Casi había olvidado el rostro del demonio. La cara del mal, esos ojos negros tan profundos que alcanzabas a ver la oscuridad de su alma. Sus labios esbozaban una sonrisa que parecía haberse dibujado con una cuchilla que rajaba su mejilla, su pelo estaba más tirante y engominado que cuando lo dejé en la Villa, pero su camisa blanca seguía estando impoluta. Como siempre, él nunca se manchaba de sangre.
—Cielo, te estaba esperando... —Abrió los brazos y me arropó con el olor almizclado y nauseabundo de su colonia.
Nunca me había dado asco su presencia, jamás lo había repudiado, pero después de abrir los ojos nada era lo mismo. Ni su olor y tampoco su imagen. Poco quedaba en mí de la imagen de ese padre cariñoso que siempre había tenido, poco quedaba del padre protector que no haría daño a una mosca. No me protegía, simplemente me mantenía ignorante para poder usarme a su antojo.
—Mira lo que te han hecho —se lamentó, enmarcando mi cara entre sus rudas manos—. Estás demacrada, Quinnie... Vamos a darte una ducha y a comer algo, ¿vale? —Mi primer impulso fue negarme en rotundo.
No, no quería que me tocase y mucho menos que me tratase como si aún le importara, pero luego recordé por lo que estaba allí; debía interpretar un papel creíble de hija débil y sometida de la que nadie dudaría.
—Vale, papá... —Sonreí con la sonrisa más tierna que había salido nunca de mis labios, apoyando mi cabeza sobre su hombro—. Te he echado de menos. Esos tipos me han tenido como si fuese uno de los que no viven en la Villa Verde.
—Bueno, ya ha pasado todo —me consoló, regalándome un asqueroso y pegajoso beso en la frente.
Me condujeron hasta las duchas que desalojaron para mí, colocando a dos soldados en la puerta. Me dieron jabón, toallas, mi ropa interior y un vestido de color azul. Sí, también era mío. Lo guardaba en la parte derecha del armario, y me extrañaba mucho la elección de un vestido así. De tirantas anchas que se cruzaban en mi pecho, cintura ajustada y por encima de las rodillas. Mi padre solo me dejaba llevar uno de aquellos vestidos cuando quería que le hiciese uno de esos favores que no volvería a hacerle jamás.
Una vez sola en las duchas, escuché el chisporroteo electrónico en mi oreja.
—Quinn, ¿estás dentro? —El corazón se me paró durante un segundo eterno.
—Mmh... Me alegro de estar aquí —respondí en voz baja.
—Bien, no respondas a esto; necesitamos que vayas a por Jayden cuanto antes.
Qué gracioso, yo duchándome y Jayden siendo torturada en alguna de esas salas. Me quité la mugre frotándome lo más rápido posible, y la espuma cayó por el desagüe con un tono ocre que me daba ganas de vomitar con tan solo verlo.
Me enfundé mi ropa interior, el vestido azul y me sequé el pelo de camino a la puerta, donde los soldados me miraron con lascivia. Qué asco, les enseñaban a mirar así desde que nacían.
—Chicos, ¿me podéis llevar a conocer la base?
—Yo te la enseñaré. —Mi padre apareció de nuevo, con brazos abiertos, poniendo uno encima de mis hombros—. Mucho mejor así, estás guapísima. Luego tenemos que hablar de un asunto en el que me gustaría que me ayudases...
Ayudarle otra vez. No, no iba a ocurrir, nunca más, pero sonreí y asentí para complacerle, para hacerle saber que su hija había vuelto igual que siempre.
—Papá, ¿has visto todo lo que han publicado los rojos? ¿Por qué no los paras? Dicen cosas que no son verdad —argumenté, ganándome un nuevo beso nauseabundo de su parte, esta vez en el pelo.
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cielos de ceniza
RomanceEn un mundo destruido después de la guerra fría el pueblo se muere de hambre mientras trabajan de sol a sol para dar de comer a lo ricos. Solo los Cabezas Rojas tienen el valor para enfrentarse a aquellos que viven en la Villa Verde y harán lo que h...