𝗰𝗮𝗽𝗶𝘁𝘂𝗹𝗼 𝟮𝟬: 𝗾𝘂𝗶𝘇𝗮́𝘀

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Los ojos verdes de Quinn me recibieron en la oscuridad de la cueva. Me abrazó. La abracé. Nos abrazamos con los brazos temblorosos y cansados y la esperanza de que a ninguno se le ocurriese saltar allí.

El agua nos llegaba por la cintura, el lugar era estrecho y angosto, pero era un refugio lo bastante seguro como para que nadie nos encontrase. Un río en mitad de la nada era una señal lo suficientemente clara como para no darnos por vencidas en aquel camino hasta el Sur.

Las balas se hundían en el agua y nos encogíamos en el hueco de la pared de piedra esperando a que la avalancha parase y se quedasen sin munición.

Apoyó su cabeza en mi pecho sin dar más explicación que la de sentirse cansada. Lo supe por el pesado suspiro que salió de sus labios cuando el dorso de su mejilla tocó mi pecho. Mis manos la rodeaban y la apretaban, cerciorándose de que ella estaba allí, de que Quinn era la persona que respiraba contra el hueco de mi cuello.

—¿Estás bien, rubia? —Acaricié su espalda intentando tranquilizarla y ella asintió sin decir nada, aferrando los dedos a mi espalda—. Vamos a esperar a que se vayan.

—Lo siento. Siento haberte gritado eso, no te lo merecías —confesó. Sus palabras se perdieron en el eco de las rocas y su profundidad hueca y diáfana—. No quiero que te mueras.

—Me voy a morir, quieras o no —repliqué. Al parecer mi respuesta, que era una verdad irrefutable, le hizo gracia—. Pero ni se te ocurra volver a pisarme el tobillo o la que morirá serás tú.

—Estoy intentando crear un ambiente bonito contigo y tú lo estropeas, como siempre. —Se separó de mí, no sin antes salpicarme un poco de agua en la cara.

Salimos de la cueva cuando supimos que se habían ido y pudimos observar el entorno que nos rodeaba. Nos habíamos librado del calor, del secano, de las bocas pastosas y embotadas de saliva reseca.

—¿Un ambiente bonito conmigo? Yo pensaba que solo era un animal sin raciocinio al que solo se le daba bien golpear. —Quinn se giró mientras nadaba de espaldas para cruzar hasta la parte más baja.

—Yo nunca he dicho eso de ti.

—Lo sé, pero es lo que soy. —Me encogí de hombros y avancé hasta ella con el frío del agua rozándome el pelo de la nuca.

—Un animal sin raciocinio me habría dejado morir en cada oportunidad que has tenido, pero no lo hiciste.

—Solo sigo órdenes, nada más. —Me pasé la mano mojada por el pelo y desvié la mirada, esperando que mi evasiva a mirarla a los ojos quitara hierro al asunto.

—Sabes que no es verdad. Sabes que, en realidad, te gusto un poco.

—Me voy a quitar toda esta mugre. —Corté su discurso sacándome la camiseta por la cabeza.

—Te hace falta, Jay.

—Que no me llames Jay... —Gruñí, quitándome también los pantalones dentro del agua.

—Vale, Jay.

Me lanzó su camiseta a la cabeza, y en vez de quitármela permanecí de pie con la tela tapándome los ojos.

—¿Esto es tu camiseta o tu ropa interior? Porque huele fatal. —Fingí tener una arcada.

—Te estás ganando que te rompa el otro pie. —Me retiré la prenda de la cara y observé que nada cubría sus hombros, ni siquiera la tira de su sujetador—. Dios, ¡no me mires!

—Si no te estoy mirando. —Quinn me lanzó agua a la cara chapoteando con la punta de los dedos en el agua, y se dio la vuelta con pudor.

Nos bañamos, nos quitamos la suciedad y la mugre que nos recubría y que tapaban algunas heridas de difícil detección, como la que recubría el hombro de Quinn. Solo se dio cuenta de que tenía el hombro herido cuando deslizó su mano por este cubriéndolo de agua y el roce de sus dedos provocó un quejido de dolor.

cielos de cenizaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora