11 de febrero de 1969, Estrasburgo, 08:51 horas
Al cabo de veinticuatro horas, allí me encontraba de nuevo, dentro de aquel coche negro camino a un lugar el cual desconocía. Durante todo el trayecto me mantuve en silencio. El chófer no abrió la boca en ningún momento y yo casi que lo prefería así. Maurice era un hombre que me daba mala espina. Tan solo intercambiamos alguna mirada de vez en cuando a lo largo del trayecto a través del espejo retrovisor interior del vehículo durante los ratos que yo no estaba mirando por la ventanilla. Sus ojos verdes de mirada gélida y su rostro serio me daban escalofríos.
—Pues bien. ¡Sorpresa! Este es el lugar donde llevaremos a cabo nuestra misión —explicó Ankou en cuanto me vio bajarme del coche y andar por un camino empedrado en medio de un jardín mal cuidado. Él estaba sentado en el porche de una casa humilde—. Bienvenida —dijo extendiendo los brazos como si aquello fuera todo de su propiedad.
—¿Llevaremos a cabo? —pregunté extrañada—. Que yo sepa la que va a tener que pintar el cuadro soy yo.
—Ay, Natalia, cómo te gusta ser la protagonista. Siempre lo quieres saber todo antes de tiempo. Sígueme —dijo mientras se daba media vuelta y se dirigía hacia la puerta.
Mientras andaba, Maurice seguía mis pasos unos metros más atrás con intención de vigilar todos y cada uno de mis movimientos para asegurarse de que no hacía ninguna tontería.
—Fíjate bien. Así debes llamar a la puerta cada vez que vengas —me informó después de tocar la puerta un número determinado de veces y con un ritmo concreto.
Un hombre ya bien entrado en la treintena abrió la puerta con el rostro pálido y un aspecto bastante desaliñado.
—Buenos días, señor —dijo.
—Él es Emilio y ella es su mujer —comentó Ankou ignorando el saludo del hombre y señalando a una chica algo más joven que Emilio, pero de igual aspecto—. Son los propietarios de la casa que muy amablemente nos han prestado para llevar a cabo nuestro trabajo. Digamos que Emilio me debe algunos favores ¿verdad?
—Muy buenas tardes, señorita —dijo la chica.
—Ella es Natalia y a partir de ahora la veréis todos los días por aquí —les explicó—. Sígueme. Será en el sótano donde montaremos todo el estudio de pintura para que podáis trabajar. Tengo que presentarte a alguien.
Me limité a seguir los pasos tranquilos y confiados de Ankou mientras bajamos unas escaleras estrechas y poco iluminadas que llevaban al sótano de la casa. Detrás de mí, Maurice me seguía y vigilaba de cerca. Al bajar el último escalón un espacio diáfano se abría ante nosotros. En el centro una gran mesa de madera sostenía unas cuantas cajas de cartón llenas hasta los topes. Al fondo, varias estanterías vacías esperaban a que alguien las llenara. Y una persona de espaldas se estaba encargando de ello.
—Esta será casi como tu nueva casa durante un tiempo —dijo Ankou.
Entonces la persona se dio la vuelta y puede ver que se trataba de un chico joven.
—Hola. Yo soy Frederic. Encantado —saludó y rápidamente continuó con su tarea.
—Buenos días. Me llamo Natalia. Igualmente —dije lo mejor que pude en medio del asombro en el que está sumida al observar aquel sótano convertido en el estudio de pintura que siempre había soñado con todos los materiales que podía imaginarme.
—Él será tu compañero de trabajo. Espero que os llevéis bien porque a partir de ahora vais a pasar muchas horas juntos. Se encargará de dejar todo esto listo para que mañana empecéis de la mejor forma posible. Ahora puedes volver a tu casa si quieres. Creo que has tenido suficiente por hoy.
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Eterna obsesión [COMPLETADA]
Misterio / Suspenso«El pasado no se puede borrar, únicamente se acepta y se supera. Por mucho que lo deseemos, tampoco desaparece, solo le gusta esconderse en nuestros recuerdos». Una chica con una grave crisis existencial, un amor verdadero pero complicado, un pasado...