24) Un reflejo de mí misma

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30 de noviembre de 2012, Montalcino, 21:48 horas

El gran espejo vertical del recibidor me mostraba un reflejo de mí misma de los pies a la cabeza que no me gustaba en absoluto, con el que al mismo tiempo me sentía muy identificada, pues llevaba ya un tiempo viéndome de esa manera; viéndome mal. No por ello, me encontraba más conforme con aquella imagen.

Allí, frente al espejo, no era mi físico el problema. Como si tuviera una puerta a mi mente que estuviera abierta de par en par y a través de ella pudiera ver dentro de mí, lo que sucedía en mi cabeza era lo que no me dejaba sentirme plenamente feliz conmigo misma. De pie, delante de mi reflejo triste y apagado, pude ver todas mis inseguridades más evidentes que nunca y fue como un gran golpe de realidad que me abofeteó la cara haciendo que me diera cuenta de repente de todo.

Pude ver a una mujer con miedo. Un miedo atroz a quedarse sola en el mundo y no ser capaz de encontrar a nadie que la quisiera de verdad. Una mujer insegura de sí misma que creía no ser suficiente para el resto. Una mujer que se sentía culpable por haber tirado por la borda lo que auguraba ser un futuro feliz debido a una metedura de pata inmensa a causa de sus tremendas inseguridades. Esa era yo. Ahora que alguien parecía quererme de verdad, yo solita me había encargado de fastidiarlo todo.

Estaba nerviosa; tremendamente nerviosa. No podía dejar de darle vueltas a todo lo sucedido. Me iba a estallar la cabeza y temía volverme majara de un momento para otro. No quería que Leonardo se fuera de mi vida por mi culpa, por mi falta de confianza, por mi pasado.

Me había maquillado un poco y había buscado la mejor blusa que tenía en el armario, pero que no resultase demasiado llamativa para un plan tranquilo como era tomar algo en un bar. Había intentado arreglarme por fuera a ver si así también conseguía hacerlo por dentro. De nuevo frente al espejo, no me veía fea, pero seguía sintiéndome igual de mal en mi interior.

Después de darme cuenta de mi equivocación con Leonardo tras las palabras de Alessia, no había sido difícil conseguir quedar con él. Con las manos temblorosas, le había mandado un mensaje temerosa de que rechazara mi invitación después de mi acusación. Siendo objetivos y justos, me lo merecía por imbécil. Pero para mi sorpresa, fue muy amable conmigo y no mostró ni un solo signo de resentimiento. Una prueba más de que era diferente.

Tras haberme quedado embobada frente al espejo durante un buen rato, me di cuenta de que, como no me diera prisa, iba a llegar tarde a mi cita con Leonardo, así que me encaminé hacia la puerta apresurada.

Cuando llegué a l'Osteria de Lorenzo, tal y como habíamos quedado por mensaje, pude ver que Leonardo ya me esperaba allí sentado en una mesa enfrascado con su teléfono móvil, supuse que haciendo tiempo hasta que yo llegara.

—Buenas noches, Natalia —saludó con cara de preocupación y dejando el chat de móvil que estaba leyendo en cuanto notó mi presencia.

—Hola, perdóname por la tardanza. Mi madre me ha llamado justo cuando iba a salir y me ha entretenido... —expliqué mientras me sentaba en la silla poniendo la primera excusa que se me ocurrió cuando el verdadero motivo de mi retraso había sido quedarme durante diez minutos enfrente del espejo analizando mi propio reflejo. Pero no pude decir la verdad. Se trataba de recuperar a Leonardo, no de parecer imbécil.

—No te preocupes, acabo de llegar. Mientras tanto, he pedido que nos traigan un Brunello para acompañar; sé lo mucho que te gusta... —añadió dándose cuenta inmediatamente de que quizá no había sido un comentario del todo acertado.

Un silencio incómodo se instaló en la mesa. Por fortuna, Marco llegó con los dos vinos rompiendo con aquel silencio tenso.

—Buenas noches, chicos. Ya veo que hoy estáis de cenita romántica. Aquí tenéis los dos vinos. Si necesitáis algo más, solo tenéis que pedírmelo —comentó antes de marcharse por donde había venido, ajeno totalmente a toda la situación.

Eterna obsesión [COMPLETADA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora