𝗰𝗮𝗽𝗶𝘁𝘂𝗹𝗼 𝟯𝟬: ¿𝗾𝘂𝗲́?

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Y se esfumó de la habitación con la misma fuerza con la que casi me había incrustado las manos en las mejillas. Me ardían las mejillas, me ardía la cara y me ardía el pecho. Me ardían las ganas de cogerla del brazo y hacerle entender que no había escuchado ni una cuarta parte de la conversación, de besarla y alejar esas tonterías de la cabeza.

Pero no, me quedé sentada en su propio catre, mirando a la pared y pensando en cómo era capaz de arruinarlo todo sin ser consciente de lo que ocurría a mi alrededor. Tuve que sentarme un rato en su cama, agachar la cabeza y tomar una bocanada de aire que insuflase mis pulmones y deshacerme de la presión que me oprimía el pecho como si un cañón hubiese disparado a pocos metros de mí.

Me vestí sin ganas, dejando que la chaqueta me cubriese sin mucho esfuerzo, las botas sin apenas apretar y un sabor agridulce al coger el macuto que me colgué al hombro.

Ponerme el chip de localización tampoco era plato de buen gusto, y menos si mientras me incrustaban una aguja de siete centímetros en el cuello Ewan no paraba de hablar.

—Este chip tiene un inhibidor de frecuencia para el ejército. Es una tecnología... —Y hablaba hasta aburrir.

Me despedí de Willa con un abrazo, y ella, como siempre hacía, me dio un par de golpes suaves en mitad de la espalda.

—Vuelve. —No lo decía como un deseo, lo decía como una orden.

—Te lo prometo.

Me hubiese gustado despedirme de Quinn por si no nos volvíamos a ver. ¿Quién sabe? Los caminos del Desierto eran una ratonera al descubierto donde estabas expuesto a una muerte segura si no estabas preparado.

Pero yo no solo estaba preparada para pegarle un tiro en la sien al primer militar que se me cruzase, estaba preparada para encontrar a mi amiga. Durante los primeros días intenté tranquilizarme y decirme a mí misma que llegaría justo como yo lo había hecho, pero no lo hizo. Patricia no llegó a la base a pesar de tener indicaciones específicas de dónde estábamos.

Monté a mi caballo, me coloqué el pañuelo atado para taparme la cara del polvo que desprendía la tierra baldía y emprendí el camino en busca de Patt.

Nuestra amistad había sido como un soplo de aire fresco que llegó a la base del Bosque hacía apenas tres años. La encontramos tirada en el bosque con la pierna partida y una pistola en las manos, apuntando a aquel que se le acercase. A Willa le sorprendió la fuerza con la que se defendía y la manera de luchar que tenía aun teniendo una pierna rota, pero su poder de persuasión convenció a Patt para dejarse curar por ella.

Al principio ni siquiera quería mirarnos, recogía su bandeja de comida y cojeaba hasta el final del comedor para engullir el alimento lo más rápido posible, pero pronto fue tomando confianza conmigo. Nos hicimos inseparables, ella me ayudaba a superar la adicción al vacío que me hacía Mads, y yo la ayudaba con los entrenamientos para ponerla en forma.

Dormíamos juntas, comíamos juntas y soñábamos juntas con tener una vida normal algún día; lo que no sabíamos es que ese día nunca llegaría.

Visité Flagstaff, el pueblo que estaba apenas a 20 km de Knoxtenville, donde nos escondíamos. Pregunté a cada persona si habían visto a la chica que les mostraba en la foto que sacaba de mi bolsillo y todos respondieron que no con convicción. Patt no estaba allí.

Tempson, a 60 km de Falgstaff. Ni un alma había visto a Patricia.

Havasu, 50 kilómetros al este de Tempson. Allí tampoco había rastro de Patt.

Mi caballo apenas podía seguir corriendo, así que al alba descansamos en una posada de Havasu, esperando encontrarla ese día.

Tras un ligero refrigerio que me ofreció la dueña de la posada, partí hacia uno de los pueblos del sur, Red River, a unos veinte kilómetros de Havasu. Mi cabeza odiaba la idea de lo que estaba haciendo, pero me veía obligada a mirar a mi alrededor cuando cruzaba el desierto. Buscaba un cuerpo y rezaba porque estuviese inconsciente, pero en mitad del camino noté un pinchazo en el cuello que me paralizó los músculos que lo conformaban.

cielos de cenizaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora