𝗰𝗮𝗽𝗶́𝘁𝘂𝗹𝗼 𝟭𝟮: 𝗿𝘂𝗯𝗶𝗮

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El día siguiente a una herida era incluso peor que el anterior. Es lo que pasaba cuando habías estado a punto de caer al vacío, que cuando tocabas tierra parecía que el suelo temblaba a cada paso que dabas.

No quería caminar. No quería salir de allí y tampoco quería seguir las zancadas de Jayden con la lengua fuera, pero era lo que había.

—No vayas tan rápido —le pedí, agarrándola del antebrazo para que aminorase su velocidad. Estaba sudando y apenas eran las ocho de la mañana, preferiría que me hubiese pegado un tiro en esa celda.

—No voy rápido, tú vas muy lenta. Si ahora va a ser mi culpa que midas cuarenta centímetros. ¿Te dejaban entrar solita en los bares de la Villa?

—Tampoco es mi culpa que midas dos metros. —Aceleré el paso, dándole en empujón con el hombro. Ni siquiera se movió o amenazó con caerse, simplemente siguió adelante con los pulgares enganchados a las correas de su macuto.

—¿Algo más de lo que te quieras burlar o vas a quedarte calladita un rato?

—Calladita.

Era aburrido caminar sin hablar. Sí, el bosque era precioso, pero después de un día caminando todo parecía ser lo mismo. Menuda paradoja, quejarme de la monotonía habiendo pasado toda mi vida sin hacer absolutamente nada fuera de lo ordinario.

Era como ser una muñeca de porcelana enclaustrada una vitrina, siempre expuesta y con una sonrisa indeleble para que todos pudiesen apreciarme, pero era tan inocente que apenas era consciente de lo que ocurría. Apenas era consciente de que la mayoría de las cosas que hacía era por imposición.

La presión que oprimía mi pecho hace unos días ya no existía. El peso que hundía mis pies en la tierra y me anclaba a una casa a medio construir y a un marido que no deseaba, había pasado a ser un leve cosquilleo en el pecho y el estómago por el miedo a la muerte.

—¿Escuchas eso? —Se llevó una mano al oído con los ojos abiertos.

—Por favor, dime que no es ningún bicho raro otra vez.

—No, es agua. Estamos cerca de un río, es buena señal.

Pero, ese sonido que en principio nos sonó a esperanza y a una escapatoria de aquel laberinto de paredes escarpadas y minotauros acechando en cada esquina, supuso un reto más en nuestro camino.

La corriente de agua arrastraba a su paso todo lo que se encontraba. Por suerte, había un tronco que cruzaba el caudal y parecía haber estado allí durante años. Estaba podrido, con cavidades en su interior y cubierto de verdín resbaladizo que provocaría una caída bastante dolorosa al agua.

—¿Es un buen momento para decirte que no sé nadar? —Mi confesión cayó como una losa sobre Jayden, lo cual me hizo bastante gracia. Cerró los ojos y soltó un suspiro tan largo que exprimió sus pulmones hasta que casi no quedó aire.

—¿Sabes hacer algo además de quejarte y poner trabas, querida?  —Sacudió la cabeza y puso un pie en el tronco, probando su resistencia—. No importa. Voy a pasar, luego irás tú. Intenta mantener el equilibrio poniendo siempre los pies en el centro del tronco.

—¿Y si se cae? —Ella sacudió la cabeza.

—No va a caerse. O eso espero.

Jayden colocó sus pies alineados en el centro del tronco y a cada paso que daba intentaba encontrar el punto de equilibro para sostenerse allí arriba. El sonido de la madera resquebrajándose no era nada alentador, sobre todo cuando empezaron a caerse trozos de madera al agua cuando todavía iba por la mitad. De un salto cruzó lo que quedaba de tronco y aterrizó al otro lado sin mayor esfuerzo.

cielos de cenizaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora