10) Tommy

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8 de febrero de 1969, Estrasburgo, 17:26 horas

Un torrente de rabia recorría ferozmente por mis venas y hacía que mi corazón quisiera salirse de mi pecho ascendiendo por mi garganta.

Mi cuerpo temblaba sin parar. Lo había intentado todo, desde tomarme una buena tila hasta distraerme con un poco de música, pero no conseguía relajarme. Me encontraba así desde que había recibido la estremecedora carta de Ankou. Y de eso hacía ya unas cuantas horas. Tal era mi nivel de nerviosismo que hasta Béatrice me preguntó en repetidas ocasiones qué era lo que me ocurría. Yo siempre respondía lo mismo intentando quitarle importancia al asunto, pero Béatrice ya no era una cría, tenía trece años y se percataba de cuando algo no iba bien.

Lo cierto es que no sabía qué hacer. La pesadilla ocurrida hacía tres años me seguía atormentando todavía y había vuelto a mi vida, ahora con más fuerza. No estaba dispuesta a que Ankou volviera a hacer conmigo lo que quisiera, no después de todo lo que había luchado por estar bien de nuevo.

Ignorando la advertencia dada por Ankou y dispuesta a terminar de una vez por todas con aquella sensación que me producían sus amenazas y que no me dejaba vivir mi vida, decidí saltarme uno de sus avisos creyéndome la reina del mundo después de haberme envalentonado pensando que aquella extorsión podría extenderse durante toda mi vida. No estaba dispuesta a permitirlo.

Allí me encontraba minutos después en el salón de mi casa tomando un té con la persona que mejor sabría aconsejarme y tranquilizarme y que, sobre todo, conocía a la perfección mi historia con el sicario desde un principio. Anne me miraba sorprendida con la carta en sus manos después de haber escuchado como le narraba todo el contenido de la misma.

***

9 de febrero de 1969, Estrasburgo, 10:02 horas

Era domingo, nuestro día favorito de la semana y como todos los domingos desde hacía tres años, cuando volví a ser libre, preparaba tortitas con chocolate para desayunar. A Béatrice le encantaban. Se había convertido en una bonita costumbre entre nosotras que de vez en cuando compartíamos con Marc.

Esa mañana él estaba en casa. Se había quedado a dormir por la noche y estaba dispuesto a pasar lo que restaba de fin de semana con nosotras.

La preciosa estampa familiar matutina se vio interrumpida por el retumbante sonido del timbre de la puerta. Marc apoyó encima de la mesa los platos que estaba sacando del armario y se dirigió por el largo pasillo hasta la entrada de la casa. Segundos después, volvió a entrar en la cocina con una caja de cartón entre las manos.

—¿Alguna espera un paquete? —preguntó Marc sin entender muy bien lo que estaba pasando.

—No que yo sepa —dije levantando la vista de la sartén y mirando a Béatrice. Seguidamente, ella negó con la cabeza mientras permanecía sentada en la silla—. ¿Qué es?

—No lo sé, porque cuando he ido a recogerla no había nadie —explicó Marc sorprendido dejando la caja encima de la mesa, al lado de Béatrice—. Estaba en el suelo, encima del felpudo. No tiene ningún nombre escrito ni tampoco había ninguna nota. Parece totalmente anónima.

Abrí uno de los cajones de la cocina y saqué un cuchillo con el que poder cortar el precinto de la caja. Al apartar las solapas un olor nauseabundo nos golpeó en la cara y quedó a la vista el contenido. Nada más verlo, abracé a mi hija contra mi cuerpo evitando que viera más de lo necesario. Marc y yo nos miramos espantados.

Tommy, la mascota de Béatrice, un conejo Hotot blanco como la nieve de apenas dos años estaba envuelto en un plástico, degollado y embadurnado entero de sangre. Al lado de la cabeza degollada, una rosa roja que parecía recién cortada le acompañaba.

Eterna obsesión [COMPLETADA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora