15) Cita por sorpresa

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24 de febrero de 1969, Estrasburgo, 13:02 horas

Esa jornada Emilio no apareció por los almacenes como había hecho hasta el momento el resto de los días. Él no podía ayudarnos con el cuadro, pero siempre se pasaba a traernos algo de comida o a echarnos una mano con la limpieza del material para que nosotros pudiéramos centrarnos completamente en nuestras labores de pintura. Se sentía en deuda con Ankou por todo lo que había hecho por él en el pasado y esa era su manera de agradecérselo, contribuyendo de alguna forma a su malévolo plan. Aun así, a partir de ese día no le volví a ver más.

Los días siguientes pregunté por él a Ankou un par de veces hasta que desistí agotada de que sus palabras no me llevaran a ninguna parte. Siempre obtenía la misma respuesta. Me aseguraba que no sabía nada de él, tan solo que le había comunicado que se marchaba lejos, tal vez fuera de la ciudad. Yo no me quedé conforme con esa explicación.

Al cabo de unos días, decidí volver a la casa de Emilio y de su mujer a ver qué era lo que ocurría. Cuando llamé a la puerta, nadie respondió, nadie me abrió. La puerta se encontraba cerrada al igual que todas las ventanas y no había ninguna luz a pesar de que era de noche. Cualquiera hubiera asegurado que no vivía nadie allí.

Al día siguiente volví a preguntar por Emilio, pero esta vez empecé a ser mucho más insistente. Estaba preocupada y, si podía hacer algo para ayudarle a él y a su mujer, lo haría sin dudarlo. Pero nunca obtenía información valiosa o diferente y Ankou comenzaba a enfadarse. Aun así, yo no le creía.

Cuando ya era evidente que Emilio no iba a volver y yo sospechaba que el sicario podría habérselos quitado de en medio, no dudó en inventarse una ridiculez: "Siento comunicaros que Emilio y su mujer han fallecido en un accidente de coche. Un fallo en los frenos, al parecer" nos explicó. Y eso no hizo más que confirmar mis sospechas. Emilio le había fallado, le había puesto en peligro a él y a su plan y Ankou no estaba dispuesto a tolerar algo así. Le había castigado por ello. Entonces ahí me di cuenta de lo que era capaz de hacer por proteger su trasero y por una suma importante de dinero. Al fin de cuentas era un sicario.

***

1 de noviembre de 2012, Montalcino, 08:46 horas

Salí de la consulta y me dirigí a la sala de espera para llamar al primer paciente de la lista. Para mi sorpresa, el primer nombre era Leonardo Messina di Pietro. Cuando levanté la vista, allí estaba sentado en una incómoda silla de plástico a la espera de su turno.

—Buenos días, Leonardo —saludé ya dentro de la consulta de nuevo—. Me alegro de verte otra vez, aunque mejor hubiera sido vernos en otras circunstancias, fuera de estas cuatro paredes —dije intentando disminuir la tensión. Hacía unos días le había visto bailar borracho y no se me iba esa imagen de la cabeza. Tenía que ser profesional—. Cuéntame, ¿qué es lo que te ocurre?

—¡Qué sorpresa! No pensé que fuera a coincidir contigo —añadió sonriente—. Bueno, pues llevo un par de semanas bastante cansado y con dolores de cabeza agudos. A veces incluso el dolor me baja por las cervicales.

—Entiendo. ¿Y ese dolor es continuo?

—No, para nada, pero sí que es bastante molesto cuando me da fuerte. Como ahora mismo.

—Ya, entiendo. ¿Estás durmiendo bien últimamente?

—Lo cierto es que no. Llevo unos días que no descanso bien.

—¿Y cuál crees que puede ser la causa?

A menudo la labor del médico se ve facilitada por los propios pacientes, ya que son ellos los que muchas veces dan con la causa de sus males.

Eterna obsesión [COMPLETADA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora