31) Una rata escurridiza

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6 de diciembre de 2012, Montalcino, 12:02 horas

Era consciente de que la policía llegaría pronto. Había demasiados testigos de lo que acababa de hacer. Pero en mis planes no entraba rendirme tan fácilmente. No después de todo lo que había luchado para intentar volver a su lado.

Salí corriendo todo lo rápido que pude en cuanto mi cerebro mandó la orden a mis piernas y estas obedecieron sin oponerse. Corrí cuanto fui capaz como llevaba haciéndolo todos los días durante los meses de preparación previa. Quería lograr estar en buena forma física y moverme como una rata de alcantarilla escurridiza y audaz cuando este momento llegara. Porque sabía que eso iba a ocurrir, más pronto que tarde, de una forma inevitable.

Mientras corría escuchaba desde la distancia como unas voces gritaban mi nombre. Me pedían que me parara que, si no lo hacía, todo iba a ser peor. Pero yo solo oía a mi corazón.

Sabía que el final estaba cerca, pero no por ello iba a dejar de luchar así como así, de modo que no dudé en seguir corriendo. Había trazado un plan que ahora repasaba fugazmente en mi cabeza.

Mi refugio, ese en el que había estado escondido durante todo este tiempo, se encontraba cerca. Giré mi cabeza para mirar hacia atrás. No vi a nadie, pero sabía que continuaban buscándome, que me perseguían y que seguían detrás de mí aunque fuera a unos cuantos metros de distancia. Di un fuerte rodeo con intención de jugar al despiste y me escabullí entre algunas de las calles más estrechas y recónditas que encontré. Esperaba no cruzarme con nadie que pudiera cazarme o servir como testigo de mi presencia. Rezaba por ello. Cuando parecía que todo estaba perdido, dejé de notar su presencia. Ya no escuchaba el escándalo de sus gritos. Había conseguido dejarlos muy atrás.

Para cuando quise darme cuenta, estaba donde quería. Entré sin detenerme. No había cerrado la puerta con llave ante la idea de que este momento pudiera llegar. Si algo me caracteriza, es lo obsesivo y meticuloso que puedo llegar a ser con todo aquello que hago. Y en aquel plan estaban pensados todos los posibles escenarios y hasta el más mínimo detalle. No iba a dejar que aquello saliera mal por un fallo de planificación.

Una vez puse el cerrojo por dentro, apoyé mi espalda en la puerta un segundo para recuperar el aliento. Tenía el pulso bastante agitado y mi respiración entrecortada después de la carrera.

Nadie sabía dónde me escondía; nadie me había visto entrar. Podía permanecer allí hasta la noche cuando aprovecharía la oscuridad para desaparecer de aquel miserable y asqueroso pueblo pasando totalmente desapercibido. Mientras esperaba a que las horas avanzaran, debería recogerlo todo. Mi trabajo allí había terminado.

Me encaminé hacia las escaleras pensando en todo lo que tenía que llevarme según iba subiendo cada uno de los peldaños. Pasé horas buscando mis cosas entre el desorden y las montañas de basura que había acumulado durante todos esos meses y que no tenía pensado sacar de allí. Al fin, estaba todo empaquetado y preparado al lado de la puerta de entrada. Listo para poder salir corriendo de allí en cuanto quisiera o cuando fuera necesario. Pero todavía me faltaba lo más importante. La carta.

Con el estrés que tenía encima pensaba que no sería capaz de escribir nada decente. Asombrosamente las palabras vinieron solas a mí y cada párrafo se convirtió en una tarea fácil. Al fin y al cabo, no era mi primera carta. Estaba acostumbrado. Aun así, pasaron un par de horas y el sol se había escondido para cuando consideré que había terminado mi tarea. Unos cuantos borradores e innumerables retoques fueron necesarios hasta que creí que mi redacción era todo lo buena que debía. Soy demasiado perfeccionista.

Un ruido que provenía de fuera de la casa hizo que me levantara de mi asiento. La pierna derecha aún me pesaba. El accidente con la furgoneta había sido más importante de lo que me imaginaba y la carrera que me había pegado no ayudaba a su recuperación. Arrastrando la pierna, me dirigí hacia el gran ventanal de la habitación a ver qué ocurría. Estaba todo oscuro, pero las señales luminosas azules de los coches de policía se veían no muy lejos de la casa y los haces de luz de unas cuantas linternas se movían de forma ajetreada en medio de la negrura.

No sabía cómo, pero alguien se había enterado de que estaba allí. Y los agentes no tardarían en aparecer por la puerta del cuarto. Tenía que marcharme cuanto antes.

Imprimí la carta en la que tanto empeño había puesto gracias a una impresora que había comprado nada más instalarme en la casa. La metí dentro de un sobre y la coloqué en el mejor sitio que encontré de toda la habitación.

Después, saqué la pistola que guardaba en uno de los cajones del escritorio y me lancé escaleras abajo dispuesto a coger mis cosas y a largarme de allí. Cuando me encontraba en la mitad del recorrido, oí un fuerte estruendo que provenía de la puerta. Y otro golpe igual de fuerte vino a continuación haciendo que me detuviera por un instante. Si seguían así, la vieja puerta no aguantaría mucha más violencia.

«Me han encontrado antes de tiempo y ahora no tengo escapatoria. Mi única oportunidad es huir por la ventana del baño que da al patio trasero» pensé.

Cuando ya estaba en la segunda planta un golpe todavía más enérgico consiguió tirar la puerta abajo.

Me di la vuelta y, apoyado en la balaustrada de la escalera, vi como tres policías vestidos con sus chalecos antibalas me apuntaban decididos con sus armas. Eran dos hombres y una mujer la cual parecía ser la jefa de los otros dos.

—¡Alto! ¡Policía! Si fuera usted, no intentaría huir. Levante las manos y gírese lentamente. Esto ha terminado —dijo ella de forma contundente.

La agente no me había aportado ninguna información que no supiera ya de antemano. Sabía que aquello podía ocurrir, era una de las posibilidades entre los muchos desenlaces probables para aquella historia. Pero mi objetivo era intentar salir de allí con vida y lo más indemne posible. No estaba dispuesto a pasarme el resto de mi vida entre rejas. No quería ese final para mí. Si eso era lo que me esperaba, no tenía nada que perder. Además, mi vida no tenía ningún sentido si no era con ella a mi lado.

—No haga ninguna tontería o me veré obligada a dispararle —aseveró.

Pero permanecí quieto en el pasillo de la segunda planta, al lado de las escaleras desde donde se veía a los agentes en el piso de abajo.

—No se lo repito más veces. No tiene escapatoria. Cualquiera de mis compañeros o yo acabaremos con usted si da un paso en falso. ¿No cree que es mejor tener una pequeña posibilidad de poder seguir con vida en un futuro? Todavía es joven y quizá pueda rehacer su vida dentro de unos años cuando salga de prisión.

Lo que decía aquella mujer solo eran palabras baratas que intentaban convencerme de lo que ella consideraba mejor para mí. Si no iba a poder estar con Natalia, no quería seguir con aquella agonía. Pero yo solo era incapaz de poner fin a aquello. Tendrían que ayudarme.

Introduje mi mano en el bolsillo trasero de mi pantalón y antes de que pudiera sacar mi pistola la mujer disparó en mi hombro derecho. Ya tenía lo que quería. Dolía, claro que dolía, pero no tanto como una vida vacía y sin sentido. Estaba seguro de que aquel disparo no me mataría, no era la primera vez que me disparaban. Tan solo alargaría mi sufrimiento innecesariamente.

El dolor era intenso y había hecho que me cayera al suelo. Estaba tumbado con mi arma a escasos metros de mí y desde mi posición vi como los agentes subían las escaleras firmemente y apuntándome en todo momento. La inspectora avanzaba lentamente y se dirigía hacia mi arma con intención de alejarla de mí todo lo posible y ponerme las esposas para terminar con aquella situación de tensión cuanto antes. Pero no iba a permitirlo. Eso no era lo que yo quería. Necesitaba un último empujón para acabar con todo.

Alargué mi mano y, antes de poder tocar el frío metal de la pistola, sentí un fuerte impacto en mi cabeza. Me quedaban apenas unos segundos antes de que todo se volviera negro. Lo último en lo que pensé fue en su preciosa cara, en los mejores momentos que vivimos juntos. La sentía tan cerca que, si aquello no era el paraíso, se le parecía demasiado.

La inspectora Espósito me había matado. Se había visto obligada a hacerlo en defensa propia y de su equipo, pero estoy completamente seguro de que nunca olvidaría aquellos ojos que la miraban fijamente inundados de locura antes de que se apagaran para siempre. 


Eterna obsesión [COMPLETADA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora