—Jayden, debemos salir de aquí rápido —dije, con la respiración agitada, observando cómo se colocaba el cinturón que acababa de robarle a un cadáver.
—No podemos salir así por las buenas, hay que llegar a la sala de control.
Se pasó el dedo índice y el pulgar por las comisuras de los labios y sacudió la cabeza, dando vueltas por el pasillo. Estaba segura de que el único plan que tenía en su cabeza era salir y pegar tiros a mansalva, aunque solo tuviese una pistola y un cargador.
—Ponte ese uniforme y el casco —señalé al militar, que yacía tumbado bocabajo en el suelo con las manos a los lados de su cabeza—. Si alguien te pregunta, soy la hija del Capitán Brooks y Ronald me ha identificado con el detector dactilar.
No tardó mucho en vestirse, lo suficiente para que la tensión me recorriera la espina dorsal y me diesen punzadas en las sienes al pensar que alguien podría entrar y avisar de que estábamos aquí.
¿Habría dejado bien cerrada la puerta de la habitación o los militares verían los cadáveres que yo había dejado sin vida? Dios mío, había matado a dos personas.
—¿Y ahora? —Suspiré y caminé hacia ella como el que se enfrenta a la muerte.
—Ahora me llevas a la sala de control, quiero mandarle un mensaje a mi padre.
Salimos de las celdas y nos cruzamos con algunos militares armados que paseaban por los pasillos, pero sin los cascos. Nadie llevaba casco excepto Jayden, que con mano regia parecía guiarme por los pasillos, aunque fuese yo la que la llevaba a ella por la Sede.
Conseguimos llegar hasta la segunda planta, justo donde se situaba la escalera para subir a la torre de control.
Mi pie estaba ya en el primer escalón, rozando con la punta de los dedos la salvación, cuando la mano de Jayden me paró en seco.
—Soldado, ¿dónde va? Y ¿quién es esa? —Yo me di la vuelta, girando sobre mis talones.
—Es Quinn Brooks, la hija del Capitán Brooks, señor. Ronald la ha identificado con el detector dactilar. —Su discurso fue impecable, tal y como le había dicho.
Pero el sargento Madock, según leí en su placa, no estaba contento con ello. Agarró mi dedo y lo colocó en su detector, donde aparecieron mis datos al completo. Desde mi nombre, fecha de nacimiento a grupo sanguíneo.
Me miró por encima de las gafas y sonrió, asintiendo.
—Seguro que su padre se alegrará de saber de usted. —Madock levantó la mirada hacia Jayden, que se mantenía firme tras el casco.
Empezaba a impacientarme la forma tan paulatina en la que el sargento observaba a través del casco, intentando vislumbrar quién había detrás.
—La próxima vez quítese el casco para estar en la Sede, es una orden.
—Sí, señor.
Con el corazón en la boca y los sesos bailando en la frente, subimos las escaleras como alma que lleva el diablo y al abrir la puerta Michael estaba allí, con el encargado de la torre con las manos a la espalda en su silla.
Llevaba una pistola en la mano y observaba con una sonrisa la pantalla que ocupaba gran parte de la sala. Por fin estábamos a salvo, por fin podía respirar por un momento.
Jayden se quitó el casco y de forma repentina, desenfundó la pistola y apuntó hacia la cabeza de Michael, que pareció dar dos pasos para alejarse de ella.
—¡Jayden, no! ¡Él es quien me ha ayudado a encontrarte! —Pero Jayden, a pesar de mis palabras, mantenía la pistola en dirección a su cabeza.
—¿Yo? Jayden, deberías internarte en un psiquiátrico, dicen que en los Caladeros del Este hay algunos muy buenos —replicó Michael, con una risa que comenzaba a chirriar.
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cielos de ceniza
Любовные романыEn un mundo destruido después de la guerra fría el pueblo se muere de hambre mientras trabajan de sol a sol para dar de comer a lo ricos. Solo los Cabezas Rojas tienen el valor para enfrentarse a aquellos que viven en la Villa Verde y harán lo que h...