Nos desplomamos en el suelo como si un tiro nos hubiese atravesado la frente. Yo temblaba de miedo, ella temblaba de cansancio. Podía haber muerto ahogada en el río o en la caída al bajar, pero allí estaba, con los pulmones abiertos intentando abarcar tanto aire como podían.
Las manos me ardían. Quemaban. Dolían. Eran como miles de agujas resquebrajándome desde dentro, supurando a través de las vendas que ya apenas podían soportar una gota más de sangre.
Me curó las heridas mientras yo intentaba no agonizar de dolor en el suelo por culpa del alcohol y el desinfectante con el que frotaba mis heridas de las manos, de los brazos, de las muñecas y de las rodillas.
—Deberíamos buscar algo que comer. —Jayden guardaba el botiquín en la mochila y se levantó para observar el río—. Y descansar un poco —añadió, colocando las manos en la cintura—. Pero deberíamos hacer una hoguera para secarnos.
—Sí, sería lo mejor.
—Iré a buscar algún tronco seco al bosque, quédate aquí —ordenó.
No quería replicar, tampoco contradecir, pero en cuanto se fue empecé a buscar yesca y ramas secas alrededor de la poza. Quería ser útil y agradecerle lo que había hecho por mí, porque mis palabras pasaban desapercibidas a sus oídos.
Durante casi una hora estuve recogiendo yesca y ramas, mirando el camino que llevaba hasta el bosque, esperando que Jayden volviese pronto. Empezaba a preocuparme. La humedad unida al frío se calaba hasta mis huesos, el sol se ocultaba tras la montaña y Jayden seguía sin aparecer.
Vi su figura aparecer entre los árboles llevando un fajo de troncos finos al hombro. Parecía tan cansada que sus pasos se hundían entre las piedras y al levantar el paso debía incrementar su fuerza para llegar hasta mí.
Cayó de rodillas al suelo y de la mochila sacó un pedernal con el que encendió la yesca. La colocó en sus manos y sopló suavemente hasta formar una llama, que colocaría entre las pequeñas ramas mientras seguía soplando levemente y de forma suave para que no se apagase.
—Nunca había visto cómo se hacía una hoguera —comenté para romper el silencio que nos había invadido.
—Nos han perseguido infectados, nucleares, casi caes por una cascada, has bajado una pared escarpada y casi caes al vacío... Pero lo que nunca has visto es cómo se hace una hoguera —comentó con una carcajada que se mezcló con el sonido del agua cayendo—. Hay que secar la ropa —puntualizó, una vez de pie.
Comenzó quitándose las botas y los calcetines, siguió con la camiseta dejando a la vista aquel sujetador de color gris y tela elástica. Pero lo que me llamó la atención fueron los el tamaño de sus muslos. Aparté la mirada presa de la vergüenza, pero pensé que eso era lo que una mujer necesitaba para vivir en estas condiciones de supervivencia, porque si no fuese por su físico yo ya estaría muerta.
Verla en esa ropa interior gris y genérica compuesta por unos pantalones cortos grises y el sujetador me causaban inquietud e incomodidad.
—Tienes que quitarte la ropa o te congelarás y además te saldrán hongos en los pies.
—Es que me da vergüenza, pero veo que tú careces de ella. —Achiqué los ojos y arrugué la nariz, sacudiendo la cabeza.
Jayden bufó y se dio la vuelta para entrar de nuevo en la poza. Andaba perfectamente por las rocas como si fuese arena fina y se llevó su camiseta con ella. Quizás querría lavarla, o quizás querría intentar pescar, lo cual era una soberana tontería porque allí no había peces. Al menos, yo no los veía.
Aproveché que no miraba y me quité la ropa, poniéndola estirada en el suelo cerca de la hoguera. Esperaba que en pocos minutos estuviese seca, porque no me hacía ninguna gracia estar en lencería delante de ella. Además, no era un tipo de lencería barata y sin mucho detalle, no. Era lencería cara, negra y con un poco de encaje, para rematar del todo.
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cielos de ceniza
RomanceEn un mundo destruido después de la guerra fría el pueblo se muere de hambre mientras trabajan de sol a sol para dar de comer a lo ricos. Solo los Cabezas Rojas tienen el valor para enfrentarse a aquellos que viven en la Villa Verde y harán lo que h...