Prólogo

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6 de diciembre de 2012, Montalcino

El frío del anochecer comenzaba a notarse en la piel y los últimos rayos de sol ya se habían escondido en el horizonte hacía algo más de media hora. La oscuridad comenzaba a reinar en toda la estancia y, dentro de pocos minutos, la única luz exterior provendría de la luna llena que al penetrar por la ventana crearía un haz de luz blanca que se reflejaría en el viejo suelo de madera y en la puerta que se encontraba enfrente.

El cuarto era muy espacioso y durante el día gozaba de mucha luminosidad gracias al gran ventanal. En otros tiempos mejores seguro que fue una habitación de ensueño en aquella gran vivienda que pudo ser distinguida en el pasado pero que actualmente estaba en decadencia. Ahora, apenas había un par de muebles algo destartalados debido al inevitable paso del tiempo y a las termitas que estaban alimentándose de la madera descolorida por el sol.

Un olor a rancio y cerrado era más que evidente. Una atmósfera oscura y tenebrosa inundaba hasta el último rincón de la sala y hacía que se te pusieran los pelos de punta tan solo con mirar el papel pintado a medio despegarse de las paredes y los cuadros polvorientos que había encima de él.

Una figura humana, desaliñada y con los ojos enrojecidos por el insomnio, encendió un flexo antiguo que había encima de su desorganizada mesa de trabajo. La penumbra le impedía ver con claridad. Después, volvió a su tarea y continuó tecleando en su portátil que, debido a la oscuridad del lugar, reflejaba la luz azul de la pantalla en su rostro desmejorado por la falta de sueño.

Toda la estancia estaba en absoluto silencio. Solo se podía oír el traqueteo de las teclas del ordenador y el sonido del segundero de un reloj de pared que había encima del escritorio.

En la pantalla del ordenador se veía como, lo que en un principio parecía un párrafo solitario y sin mucha fuerza, iba creciendo en tamaño a medida que la persona aporreaba las teclas del portátil. Poco a poco, las frases iban encajando y pronto otros párrafos se unieron al primero, construyendo un texto cada vez más elaborado que decía lo siguiente:

Todos piensan que están cuerdos, que la locura nunca se apoderará de ellos y viven con las conciencias tranquilas y repudiando a aquellos que no hemos tenido tanta suerte. Pero están tremendamente equivocados. La locura es igual de natural en el ser humano que el hambre o el instinto de supervivencia. De hecho, está muy relacionada con este último que, como animales que somos, todos poseemos. Decidimos entrar en ese estado de perturbación que nos separa de la realidad para intentar sobrevivir a aquello que nos persigue y nos atormenta.

La locura se puede expresar de innumerables formas distintas. No tiene por qué ser permanente ni excesivamente llamativa. Está mal vista por la sociedad, pero a pesar de ello, es obvio que todos en algún momento de nuestra vida hemos disfrutado con ella. ¡Y qué placentera resulta su aparición!

Nos alegra las vidas monótonas siempre y cuando sea controlada y con buenos fines. Aparece de forma silenciosa y eso es lo que la vuelve tan peligrosa. No te das cuenta de su llegada y, cuando lo haces, es demasiado tarde. Ya nada la frena y no sabes cómo va a evolucionar. Se adueña de tu alma y vive como un parásito en tus entrañas succionándote la poca cordura que te queda.

A su alrededor, el caos y el desorden predominaban en la sala. Una infinidad de papeles y carpetas de cartón estaban esparcidos por la mesa o malamente amontonados en pilas poco estables. Algunos, incluso, estaban extendidos por el suelo bajo ningún criterio aparente.

La pared que se encontraba detrás del escritorio estaba entera cubierta de numerosas fotografías sujetas por chinchetas rojas y decenas de notas adhesivas de colores que no dejaban ver si quiera el papel pintado sobre el que estaban pegadas.

Varios vasos y platos de plástico estaban repartidos por los escasos muebles que había. Un bocadillo a la mitad esperaba encima de una mesa de café a que alguien terminara con él.

Entre toda la marea de papeles que surcaba por el gran escritorio, un recorte antiguo del famoso periódico italiano Corriere della Sera descasaba al lado del portátil y decía lo siguiente:

Hoy el Oratorio de San Lorenzo en Palermo amanece sin la obra Natividad con San Francisco y San Lorenzo, uno de sus cuadros barrocos más importantes, pintado por el prestigioso maestro italiano del claroscuro Caravaggio. La pintura ha sido robada esta pasada noche del 17 de octubre de 1969.

Todavía se desconoce al autor o autores de los hechos. Los agentes no descartan que hayan podido ser más de una persona ya que las dimensiones del cuadro dificultan su manipulación por una única persona.

La investigación continúa en curso a la espera de más indicios o del testimonio de algún testigo, aunque las primeras pesquisas señalan como principal sospechoso a la mafia siciliana.

De repente, la figura se levantó de la silla con dificultad y se dirigió hacia el gran ventanal arrastrando la pierna derecha. Parecía que algo no iba bien; algo le había perturbado. Había oído un ruido que provenía del exterior, en medio del silencio sepulcral, que le hizo sobresaltarse.

Era difícil distinguir ninguna sombra en medio de la negrura de la noche. Ni siquiera la luz blanca de la luna llena era suficiente. Inspeccionó el jardín desde la ventana y allí estaban. Unas cuantas luces azules en movimiento se empezaron a ver a escasos metros de la casa. No muy lejos de ellas, la luminosidad de cuantiosas linternas que se movían agitadamente destacaba en medio de todo el escenario y se iban acercando, cada vez más, a la casa.

Habían entrado en su propiedad sin avisar y sin ningún tipo de permiso y eso le molestaba, aunque no le extrañaba en absoluto. Después de lo que había hecho, sabía a lo que venían. Aun así, tenía que protegerse.

Tardarían todavía unos segundos hasta que se presentaran en la habitación donde se encontraba. Lo tenía todo calculado. Era tiempo más que suficiente para imprimir rápidamente la carta que había estado escribiendo durante horas, meterla en un sobre y colocarla meticulosamente donde quería.

Después, abrió rápidamente uno de los cajones del escritorio y sacó una pistola. Acto seguido, salió de la habitación despavorido y se fue escaleras abajo.

Eterna obsesión [COMPLETADA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora