19) El plan perfecto

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16 de octubre de 1969, Estrasburgo, 08:54 horas

El gran día para Ankou había llegado. Ese día donde tantas horas de planificación y ensayos al milímetro por fin cobrarían sentido. Un día en el que él daría el mayor golpe de toda su vida y en el que ganaría más dinero del que podíamos llegar a imaginar. El día en el que la gran obra Natividad con San Francisco y San Lorenzo sería trasladada de museo por motivos que desconocíamos, momento en el que los hombres de Ankou aprovecharían para robarlo y guardarlo en un lugar seguro mientras que al gran magnate le venderían nuestra falsificación haciéndole creer que se trataba del original.

Todo pintaba a las mil maravillas. El plan perfecto. Pero todos sabemos que la perfección es subjetiva según con los ojos que se mire.

Todos nos habíamos reunido con Ankou es sus naves. Frederic, el equipo auxiliar al completo que Ankou encontró para que nos ayudara cuando se dio cuenta de que era demasiado trabajo para nosotros dos solos, y yo. No sabíamos para que nos quería, pero el caso es que estábamos allí.

—Hoy es el día que tanto tiempo he esperado... —anunció mientras abría la cerradura de la puerta tras la que se encontraba el cuadro.

Y no siguió hablando más. Se quedó inmóvil delante de nosotros.

—¿Dónde coño está el cuadro? —consiguió articular gritando y dándose la vuelta hacia nosotros.

Nadie sabía nada y por supuesto no nos atrevimos a abrir la boca viendo el estado de agitación que presentaba Ankou. Estaba desatado y daba verdadero miedo. Hacía menos de dos días que habíamos finalizado la falsificación del cuadro y durante esas horas había descansado en una de las salas más seguras de las naves hasta el día de la entrega al gran empresario. Pero a no ser que el cuadro hubiera sufrido una metamorfosis con la que le hubieran salido patas, alguien se había encargado de cambiarlo de sitio.

Finalmente, Frederic reunió el valor suficiente para abrir la boca.

—Quizá Maurice sepa algo al respecto —dijo refiriéndose al chófer personal de Ankou y encargado de Brique d'or.

—Maurice tiene el día libre. Me lo pidió hace mucho tiempo. Además, de estos asuntos me encargo siempre yo —dijo Ankou encendiéndose un cigarrillo—. Como alguno de vosotros haya hecho algo con el cuadro, os juro que no tenéis vida suficiente para pagármelo ¿Queda claro?

Nadie habló. Ninguno de nosotros tenía las agallas suficientes como para robarle a un sicario de su calaña. O eso pensaba yo en aquel momento.

—La cerradura no estaba forzada. La puerta principal estaba en orden y no he visto nada fuera de su lugar al entrar. Las ventanas se encontraban intactas, ni un solo arañazo —explicó asombrado. Nunca lo había visto así. Estaba sumido en una burbuja agónica donde hablaba para sí mismo intentando buscar una explicación a todo aquello, sin importarle lo más mínimo mostrarse vulnerable ante el resto después de que la ira y un tumulto más de emociones le invadiera. Parecía que se había olvidado de que no estaba solo—. Si alguien lo ha robado, tenía las llaves de todo esto, ¡joder!

Por momentos su plan se desmoronaba y él era consciente.

—El único que tiene llaves, a parte de mí, es Maurice —concluyó Ankou tocándose la barbilla mientras Frederic abría los ojos como platos—. ¡¡QUÉ HIJO DE LA GRAN PUTA!! —vociferó dando una fuerte patada a la puerta—. Lo tenía todo planeado desde el principio. Por eso me pidió el día libre con la excusa de irse a ver a no sé qué tía que vive en un pueblo de Italia. Como era el pueblo.... Sí, Montalcino.

Nadie entendía absolutamente nada. Ankou permanecía dando vueltas en círculos por el pasillo.

—¡Qué cabrón embustero! —exclamó con la vena del cuello más hinchada que nunca.

Eterna obsesión [COMPLETADA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora