11) Al acecho

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10 de febrero de 1969, Estrasburgo, 08:45 horas 

Como si de un mal sueño de esos que no paran de repetirse noche tras noche se tratara, allí me encontraba de nuevo en el parque que tantas veces había visitado en los últimos días, sentada en un banco al lado de la papelera que tan bien conocía y esperando a que llegara Ankou tal y como me comunicó en la última carta que me había hecho llegar.

De repente, un coche negro apareció de la nada por la carretera que se encontraba al lado del parque. Se detuvo justo enfrente de mí. Al instante, la ventanilla del asiento trasero se bajó lentamente dejando al descubierto el rostro de la persona que viajaba en su interior. Debido a la distancia a la que me encontraba no puede ver con exactitud los rasgos faciales de la persona, pero aquel pelo canoso y lacio era inconfundible y poco habitual.

Cuando habían trascurrido unos segundos, los suficientes para que yo me diera cuenta de que Ankou viajaba en aquel coche, la ventanilla se volvió a subir suavemente.

Como si tuviera un resorte en mi cuerpo, me levanté fugazmente y me encaminé hacia el vehículo. Mientras andaba, un hombre de oscuro, el mismo con el que me había encontrado en otras ocasiones en el parque de camino a mi casa tras las citas con el sicario, se bajó del asiento del conductor y rodeó el coche para abrirme la puerta.

Cuando me disponía a poner un pie dentro del vehículo, me di cuenta de que Ankou se había movido al asiento de al lado dejándome sitio para que yo me sentara. Una vez en el interior, acomodada en un asiento de piel, la puerta se volvió a cerrar y el chófer desanduvo los pasos para volver a meterse dentro del vehículo.

En el interior, un olor a gasolina y piel repujada relativamente nueva se mezclaban en el ambiente. La tensión era más que evidente y el silencio imperaba incluso cuando el coche empezó a moverse. Fue Ankou el que comenzó a hablar.

—Buenos días, Charlotte. ¿Cómo has dormido? ¿Qué tal está Béatrice después de lo de ayer? —dijo en tono jocoso buscando provocarme.

Que se metiera conmigo era algo que no me agradaba en absoluto, pero lo prefería a que se riera en mi cara del dolor de mi hija por su mascota muerta. Era algo que provocaba que la sangre me hirviera.

—¿Qué es lo que quieres Ankou? No estoy para bromas —dije intentando no explotar de la impotencia.

—Tranquila, mujer. Soy un hombre de palabra y lo que digo ten por seguro que lo cumplo. No hiciste caso a mis advertencias y me obligaste a castigarte. Pero si sigues mis instrucciones, no tienes que preocuparte por nada, todo irá bien —hizo una breve pausa mientras se encendía un puro para después continuar—. Recientemente he conocido a un magnate muy ambicioso que quiere hacerse con una importante pieza de arte italiano. Natividad con San Francisco y San Lorenzo, una obra de Caravaggio, no sé si te suena.

—Por supuesto, es una obra barroca muy importante. He estudiado mucho a cerca de la pintura italiana —dije acordándome de mis clases en la academia de arte a la que había estado acudiendo últimamente.

—Pues me alegro porque necesito a una persona que tenga buena mano para la pintura y que se encargue de replicarla a la perfección. Tan perfecta, que no se pueda distinguir de la original.

—¿Me estás pidiendo que haga una falsificación de una obra de tal calibre? ¿Sabes de lo que hablas? Es demasiado difícil y se necesitarían muchos medios.

—Charlotte, te considero una mujer inteligente. No me hagas cambiar de idea. Lo tengo todo controlado —y se hizo un breve silencio mientras Ankou expulsaba el humo—. Ese magnate quiere el cuadro a toda costa y está dispuesto a recompensármelo con mucho dinero, más del que te puedas imaginar. No voy a dejar pasar esta gran oportunidad. Pero ese cuadro lo queremos todos, yo también lo quiero. He estado muy indeciso. No sabía qué hacer. Se lo doy a él o me lo quedo yo. ¿Tú qué harías Charlotte? —preguntó Ankou aunque mi opinión no le importaba en absoluto.

Eterna obsesión [COMPLETADA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora