Capítulo 25.

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Lorena

-¡Mamá, ya estoy en casa! -grito al cerrar la puerta de casa.

-Cariño, no grites -ordena antes de darme un beso en la mejilla-. ¿Qué tal el instituto? ¿Los compañeros?

-La verdad es que bien -sonrío dejando la mochila en las escaleras-. Me ha tocado en clase con Lucas.

-Qué bien, me alegro mucho -contesta con una sonrisa-. Tengo que irme a arreglar unas cosas de los chicos, volveré tarde. Quédate con los mellizos y recoge a Miguel del cole en una hora.

-Vale, mamá -digo caminando hacia el salón, donde están mis hermanos jugando en el parque infantil que tenemos-. Oye, no estás conociendo a nadie, ¿verdad?

-No, cariño -le escucho contestar desde la entrada-. ¿De dónde sacas eso?

-Últimamente pasas mucho tiempo fuera de casa -río-. No pasa nada porque salgas con algún hombre, mamá. No tienes que dejar estancada tu vida sentimental solo porque papá haya muerto.

-No voy a hablar de mis romances con mi hija -dice con obviedad-. Me voy. Portaos bien -sonríe entrando en el salón y mirando a los mellizos-. Si quieres llama a algún amigo y que venga a ayudarte.

Asiento en silencio y se marcha de casa, dejándome sola con mis hermanos pequeños. La verdad es que pocas veces me quedo a solas con los mellizos porque normalmente está también Miguel, pero admito que me encanta pasar tiempo con cualquiera de ellos. Adoro a mis hermanos, y les quiero por encima de todo.

-Y yo que quería jugar con ellos -susurro al acercarme a la barrera del parque y ver que se han quedado dormidos.

Con cuidado de no despertarles, les cojo de uno en uno y les tumbo en las cunas que tenemos en el mismo salón, para a continuación pasarles una manta finita por encima y dirigirme a la cocina a hacer la cocina. Mi madre no es que sea muy chef, así que la responsabilidad de cocinar siempre es mía. Hoy hemos salido del instituto súper pronto, ya que era el primer día, así que me da tiempo a dejar la comida hecha antes de ir a buscar a Miguel al colegio.

Decido hacer una videollamada con Lucía mientras preparo arroz blanco y pollo empanado con patatas. A Miguel le encanta comer eso, así que he pensado que le gustará empezar el curso con un buen plato en la mesa. Rodrigo y Manuel comen lo que les pongas, así que no me preocupo mucho por variarles el menú.

Cuando da la hora de ir al colegio, me despido de Lucía y tumbo a los mellizos en el carro sin despertarles y sin siquiera cambiarles de ropa. Para que no cojan frío les paso una manta por encima a cada uno y listo. Ni abrigo ni hostias.

-¡Tata! -exclama Miguel al verme-. ¡Mira qué dibujo he hecho hoy! -dice emocionado después de darme un abrazo, enseñándome un folio que lleva en la mano.

-Qué bonito, Miguel -sonrío cogiéndole la taleguita-. ¿Qué tal el primer día de cole? ¿Has hecho amigos?

Mientras me cuenta qué tal se le ha dado el día, caminamos a casa. Al llegar los mellizos ya están despiertos, así que les siento en sus tronas, les pongo los baberos y les sirvo a todos la comida.

-Rodri, mastica que te atragantas -le regaño al verle.

-Tata -me llama Miguel señalando a Manuel-. ¿Qué le pasa?

Nada más mirarle, empieza a toser de manera exagerada y a tornarse de color morado. Creo que se  está atragantando.

-¡Manuel! -grito sacándole de la trona y tumbándole boca bajo sobre mi brazo para darle palmaditas en la espalda-. Vamos, coño. ¡Manuel! -vuelvo a gritar al ver cómo empeora por momentos.

Desesperada y al borde de un ataque de nervios, salgo de casa y aporreo la puerta de los gemelos con la esperanza de que alguien me abra y pueda ayudarme.

-¡Ayúdame! -ordeno cuando veo a Dani abrir la puerta-. ¡Que se está ahogando!

Sin decir nada, le coge en brazos y se le coloca exactamente igual que yo antes: tumbado boca abajo sobre su brazo izquierdo para palmearle la espalda con fuerza. Cuando consigue que expulse el trozo de pollo que le ha obstruido la garganta, entre masajes y golpes en la espalda, le da la vuelta para comprobar que ha cerrado los ojos y ha dejado de respirar.

-No me jodas -susurra preocupado, tumbándole boca arriba en el suelo de la calle.

Hay bastantes personas observando la escena, aunque ninguna ha intervenido. La mayoría está grabando con el teléfono a Daniel Oviedo salvando la vida de un bebé. Solo una persona ha tenido la decencia de preocuparse y llamar a emergencias.

Veo cómo empieza a hacerle el boca a boca desesperado, alternándolo con movimientos para bombearle el pecho. Casi un minuto después, en el que yo me limito a llorar y a llevarme las manos a la cara, consigue que respire y abra los ojos de golpe.

-Está bien -susurra cogiéndole en brazos y comprobando que respire y actúa con normalidad-. Está bien -repite tocándole la cabeza y pegándosele al cuerpo del todo al ver que llora con fuerzo-. Ya está, enano -dice antes de darle un beso en la cabeza-. Ya está.

Daniel

Después de haberle salvado la vida al hermano de Lorena, la tarde ha transcurrido con normalidad. Las redes sociales me han convertido en el héroe del momento y varios medios de comunicación han difundido uno de los vídeos que alguien ha grabado esta tarde, en el que se ven mis intentos por salvar la vida de Manuel.

A eso de las diez de la noche, yo estoy tumbado en mi cama mientras leo Twitter, hasta que mi hermano irrumpe de golpe. Debe haber llegado a casa ahora mismo, lleva toda la tarde con Lucía en su casa.

-Aquí está el héroe del momento -sonríe tirándose encima de mí con diversión-. ¿Cómo te sientes después de haber salvado la vida de un niño de un año?

-Presionado -admito de mal humor-. Manuel podría estar muerto si llego a hacer algo mal.

-Mira que eres dramático, tío. Le has salvado la vida al hermano pequeño de la mujer a la que amas -me hace notar levantándose de la cama-. Céntrate en eso y déjate de gilipolleces. Has salvado a un niño, Daniel. 

Lorena

Después del trágico episodio que vivimos ayer, pasamos un buen rato en el hospital asegurándonos de que Manuel estaba bien. Cuando nos confirmaron la suerte que tuvo al contar con la intervención de Dani, volvimos a casa y mi madre me echó una de las mayores broncas que me ha podido echar nunca. No suele enfadarse, ni regañarme, pero la situación lo requería. Fui una irresponsable, tendría que haber partido más pequeño ese trozo de pollo.

Ahora mismo estoy en el instituto, sentada junto a Lucas esperando a que llegue nuestro tutor. Veo a Dani entrar en clase minutos después, recibido por una gran oleada de gritos y aplausos, por lo que me levanto y me acerco a su mesa.

-Dani, gracias por lo de ayer -susurro con algo de vergüenza-. De verdad, no sé qué hubiese hecho sin ti.

-No las merecen, no fue nada -contesta mirándome a los ojos.

-Mira qué bien y qué casualidad -escucho decir a Alfonso a mi espalda-. Lorena, ¿verdad? Siéntate con Oviedo.

Siempre Tú [RESUBIDA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora