𝗰𝗮𝗽𝗶𝘁𝘂𝗹𝗼 𝟭𝟳: 𝘁𝗼𝗱𝗼𝘀 𝗲𝘀𝘁𝗮́𝗻 𝗺𝘂𝗲𝗿𝘁𝗼𝘀

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Sus manos, temblorosas, se aferraban a mi abdomen como si fuese a salvarla de sus propios recuerdos. La sentía sollozar contra mi espalda, sentía su mejilla apretarse contra mi camiseta intentando reconfortarse de alguna manera.

En mitad de la noche, mientras recorríamos la carretera con el sonido del viento frotando los campos de maíz a nuestro paso, me pregunté si alguna vez tuvo cariño de verdad. Yo apenas era una desconocida, y Quinn decidió aferrarse a mí para consolarse.

—¿Quieres saber cómo me encontró Willa? —Su cabeza se movió contra mi espalda, asintiendo—. Estaba intentando pescar en el río lanzando piedras sin control, pero no conseguía nada. Me metí en el río y cogí una piedra mucho más grande, yo era tan pequeña que apenas me cabía en los brazos y me arrastró por el río —solté una risa al recordarlo, sacudiendo la cabeza—. Cuando creí que me ahogaba, Willa me sacó del agua como si fuese un saco de patatas. Acababa de perder a su hijo y yo acababa de perder a mi madre. Fue como si el destino quisiera que nos encontrásemos.

—¿Qué quieres decir con eso? —Su voz, que se quebraba por momentos, se alzó para poder preguntar.

—Que quizás secuestrarte fuese algo que debía pasar para romper con todo.

Quinn volvió a apoyar la mejilla en mi espalda, y dejó el peso de su cuerpo caer contra mí.

—Sigues siendo una psicópata.

—Hm. Echaba de menos tu simpatía.

Seguimos el camino en mitad de la noche, buscando cualquier sitio con cuatro paredes para poder refugiarnos en mitad de aquellos campos de maíz que, a la luz de la luna y con una brisa peligrosamente tranquila, se movían indicándonos el camino al sur.

Por primera vez desde que salimos de la Sede, me sentía segura yendo en aquella moto. La presencia de infectados y nucleares no sería un problema, la velocidad podía arreglarlo todo.

Todo, excepto una persecución humana en mitad de la noche.

—Para la moto —ordenó Quinn. Ahora la nena de papá se daba el lujo de decirme lo que debía hacer—. Jayden, para la moto —instó, apretándome el hombro.

—Pero ¿qué pasa? —Aminoré la marcha hasta hacer el sonido del motor imperceptible, hasta que me percaté de las luces a lo lejos.

—Mira las motos que hay aparcadas en esa gasolinera. Hay militares ahí.

Sí, Quinn llevaba razón; era una gasolinera, había militares y yo necesitaba gafas o quizás centrarme más en lo que tenía delante de mis narices.

Paré la moto y sopesé la opción de salir a toda velocidad por la carretera.

—No podemos huir. Nos perseguirían y eso sería aún peor. La gasolina se acabaría, tendríamos que dejar la moto tirada y huir a pie. —Me dio un escalofrío de miedo al saber que sabía lo que estaba pensando.

—¿Qué propones? —Me bajé de la moto, poniéndole la patilla para que se mantuviese en pie.

—Mátalos —respondió con simpleza, alzando los hombros.

—Así, sin más. —Ella alzó los hombros y asintió—. Estás mal de la cabeza. Hay como diez hombres ahí, no quieres matarlos, lo que quieres es verme muerta.

—¿No puedes apuntar con tu fusil y ya?

—¿Y ya? —Abrí tanto los ojos que parecían salirse de las cuencas—. Estás loca, necesitaría un plan al menos.

—¿Un plan? A ver, pensemos...

Quinn se bajó de la moto y pasó sus manos por la nuca, masajeándola, como así las ideas le sobrevinieran de golpe. Solo le tomó un par de minutos caminando a mi alrededor, cual perro antes de acostarse hasta que levantó la cabeza del suelo.

cielos de cenizaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora