25) El instinto de una madre

7 2 1
                                    

2 de diciembre de 2012, Montalcino, 07:06 horas

Giré mi cabeza para fijarme en el despertador digital que tenía en mi mesilla y me di cuenta de que aún quedaban unos minutos para que sonara la alarma. Todavía bastante medio dormida fui consciente de que aquella melodía molesta que me había despertado provenía de mi teléfono móvil que también se encontraba en el mismo mueble. Se trataba de una llamada.

«¿Quién llamará a estas horas? Ni tan siquiera ha amanecido. Espero que sea importante» pensé.

Clavé mis ojos en la pantalla del móvil encendida en medio de la oscuridad de mi habitación y pude ver, aunque algo borrosa, la palabra "mamá" escrita en el centro de la pantalla. Por un momento me asusté antes de contestar.

—Hija..., ya lo siento por las horas. ¿Te he despertado? Pensé que ya estarías levantada. Es que no podía aguantar más tiempo en la cama —explicó en un tono melódico pero que dejaba entrever su preocupación—. No he pegado ojo en toda la noche y necesitaba hablar con alguien...

—¿Qué pasa mamá? Cálmate y respira. No me asustes, te noto muy agitada —pregunté ansiosa ante la incertidumbre mientras me incorporaba bruscamente en la cama.

—Es por tu hermana... —sentenció.

—¿Qué pasa con Alessia? ¿Está bien?

—No logro hablar con ella desde que se fue a verte a Montalcino. Tiene el móvil apagado. Creo que le ha podido pasar algo.

Al oír aquellas palabras salir de la boca de mi madre, quien nunca decía nada de lo que no estuviera segura, mi corazón me lanzó un fuerte redoble debido al susto y al miedo de lo que pudiera ocurrir porque, si hay algo que nunca falla, eso es el instinto de una madre.

***

2 de diciembre de 2012, Montalcino, 16:38 horas

Convencidas de que aquel no era un comportamiento propio de Alessia y dispuestas a descubrir qué estaba ocurriendo, mi madre se había cogido el primer vuelo disponible para permanecer conmigo en el último lugar en el que habíamos estado en contacto con mi hermana.

Después de terminar mi turno en el centro de salud, nos encaminamos seguras de lo que estábamos haciendo hacia el cuartel del carabinieri y llamamos al timbre.

—Buenos días, Natalia. ¿En qué podemos ayudaros? —añadió el subinspector Lombardi al abrir la puerta—. Entendemos que esté muy preocupada por ese hombre que la está acosando, pero ya le dijimos que no tenía que preocuparse. Si tenemos alguna novedad, le avisaremos por teléfono cuanto antes.

—Lo sé, no venimos por ese tema... bueno sí, pero eso es secundario —expliqué.

—¿Todavía no han encontrado a ese miserable? —preguntó mi madre que sabía lo que había estado pasando las últimas semanas, aunque le había omitido los detalles más escabrosos para no alarmarla en exceso.

Las preocupaciones que sentimos por la gente que queremos son una de las partes más oscuras que esconde el amor. Son el precio que tenemos que pagar cuando alguien nos importa de verdad. Pero cuando nuestros seres queridos se encuentran lejos, la distancia hace que estas se multipliquen febrilmente. Nos llenan la cabeza de posibles escenarios y nuestra mente no duda en escrutarlos uno a uno. La impotencia recorre cada centímetro de nuestro cuerpo y nada puede detenerla. No quería que mi madre tuviera que pasar por ello.

—Estamos trabajando en ello, señora, pero es más difícil de lo que pensábamos. ¿En qué puedo ayudarles ahora?

—Queremos denunciar la desaparición de mi hija pequeña Alessia —declaró mi madre directa al meollo del problema. En aquel momento, al oír esas palabras, el mundo se me cayó encima. Me hicieron darme cuenta de que aquella situación era real, aunque hubiera estado intentando negarlo.

Eterna obsesión [COMPLETADA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora