados guardaba el llanto que hacía lo imposible por salir. Nada más verlo, se levantó a gran velocidad y lo abrazó con fuerza apoyando la cabeza en su pecho. Alejandro la envolvió con dulzura y colocando el mentón sobre su cabeza comenzó a regalarle pequeñas caricias a su espalda. 

Permanecieron allí tanto tiempo que los pies comenzaban a reclamarles. Mel se apartó un poco y Alejandro secó sus lágrimas con la mano lentamente, dibujando la silueta de su rostro y buscando su mirada. Ella esbozó una pequeña sonrisa y Alejandro comenzó a hablar 

- Mel, perdón fui un idiota.- pero ella no lo dejó continuar. Negó con su cabeza y puso dos dedos sobre sus labios, esos que alguna vez había besado. 

- Shh.. eso ya no importa. Hoy sólo necesito a mi mejor amigo más que nunca. - Él la volvió a abrazar dejando atrás cualquier tipo de duda. Ella seguía ahí y esta vez estaba decidido a estar para lo que necesitara. 

Permanecieron un largo rato en silencio sentados contra una de las paredes del patio hasta que Mel habló. 

- Parece que voy a tener que dejar esta casa. - dijo con un largo suspiro recorriendo las paredes con la vista.

-¿Cómo? ¿Pero por qué? Esta es tu casa. - respondió Alejandro incorporándose un poco. 

- No, es una casa que alquilaban mis padres, el abuelo no puede afrontar el gasto y tampoco estoy segura de querer seguir viviendo acá. La casa es de quienes la habitan, de quienes la llenan con sus risas, sus movimientos, sus palabras. Ni siquiera puedo volver a ver la cocina sin imaginarme a mi mamá cocinando, o el sillón del living sin que mi papá esté sentado en él- las lágrimas volvieron a salir pero Mel las limpió rápidamente. 

-¿Y donde vas a vivir entonces? -  le preguntó Alejandro tomándola de la mano. 

-Con el abuelo, supongo. - respondió ella encogiéndose de hombros. 

- Podrias venir a vivir conmigo.- dijo Alejandro sin pensarlo del todo. Mel lo miró a los ojos por primera vez con cara de sorpresa. Sus corazones se aceleraron un poco y el calor invadió las mejillas de la joven. Alejandro tuvo un deseo casi insoportable de besarla, pero ella comenzó a reírse. 

-No creo que encaje en tu casa, a juzgar por la última y única vez que la visité.- 

Alejandro permaneció serio. 

-Ya te dije que fui un idiota. - Mel le dio una pequeña palmada en el brazo. 

- Tranquilo, yo te dije que eso ya no importa. Pero en serio, no podría dejar al abuelo solo. Además nos llevamos muy bien, queda más cerca de la estación  y puedo ir caminando al colegio. Y a lo mejor algún día podemos dividir la planta alta y consiga mi propio monoambiente. - Alejandro la miraba con admiración, incluso frente a la mayor adversidad de su vida Mel encontraba algo de luz. 

Instintivamente le corrió un mechón de pelo que se había deslizado sobre su frente, ella levantó la vista y solo pudo poner atención a sus labios. La tensión estaba demasiado presente, ambos sabían que no era el momento pero el deseo crecía con cada contacto. 

El ruido de la puerta del patio los devolvió al presente. Alfredo se acercó mientras los adolescentes se ponían de pie. 

-Veni chiquita, te prometo que te vamos a cuidar mucho. - le dijo tomándola entre sus brazos con cariño. 

El funeral duró más de lo que Mel hubiese querido. Demasiados saludos, demasiadas lágrimas, demasiadas personas y sin embargo cada vez que lo buscó él estaba allí, al lado de Alfredo. 

La mudanza no demandó demasiado esfuerzo. Mel se llevó sus cosas y eligió algunos recuerdos de sus padres. Los muebles, las cortinas y casi todos los electrodomésticos fueron vendidos. Junto a Alejandro y Alfredo acomodaron las cosas en su nuevo hogar. 

Su cama era pequeña pero el cuarto era acogedor. Mientras terminaban de subir y bajar algunas cosas para hacer lugar, Alejandro entró en el taller y con lo que encontró preparó un pequeño robot. Sin luces ni colores futbolísticos, resultó tan perfecto para Mel que le dio un lugar especial en su habitación. 

-Al final resultaste un buen amigo. - le dijo Mel en tono burlón. 

- Bastante al final. - respondió Alejandro, quien ya había sido llamado por su abuelo desde la planta baja. 

-Igual te quiero confesar una cosa. - dijo acortando la distancia. Mel abrió grandes sus ojos y sus labios se separaron un poco. 

- Cada vez me resulta más difícil ser sólo tu amigo.- y con un corto beso en la frente bajó las escaleras caracol para volver a su casa. 

Otro amanecerDonde viven las historias. Descúbrelo ahora