23) El gran magnate

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17 de octubre de 1966, Palermo, 23:47 horas

Hacía ya un buen rato que nos encontrábamos en la carretera de vuelta a Estrasburgo con un cuadro original de Caravaggio en la parte trasera de la furgoneta. El silencio imperante en el grupo y el movimiento repetitivo del asiento debido a las curvas y a la alta velocidad a la que conducía Frederic tenían en mí un efecto calmante semejante al que producía en los bebés el balanceo de su cuna antes de dormir. Aun así, todavía notaba en mi pecho como mi corazón latía acelerado después de todo lo sucedido y podía sentir la adrenalina recorriendo todo mi cuerpo.

Habíamos conseguido salir indemnes y victoriosos. A pesar de la vigilancia del lugar y del pequeño contratiempo, conseguimos escapar. No sabíamos con certeza si alguien nos había visto y en un futuro no muy lejano pudiera identificarnos ante la policía, pero ya tendríamos tiempo más adelante de pensar en ello. Ahora solamente podíamos y debíamos centrarnos en el siguiente paso que teníamos que dar en nuestro plan trazado; el que pondría el broche de oro a nuestra argucia. Se trataba de la fase final con la que lograríamos nuestro objetivo, aunque también era la más arriesgada de todas. Debíamos conseguir engañar al gran magnate con la falsificación que habíamos creado con tanto esmero y dedicación para así poder quedarnos con el cuadro original.

En unas horas, si todo marchaba según lo planeado, podría recuperar la tranquilidad y volver a mi vida anterior. Mi parte más racional me decía que sería difícil que un robo de tal calibre pasase al olvido así como así, pero yo pugnaba por acallar esa voz. Tan solo quería terminar con aquello cuanto antes.

El secretismo que siempre envolvía a Ankou había conseguido que durante todos aquellos meses ninguno de nosotros supiera nada acerca de aquel hombre de negocios que iba a comprar nuestra obra maestra ni ningún detalle sobre el encuentro. No había sido muy difícil conseguir toda esa información y antes de dirigirnos a Montalcino ya teníamos la dirección exacta. Solo nos hizo falta la amenaza adecuada a la persona correcta.

Bastó con apretarle las tuercas a uno de los hombres más cercanos de Ankou. En un principio, nos aseguró por lo más sagrado que desconocía aquella información, pero que por favor no le hiciéramos daño a su esposa embarazada de casi seis meses. A cambio, nos afirmó que Ankou siempre era muy precavido ante sus despistes y olvidos más que habituales y por ello apuntaba todo lo relacionado con sus negocios en una agenda donde seguramente podríamos hallar lo que buscábamos. Lógicamente, esa agenda no estaba al alcance de cualquiera, pero este hombre sabía con exactitud el lugar donde la escondía. Él también la había husmeado.

Y allí nos encontrábamos, en la dirección y a la hora acordada tras el cambio de fecha debido al pequeño percance del robo del cuadro por parte del encargado. En ese momento, me di cuenta de lo fácil que es a veces traicionar a las personas y de como aquellos que parecen estar de nuestro lado dejan pronto de hacerlo por miedo a perderlo todo.

Una imponente mansión en medio de una gran finca rodeada de naturaleza aparecía ante nuestros ojos. Varios hombres armados y vestidos de negro merodeaban alrededor de la casa, cerca del camino de arena que daba entrada al terreno, protegiéndola de todos aquellos que osaran acercarse sin permiso para atentar contra ella o su inquilino.

Aparcamos en frente del edificio y, con las luces todavía dadas, dos de los hombres se aproximaron al vehículo.

—Tenemos una cita con el señor Dupont. Venimos a la entrega acordada —dijo Frederic tras bajar la ventanilla desde el asiento del conductor.

—El señor les está esperando dentro del cobertizo de madera. Llegan dos minutos más tarde de la hora estipulada. Al señor Dupont no le gusta que le hagan esperar —dijo uno de los hombres al otro lado de la puerta—. Antes, abrid el maletero.

Eterna obsesión [COMPLETADA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora