𝗰𝗮𝗽𝗶́𝘁𝘂𝗹𝗼 𝟳: 𝗽𝗼𝗯𝗿𝗲 𝗾𝘂𝗶𝗻𝗻 𝗯𝗿𝗼𝗼𝗸𝘀

596 89 9
                                    

—¿Hemos llegado todas? —preguntó Patricia, que llegaba a trote al punto de comunicaciones.

Allí permanecían sentadas Willa y Mads, que acababan de encontrarse después de un largo camino. Habían sacado las cantimploras colmadas de agua del último riachuelo con el que se habían encontrado y estaban tiradas junto a aquella antena que se alzaba en mitad del bosque.

—Jayden no ha llegado aún —aclaró Willa que tras beber un enorme trago de agua, enroscó el tapón de la cantimplora y la echó a un lado, en la tierra.

—¿Habéis intentado contactar ya? —Patricia se bajó del caballo y dejó la mochila en el suelo, sentándose junto a sus compañeras.

—Sí, nadie responde, pero hemos contactado con las brigadas. Están todos a salvo, han encontrado refugios y están a expensas de nuestras instrucciones. Ahora mismo no tenemos efectivos para combatir —concluyó la General, levantándose del suelo—. Debemos buscar ayudas, tenemos que llegar a la base del Oeste.

—¿Y qué pasa si no hay nadie? —Espetó Mads, haciendo una mueca. A Willa parecía no afectarle mucho esa duda.

—Si no hay nadie entramos a recoger provisiones.

Bebieron agua y observaron la red de antenas construidas en el siglo pasado. Tan solo un teléfono había anclado a la pequeña cabina que apuntalaba la antena al suelo y entre las ramas podían distinguirse los cables que se extendían por todo El Bosque.

—Va a ser difícil que lleguen antes del anochecer, hay militares en el valle.

A pesar de todo, comenzaron a establecer un pequeño campamento arrimando unas cuantas piedras alrededor de una hoguera improvisada con yesca y ramas secas, que se podían encontrar fácilmente al final de la primavera.

Empezaban a impacientarse con la ausencia de Jayden, aunque sabían que la chica podría sobrevivir sola, la carga de la joven Brooks empezaba a preocupar a algunas de ellas.

—No viene aún —masculló Mads, engullendo un trozo de estofado de búfalo.

No iban a esperar más a que apareciese Jayden, abrieron las latas y las calentaron al fuego de la hoguera. Patricia parecía callada en una esquina y Willa empezó a inquietarse por la joven.

*

No me gustaba la oscuridad. No me gustaban los sonidos de la noche. No me gustaban las ramas acariciándome las piernas cuando cruzábamos la maleza. Odiaba no poder ver más allá de mis narices.

Sin embargo, Jayden se erguía segura en el caballo. Con una mano sujetaba una linterna de largo alcance y con la otra llevaba las riendas del caballo.

—¿No puedes ir más rápido? —Le pregunté, acercándome a ella en cuanto una rama tocó mi tobillo. Casi gemí de miedo.

—¿Quieres que el ruido atraiga a las bestias? —Susurró sin moverse.

¿Bestias? ¿Cómo que bestias? ¿Se refería a animalitos pequeños e inofensivos que buscaban caza de noche, o se refería a las bestias de las que nos hablaban en el colegio? Porque lo que allí nos contaban era verdaderamente monstruoso.

Jayden paró en seco el caballo por segunda vez ese día. Pero esta vez sí que tenía miedo. Esta vez deseaba engancharme a su espalda y que no se bajase de allí.

Sacó su pistola con cuidado, lentamente, sin hacer ningún movimiento brusco o extraño mientras el caballo seguía su camino.

Pero yo notaba algo, una presencia que venía molestándome desde hacía un par de minutos y estaba a punto de engancharme a su espalda. Tomé aire un par de veces, intentando que fuesen profundas y silenciosas, hasta que nos sobrecogió el crujido de una rama.

cielos de cenizaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora