𝗰𝗮𝗽𝗶𝘁𝘂𝗹𝗼 𝟮𝟲: ¿𝗲𝗿𝗲𝘀 𝘁𝘂́?

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Un vaso de whiskey con hielo nunca venía mal, y menos si bajaba por mi garganta después de haberme aguantado las ganas de gritar que me había agarrotado los músculos. Me sentía tan agotada que al llegar al Saloon del pueblo me senté en la barra del bar y el camarero limpió un vaso y lo puso delante de mi cara, preguntándome "¿qué te pongo?" sin añadir nada más.

Patt estaba desaparecida, Willa parecía odiarme y había plantado la duda sobre Quinn en mí. ¿Era posible que Quinn hubiese jugado conmigo para ganarse mi confianza? ¿Era posible que la chica a la que le había salvado la vida me traicionase así? No. No podía ser. Rezaba porque Willa no llevase razón, esa vez, únicamente esa vez. No estaba preparada para tener que engullir la reprimenda, la vergüenza y el rechazo de Quinn.

—¿Qué te ha pasado en el ojo? —El camarero, que sostenía un trapo en la mano, lo señaló.

—Uhm... Han pasado tantas cosas que ya no recuerdo lo que fue. —Moví el hielo en el vaso y terminé de un trago la copa, haciendo un gesto para que volviese a llenarlo.

—¿Tú también vienes con la fiesta de los militares de la base? Es que no te veo muy animada.

—¿Una fiesta? —El camarero, con gesto convincente, asintió al colocar los vasos que había estado secando.

—Vienen a beber, bailan un poco y vuelven a la base. ¿Eres nueva o qué?

—Algo así. Pon otra.

Y así pasé la tarde, entre pueblerinos que llegaban de la mina con las caras manchadas de carbón y las manos agarrotadas y entumecidas por el dolor y la quemazón del desgarro que les producían la madera de los picos y las palas. En sus voces había algo quebrado y quemado que las apagaba, y parecía que el dolor solo se mitigaba con cerveza de maíz o un buen vaso de bourbon. Yo paré de beber en la segunda copa, pero ellos no lo hicieron. Su cuerpo estaba tan acostumbrado al dolor que necesitaban algo que los adormeciera para seguir con la ardua tarea de sacar dinero para los ricos de debajo de esas piedras.

Al darme la vuelta el Saloon se había llenado. Los camareros llevaban bandejas de madera sobre una mano e intentaban sortear a la gente que bebía de pie y sentada escuchando la música de la banda que tocaba en el escenario.

Y entre la gente, Quinn. Parecía feliz después de tanto tiempo perdida en un camino en el que no sabía si iba a sobrevivir, parecía que aquello le permitía vivir en un oasis de vida normal en mitad de toda aquella locura.

Me di la vuelta y di otro trago que terminó de rajarme la garganta. No quería mirar a esos ojos tiernos y cargados de dolor que me haría enfrentarme a las dudas para aceptar que Willa llevaba razón. No quería enfrentarme a la decepción, al hastío, a volver al vacío en el que me había sumido antes de comenzar.

—¿No te parece de mala educación verme y darme la espalda? —El tono de su voz, desenfadado, se acompañó de un toque en mi brazo para llamar mi atención.

—No tengo el día, querida. —Ni siquiera me molesté por levantar la mirada de mi vaso, deleitándome con el suave golpe del hielo en el cristal—. ¿Una fiesta?

—No es una fiesta, simplemente... Vienen aquí a despejarse. Me pareció buena idea unirme —aclaró, sentándose en el taburete de al lado.

—Esa chica quiere acostarse contigo.

—¿Qué chica?

—La morena que no para de mirarte desde el otro lado de la sala.

—Creo que solo quiere sacarme información, así que... —Alzó los hombros, recogiendo la copa que el camarero le sirvió con amabilidad.

cielos de cenizaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora