32) El poder de la verdad

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14 de mayo de 2013, Florencia, 11:45 horas

Estaba impaciente por poder cerrar aquel espantoso capítulo de mi vida de una vez por todas. La demora en aquella sala de espera era angustiosa e interminable. No hacía más que fijarme en las manecillas de un reloj enorme que había colgado de una de las paredes que se encontraba justo en frente de las sillas en las que Leonardo y yo esperábamos.

Mi inquietud era más que evidente, pues con el pie derecho apoyado de puntillas en el suelo mi pierna no dejaba de moverse de arriba a abajo con un veloz tintineo. Este movimiento no pasó desapercibido para Leonardo, que agarraba mi mano y me miraba a los ojos en un intento por calmar mis nervios y hacerme ver que él iba a estar ahí, que no me iba a dejar sola. Era en esos momentos cruciales cuando me daba cuenta de que era el indicado y que no podía sentirme más afortunada de poder compartir mi vida con él.

Tras más de cinco meses desde lo ocurrido, nos encontrábamos en una de las comisarías de Florencia a la espera de que la inspectora Espósito y su compañero el subinspector Lombardi nos informaran de los detalles definitivos de la investigación antes de que archivaran el caso y este quedara cogiendo polvo en una estantería para los restos.

Durante aquellos minutos infernales en los que parecía que el tiempo se había detenido, mi mente pensaba en cómo había cambiado mi vida desde que volví a Montalcino. Para bien o para mal, ya no era la misma mujer que había vuelto a su pueblo natal tras uno de los golpes más duros de su vida para buscarse a sí misma, encontrándose con una de las etapas más desafiantes de su vida.

Montalcino me había traído cosas buenas y gente maravillosa, pero también mucho sufrimiento y lágrimas. Sin duda, el camino no había sido fácil, pero había conseguido superar todos los obstáculos y eso me había hecho más fuerte. Gracias a ello, ahora tenía a las personas más importantes de mi vida.

En medio de esos pensamientos y con la mirada perdida en el ajetreo de la ciudad que se veía por la ventana de aquella habitación, de repente, la voz de la inspectora reverberó en mi cabeza con un fuerte eco como si yo me encontrara a mucha distancia, con la cabeza en otro lugar.

— Señorita Fontana, ya pueden pasar a mi despacho — dijo ella desde el umbral de la puerta.

— Venga, vamos cariño — dijo Leonardo.

Entonces salí de aquel trance rápidamente y me levanté de la silla con cierta dificultad. La barriga de 35 semanas empezaba a ser algo molesta y necesité que Leonardo me ayudara un poco a ponerme en pie. Lo cierto es que nunca le tenía que pedir ayuda, pero no porque no la precisara, sino porque Leonardo siempre estaba ahí, dispuesto a ayudarme. Muchas veces me hacía gracia como se preocupaba por mí y por el bebé con esa preocupación ansiosa característica de un padre primerizo.

Ya de pie con mis dos manos puestas sobre mi zona lumbar dolorida — la silla de plástico me había machacado la espalda — y feliz por poder estirar las piernas después de un buen rato sentada, anduve seguida por Leonardo por un pasillo lleno de agentes uniformados apresurados hasta llegar a otra estancia que parecía un despacho.

— Siéntense, por favor — dijo la inspectora Espósito mientras cerraba la puerta y se dirigía a su asiento al lado del subinspector que esperaba sentado — ¿Quieren un vaso de agua?

— Si no es molestia, se lo agradecería — dije mientras me sentaba de nuevo con la ayuda de Leonardo. Estaba exhausta.

— Bueno, pues vamos a empezar. Hemos llevado la investigación lo mejor que hemos podido, pero lo cierto es que no ha sido nada fácil — explicó mientras su compañero me dejaba un vaso encima de la mesa y ella procedía a abrir una carpeta llena de papeles — Oficialmente les puedo informar de que la investigación ha sido cerrada ayer mismo. Hemos conseguido resolver todas las incógnitas y descubrir a todas las personas implicadas.

Eterna obsesión [COMPLETADA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora