—Esos soldados tenían familia e hijos —le reproché al bajar del caballo.
Sin decir nada, apretó la cuerda con la que tenía mis manos atadas mientras sus ojos se clavaban en los míos como un cuchillo candente posándose en la mantequilla.
Apretó la mandíbula y dio un tirón final tan brusco y fuerte que me hizo daño.
—También los tienen los campesinos a quienes tu padre mata —replicó, arrodillándose en la orilla del lago.
—Mi padre no ha matado a nadie.
La mirada que me dedicó era el equivalente a sacar un chuchillo y clavármelo en el cuello, pero decidió ignorarme.
Hundió sus manos lentamente en la orilla, llenándolas de agua para frotarse la cara y extenderla hasta su corto pelo para refrescarse. Algunas gotas de agua mojaron su camiseta blanca, que se ajustaba a su cuerpo hasta entrar en su pantalón azul oscuro.
—Cuando veas a Willa, pregúntale si tu padre mata. —Quiso añadir algo más, pero decidió callarse, dándome un empujón con tintes de desprecio para que me subiese al caballo—. Súbete, tenemos que llegar al punto de comunicaciones antes del anochecer.
La despreciaba. ¿Cómo se atrevía a hablar así de mi padre en mi propia cara? Si te hablan mal de tus padres no vas a reaccionar bien, ¿qué esperaba que hiciera? ¿Decirle que llevaba razón y que mi padre era un asesino? No, porque no era cierto. Pero, aun así, debía sentarme detrás de ella en aquel dichoso caballo, manteniendo la distancia y con una pesadez en la espalda que me hacía querer apoyarme en la suya.
¿Podía hacerlo? ¿Podía apoyar, aunque solo fuese la mejilla en los músculos de su espalda? Me crujían todos los huesos de la espalda cada vez que el caballo daba un trote, pero a ella no parecía afectarle.
Apretaba los ojos y los puños a la vez, intentando no agarrarme a su camiseta por la incomodidad y el dolor que recorría mi espina dorsal de una punta a la otra. Si la tocaba, pensaría que estaba intentando un acercamiento con el fin de que me soltase.
No. Para nada. Esta mujer me había estafado emocionalmente, además de torturado y mantenido presa en una celda de quién sabe dónde. Había amenazado con matarme y argumentaba que mi padre era un asesino. ¿Pero cómo iba a tocar yo a esa psicópata que me tenía atada de pies y manos en una celda mientras me daba de comer gachas?
Pasaron dos horas la primera vez que se giró y pude ver su perfil afilado. Tenía las cejas gruesas, la mandíbula perfilada y una nariz recta que le daban ese aspecto temerario. Estaba admirando el valle.
Yo también lo admiré. La nieve había comenzado a derretirse, dejando solamente los picos más altos cubiertos de un blanco que contrastaba con el verde de los árboles, arbusto y el musgo de las rocas. Vida, esa era la palabra para describir el verde de El Bosque.
Apenas había salido dos o tres veces de la Villa para visitar a nuestros familiares de Caladeros. Nunca había salido de ese muro de piedra que me retenía, me maniataba y me ahogaba justo como lo había hecho ella.
¿Era esta la libertad de la que esta mujer gozaba? ¿Era esto por lo que luchaba?
—Estás muy calladita. —Me miró de soslayo, antes de volver a mirar al frente.
—Es que no me dejas llamarte gilipollas, así que mejor me callo. —Parece que eso la hizo reír, porque sus hombros se movieron arriba y abajo unos segundos—. Y me duele la espalda, ¿podríamos parar?
—Claro, señorita Brooks. ¿Quiere también que le traiga su plato de ternera europea hecha al punto? —Ironizó, moviendo la cabeza para imitar el gesto repelente de un mayordomo estirado.
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cielos de ceniza
RomanceEn un mundo destruido después de la guerra fría el pueblo se muere de hambre mientras trabajan de sol a sol para dar de comer a lo ricos. Solo los Cabezas Rojas tienen el valor para enfrentarse a aquellos que viven en la Villa Verde y harán lo que h...