𝗰𝗮𝗽𝗶́𝘁𝘂𝗹𝗼 𝟮: 𝗾𝘂𝗶𝗲𝗻 𝗯𝗶𝗲𝗻 𝘁𝗲 𝗾𝘂𝗶𝗲𝗿𝗲...

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Me miré al espejo del armario y observé el anillo que relucía rodeando mi dedo. Lo acaricié con el pulgar, cruzando la palma de mi mano, y me esforcé porque me hiciese ilusión aquello.

La plata relucía con la luz que entraba por la ventana y mi dedo se teñía de verde por el resplandor del sol sobre la esmeralda que adornaba mi dedo. Esto era. Definitivamente. Abandonaba mi casa, a mis padres, para vivir mi vida con Logan.

—Ese vestido te queda precioso, ¿es de algodón? —La madre de Logan, Claire, agarró la tela de mi vestido y lo acarició con los dedos, apreciando la suavidad de la tela.

—Sí, viene del sur —comenté orgullosa—. La próxima vez que mi padre haga un pedido, le pediré uno para usted.

—Qué cosas tienes. —Sacudió la cabeza y me acarició el brazo, guiándome de forma inconsciente hasta el salón.

La criada ponía con cuidado los platos sobre la mesa, tomándose su tiempo para no dañar la vajilla de los McIntosh.

—Vamos, más rápido, que no tenemos todo el día —se apresuró a decir Claire, dando un par de palmadas.

—Sí, señora.

La mujer se apresuró a servir los platos y, en un momento se manchó el dedo con la sopa y no dudó en limpiárselo en el mandil que rodeaba su cintura.

—Dios, pero qué asco —escupió Logan, mirando hacia otro sitio—. Cámbiame el plato, anda. —Y la sirvienta se lo cambió sin rechistar y con la cabeza baja.

Hablaban entre ellos como si yo no estuviera ahí. Planes de futuro en los que parecía que solo decidía Logan. Vamos a hacer esto, vamos a hacer lo otro. Boda. Hijos. Familia. Una casa con un perro y una sirvienta. Preparaban limonada y la servían a sus invitados en la piscina mientras sus maridos fumaban puros hablando de negocios. Aprendían a cocinar antes de casarse y a lo único que se dedicaban era a criar a su familia. No me aterraba esa vida, lo que me aterraba es no conocer otra forma de vivirla.

Yo quería eso. Quería ese futuro, pero lo quería porque mi realidad no salía de las fronteras de la Villa Verde.

—Vamos a algún sitio —me dijo al oído cuando íbamos de camino a mi casa. Siempre solía tener ese gesto caballeroso y cortés que yo agradecía. Mi padre solía decir que El Bosque no era seguro, estaba lleno de ladrones, asesinos y gente baja, ¿qué ocurriría si algún día uno de esos se colaba por aquí? Creo que me moriría de miedo.

—¿Dónde quieres ir? —Sacudí la cabeza sin entenderlo.

—Ya sabes, a algún sitio donde estemos solos.

A veces parecía que su único divertimento era el sexo. Yo sabía lo que venía después de un 'vámonos solos', venía un 'por favor' detrás de otro, un 'no es justo esto que me haces, no es de ser una buena mujer', hasta que al final yo cedía. Así que, para ahorrarnos todo el procedimiento, acepté.

—Vale.

Era rutina. Yo me tumbaba y miraba al techo de nuestra futura habitación, de nuestra futura casa que aún estaba en construcción, pensando en qué pasaría después de la boda.

¿Seguiría todo igual hasta el día en que me muriese?

Un empujón más de sus caderas contra mí.

¿Esto era la vida, eso que todo el mundo valoraba tanto?

El aliento de su boca en mi cuello.

Casarse. Tener sexo que debería ser satisfactorio. Tener hijos. Fiestas con gente que apenas conocía. Comidas con la familia McIntosh.

cielos de cenizaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora