16 de octubre de 1969, rumbo a Montalcino, 17:02 horas
Nuestras manos permanecían cálidamente entrelazadas. Eso me daba fuerzas para seguir adelante. Contemplaba ensimismada el paisaje en movimiento a través de la ventanilla junto a mi asiento. Observar cómo el verde de los prados se fundía con el azul impecable del cielo despejado me transmitía mucha paz. Aquel entorno era de ensueño incluso en otoño. Antes de que comenzara a marearme con el traqueteo agitado del tren aparté la mirada de la ventanilla y giré mi cabeza hacia él. Me encontré con su rostro que me dedicaba una sonrisa dulce y sincera. Me sentía la mujer más afortunada del mundo.
Frederic, mientras tanto, como buen apasionado de la lectura que era permanecía en el vagón atareado con una novela de aventuras. Habíamos decidido que él también formara parte de todo y no había dudado ni un segundo en subirse a aquel tren.
—¿Podéis dejar de observarme? —dijo sin levantar la mirada del libro en cuanto se dio cuenta de que ambos lo mirábamos al ser conscientes de que no estábamos solos—. Si no, no me concentro en la lectura.
—Perdona, no queríamos incomodarte —se disculpó Marc al mismo tiempo que soltaba mi mano.
Entonces Frederic esbozó una pequeña sonrisa.
—¡No, por favor! Seguid con vuestras carantoñas empalagosas de enamorados. Visto desde fuera es bastante vomitivo, la verdad, pero no os cortéis por mí —explicó con un tono de voz vacilón muy diferente al suyo y haciendo una mueca con la cara.
De inmediato, los tres nos echamos a reír de forma tan escandalosa que un matrimonio de avanzada edad que nos acompañaba en el mismo vagón un par de asientos más adelante se dio la vuelta y nos miró asustado de que pudiéramos ser unos locos.
—Perdonen señores —me disculpé algo sonrojada.
Lo cierto es que Frederic parecía un tipo duro, pero en verdad era un trozo de pan cuando lo conocías. Un sentimental empedernido con un disfraz de tipo malo que usaba para protegerse, pero en realidad, lo único que anhelaba, era encontrar a alguien con quien poder dar rienda suelta a todo el amor que llevaba dentro.
***
16 de octubre de 1969, Florencia, 20:26 horas
Tras más de ocho horas de viaje y ya con las piernas agarrotadas después de tanto tiempo sentados, todavía no habíamos llegado a nuestro destino final, pero cada vez estábamos más cerca y el corazón comenzaba a latirme con más fuerza.
Cuando nos bajamos del tren y pusimos un pie en el andén de la estación de la gran ciudad de Florencia, otro aire muy diferente se respiraba en el ambiente. La gente se movía con ajetreo por los andenes de la estación y era complicado moverse con agilidad.
Al salir del edificio, el centro de Florencia parecía de revista repleto de monumentos históricos y museos que me apetecía recorrer uno a uno, pero que por desgracia no podía hacerlo.
Estaba ya anocheciendo y Antoine, el amigo de Frederic, nos esperaba apoyado en una furgoneta enorme y un tanto destartalada mientras se fumaba un cigarrillo plácidamente. A partir de allí, no podíamos continuar en tren.
Después de recordarle a Frederic de forma insistente lo mucho que apreciaba aquella furgoneta y lo esencial que era para su vida, accedió a prestárnosla como había prometido, pero con pena por no poder subirse con nosotros y acompañarnos en el viaje para asegurarse de que no le ocurría nada a su preciado tesoro.
Sin perder mucho tiempo más, nos pusimos rumbo a Montalcino con Frederic al volante y Marc de copiloto sosteniendo un mapa entre sus manos y dando las indicaciones oportunas lo mejor que sabía. Yo permanecía en el asiento trasero, contemplando el entorno y repasando mentalmente cuáles iban a ser nuestros siguientes pasos a dar.
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Eterna obsesión [COMPLETADA]
Mystery / Thriller«El pasado no se puede borrar, únicamente se acepta y se supera. Por mucho que lo deseemos, tampoco desaparece, solo le gusta esconderse en nuestros recuerdos». Una chica con una grave crisis existencial, un amor verdadero pero complicado, un pasado...