Odiaba ponerme nerviosa. Odiaba la angustia de la duda, de no saber cómo acabaría lo que estaba a punto de empezar. Solo eran unas simples preguntas que eran verdad, debía contarles lo mismo que le conté a Jayden, añadiéndole algunos detalles más. Incluso entrar en esa habitación me producía ansiedad, una presión en el pecho que solo desaparecería cuando comenzase a hablar, pero para eso aún quedaba un largo rato.
Willa me señaló una silla frente a una mesa metálica y ella se sentó al otro lado, cruzando las manos. Deseaba que Jayden estuviese allí en ese momento, que me dedicase una mirada cómplice y apretase mi mano bajo la mesa para hacerme saber que todo iría bien, pero no la dejaron entrar.
—Ahora te vamos a poner un suero para que digas la verdad. No me malinterpretes, pareces buena chica, pero no podemos arriesgarnos en esto, ¿lo entiendes? —Willa alzó las cejas, ladeando la cabeza en busca de mi respuesta.
—Claro.
Deberían haberme avisado de que una aguja atravesaría mi cuello para inyectarme el maldito suero de la verdad, habría evitado pensar que me iban a matar allí mismo.
—¿Seguro que nos podemos fiar de ella? —Mads sacó la aguja de mi cuello como si acabase de cortar mantequilla. Le daba igual hacerme daño.
—Mads, si vas a interrumpir, sal de la sala.
—Perdón.
Willa rodó los ojos y soltó un suave suspiro.
—Quinn, ¿es cierto que estás dispuesta a ayudarnos? —Pensaba que aquello del suero era un placebo, una simple muestra de suero que me inyectaron para dar miedo, pero no podía mentir. No podía decir que no.
—Sí. —Mi respuesta dibujó una sonrisa casi imperceptible en los labios de la mujer—. Jayden me convenció durante el camino.
—Cuéntame todo lo que sepas sobre tu padre. —Willa se reclinó en la silla, esperando que empezase mi relato.
—Voy a contar esto, pero solo pido que a mi madre no se le haga daño. —Tomé aire, enlacé mis manos encima de la mesa y me preparé para contarlo—. Mi padre no es un buen hombre. La mayoría del tiempo tiene a mi madre drogada para poder manejarla a su antojo, no tengo recuerdos de que ella haya sido consciente de lo que la rodeaba en ningún momento. Yo tan solo era algo que le hacía ganar dinero.
—¿Le hacías ganar dinero? —El detalle le pareció curioso, incluso se recompuso en la silla.
—Me... —Tragué saliva, apreté los ojos y me aferré con las yemas de los dedos a la mesa, como si de aquella forma pudiese parar la caída del precipicio del que estaba a punto de tirarme—. Obligaba a tener relaciones con... Con sus amigos.
—¿Amigos? ¿A cambio de qué? —Willa parecía interesada en lo que yo contaba y yo intentaba sobreponerme a la situación, apretar los dientes y hablar de mí como alguien ajeno, como un ser omnisciente que miraba las escenas en la lejanía.
—A-A veces era dinero, otras eran favores. —Mis dedos no tenían punto medio; o revoloteaban jugando entre ellos, o se aferraban a la mesa como a un clavo ardiendo.
—¿Favores? ¿De qué tipo?
—En ocasiones lo escuchaba hablar... Mi padre les pedía deforestar partes del Bosque para crear nuevos campos de cultivo, armas, soldados e incluso ganancias en empresas que poco tenían que ver con él. Eran empresarios, abogados, jueces o altos cargos del ejército; gente muy poderosa.
—¿Podrías darme algunos de esos nombres? —Asentí levemente a su pregunta.
Willa me extendió un trozo de papel y un lápiz y miró expectante la lista que redacté nombre por nombre. Los recordaba a todos y cada uno de ellos. Recordaba de qué hablaron, cómo me tocaron y cómo me sentí después. Escribí sus nombres como si acabase de ocurrir, con sensación de asco, repulsión, tristeza y vergüenza. Mis letras se tambaleaban, onduladas e imprecisas, pero conseguir terminar la lista en cinco minutos. Allí estaban todos los hombres que alguna vez me habían profanado.
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cielos de ceniza
RomanceEn un mundo destruido después de la guerra fría el pueblo se muere de hambre mientras trabajan de sol a sol para dar de comer a lo ricos. Solo los Cabezas Rojas tienen el valor para enfrentarse a aquellos que viven en la Villa Verde y harán lo que h...