29) Enzo

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5 de diciembre de 2012, Montalcino, 13:21 horas

Los acontecimientos que había vivido recientemente a lo largo de los últimos días me habían mantenido alerta. Estaba exhausta. Las ganas de volver a abrazar a mi hermana era lo único que me mantenía en pie impidiendo que el cansancio físico y mental me ganara la batalla. «Ahora no puedes parar, Natalia» me decía constantemente a mí misma.

El trabajo me mantenía la mente ocupada y, a pesar de que tenía derecho a tomarme unos días libres hasta que todo se solucionase para bien o para mal, había preferido no alejarme del centro de salud y seguir con mi rutina, aunque eso no evitaba que la jornada se me hiciera eterna.

Al fin encontré un hueco en mi apretada agenda de pacientes y mi ansiado descanso llegó. Creí que ir a buscar un café a la máquina que teníamos en la sala de personal era la mejor idea si quería seguir rindiendo con relativa normalidad el resto de mi jornada laboral.

Al salir de mi consulta, un hombre vestido con ropa de cazador que supuse que sería un vecino del pueblo y Lorenzo aparecieron por la puerta del centro de salud que se encontraba al lado de mi consulta. Acompañaban a un hombre con un aspecto demasiado desaliñado y una ropa raída por un uso excesivo.

—¡Natalia! —gritó Lorenzo en cuanto me vio desde la puerta a pocos metros de mí—. ¿Puedes atendernos?

—¿Qué ha pasado Lorenzo? —pregunté fijándome en la cara algo ensangrentada del hombre al que ayudaban a moverse.

—Mi amigo se lo ha encontrado en medio del bosque que está aquí al lado del pueblo. Creemos que ha podido tener un accidente con una furgoneta. No sabemos quién es. No es vecino del pueblo, desde luego.

—Estaba cazando y me encontré una furgoneta estrellada contra un árbol. Él estaba merodeando por la zona confundido y muy desorientado. He intentado hablar con él, pero... es como si estuviera ido —explicó el otro acompañante.

—Entiendo, pasad a mi consulta —dije acompañándolos—. Sentadlo en la camilla, por favor —les ordené una vez ya dentro.

Obedecieron y ayudaron al hombre a sentarse. En el trayecto desde la puerta a la camilla me di cuenta de que cojeaba un poco de la pierna derecha.

—Vale, ¿cómo se llama? —le pregunté.

—Eh... Enzo, me llamo Enzo.

—Estupendo Enzo, vamos a empezar con el examen. Lo primero de todo es muy sencillo, solo tiene que seguir esta luz con la mirada ¿de acuerdo? —le dije enseñándole un bolígrafo que tenía una pequeña linterna en uno de los extremos y moviéndolo de un lado para otro delante de sus ojos. En ese momento, tan cerca de él, tuve la sensación de haber visto esa cara antes. Aquel rostro me resultaba muy familiar, pero la barba de varias semanas y las greñas me impedían reconocerlo con exactitud.

—Eh... ¿dónde estoy? —preguntó al cabo de unos minutos.

—Está en un centro médico. Creemos que ha tenido un accidente. Yo soy la médica que le va a atender. Tranquilo, todo está bien, ¿de acuerdo? ¿Puede decirme qué recuerda exactamente sobre el accidente?

—No sé... yo no... ¿Qué hago aquí? —de repente parecía tremendamente desorientado.

—Vale, no se preocupe, poco a poco. Ahora voy a auscultarle. Para ello se tiene que quitar la ropa un momento —dije intentando ver si aquel hombre reaccionaba. Hizo un ademán por quitarse su jersey, pero finalmente tuvimos que ayudarle Lorenzo y yo.

Algo en mí no iba bien. Un dolor agudo se postró en la boca de mi estómago con firmeza y una fuerte nausea vino a continuación en medio de todo. «Otra vez no» pensé. Me llevé mi mano a la boca y por un momento pensé que iba a devolver.

Eterna obsesión [COMPLETADA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora