20) Declaración de intenciones

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16 de octubre de 1969, Estrasburgo, 09:16 horas

Escuchamos unas voces estridentes que discutían en una sala contigua cuando, con el bolso en la mano y colocándome bien mi abrigo, volvía acompañada de Frederic de la sala de personal donde habíamos dejado todas nuestras pertenencias.

Frederic me miró y yo hice lo mismo. Al igual que el resto de nuestros compañeros, no habíamos entendido bien qué era lo que había ocurrido con el cuadro más allá de que había sido robado por Maurice. O eso parecía. Tampoco sabíamos cuál iba a ser el siguiente paso que iba a dar Ankou. Eso nos intrigaba y nos daba miedo a partes iguales.

No nos hacía falta más que una mirada para saber que ambos queríamos respuestas. Permanecimos escuchando un tiempo tras la puerta entornada, precavidos para que no nos viera nadie y preparados para salir airosos en cualquier momento con una buena excusa preparada.

—¡Quiero que me consigáis los malditos billetes de tren a Montalcino cuanto antes! —dijo la que parecía la voz de Ankou—. Ese hijo de la gran puta seguro que se ha llevado el cuadro allí para entregárselo a ese miserable para el que creo que trabaja. Después de tanto tiempo y todo lo que hice por él, me lo paga así, dejándose comprar por Massimo. Será cabrón. Massimo siempre busca una oportunidad para joderme. Y esta vez lo ha conseguido con creces. Pero esto no se va a quedar así.

Ninguno de los dos sabíamos quién era ese tal Massimo.

—Confío en vosotros y espero no arrepentirme por ello. Os recuerdo que se dónde viven todos y cada uno de vuestros hijos junto con vuestras mujeres solas e indefensas mientras estáis aquí trabajando para mí. Así que, en marcha. Nos vamos a Montalcino y no pienso volver sin lo que es mío.

Frederic y yo nos miramos absortos. Había alguien en la faz de la tierra dispuesto a plantarle cara a Ankou.

***

16 de octubre de 1969, Estrasburgo, 10:23 horas

Acababa de volver a casa después de todo lo sucedido en las naves de Brique d'or y Marc se encontraba atareado preparando la comida cuando llegué.

Tras anunciarle lo sucedido con el cuadro, calentó unas tilas para los dos y nos sentamos en la mesa de la cocina con intención de que le contara lo ocurrido con todo lujo de detalle. Al terminar, Marc permaneció callado sin saber cómo reaccionar.

—No estoy dispuesta a que Ankou se vuelva a reír de mí. Estoy segura de que cuando consiga vender el cuadro no me va a tener en cuenta como lleva haciendo desde hace mucho tiempo. Para él, ese cuadro es suyo y mi esfuerzo no va a tener recompensa —expliqué—. El día que maté a mi marido, Ankou ganó mucho más de lo que pensaba. Ganó mi silencio y mi fidelidad. Una moneda de cambio con la que poder comprarme para cualquier fin.

Marc me escuchaba atento sin apartarme la mirada.

—He arriesgado mucho por nada. He sacrificado tiempo con mi familia, mi seguridad y la de los míos como para ahora encima irme con las manos vacías —dije intentando exteriorizar lo que me había callado durante meses—. Va a vender la falsificación por un dineral y se va a quedar con el cuadro auténtico. ¡Y yo no voy a ver un franco! Ni mis compañeros tampoco, después de todo lo que hemos hecho. Tan solo porque en el pasado necesitamos la ayuda de Ankou y ahora lo tenemos que pagar con creces. Y ten por seguro que si alguien descubre toda esta trama, el que va a ir a la cárcel no será Ankou.

—Cariño, no tienes que intentar justificar lo que sientes y lo que piensas. Y mucho menos lo que quieras hacer de ahora en adelante —dijo el acariciándome una mejilla.

Eterna obsesión [COMPLETADA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora