Quinn se sentó a mi lado sobre aquella máquina y me arropó entre sus brazos con el cuidado que le daría a un recién nacido para evitar hacerme daño. Esperábamos que Willa apareciese pronto y no tardaron mucho en escucharse los sonidos metálicos a través del conducto de ventilación. Se acercó al estrecho conducto y estiró la mano para ayudar a Willa a levantarse. Parecía estar agotada por el tramo que habían tenido que reptar para llegar hasta allí. El sudor caía por su frente, deslizándose por la vena marcada de su sien.
—Un trabajo excelente, chica —dijo Willa, agarrándola por las mejillas para darle énfasis—. Muy buen trabajo —añadió, soltando una leve carcajada por la emoción del momento—. Y tú... Jesús, no sé cómo has sobrevivido. Lo tuyo es algo fuera de lo normal.
Willa se sentó a mi lado y me sentó mejor contra la pared, agarrándome del cuello para que fijase la vista en sus ojos.
—Tienes un ojo ensangrentado, no vas a poder ponerle ojitos a Brooks. Una pena —bromeó, dándome una suave caricia en la mejilla a modo de golpecito cómplice. Yo arqueé la comisura del labio, intentando mostrar una sonrisa para hacerle saber que seguía su broma—. Bueno, Ewan, trae el botiquín.
—No creo que sea suficiente un botiquín —espetó Quinn, que me abrazaba para sostenerme allí sentada.
—Hola, Jayden —saludó Ewan, que se apresuró a salir del conducto. Llevaba la respiración agitada y portaba unas tres maletas encima. Dejó dos en el suelo, y con una se acercó a nosotras.
—Menuda mierdecilla estás hecha —bromeó Mads, llegando hasta nuestro lado con otros dos macutos más—. Te creía más fuerte.
Ewan desplegó un enorme botiquín en aquel reducido espacio. Había jeringuillas, gasas, desinfectantes y ungüentos para sanar al ejército de Brooks entero.
—No te vamos a curar de inmediato, pero vamos a hacer que no sientas dolor durante un buen rato —aclaró Willa, inyectándome en el brazo algo que me daba igual lo que fuese con tal de que calmase el dolor punzante que sentía incluso al respirar.
—Chicas, hay que ir rápido —advirtió Quinn, que permanecía a mi lado—. No van a tardar en darse cuenta de que... —Justo cuando iba a decirlo, enmudeció. Willa parecía haber pasado por alto el detalle, pero unos segundos después, mientras me grapaba las heridas de la cabeza, la miró expectante.
—¿De qué?
—Patt —alcancé a decir, con la voz ronca—. Era uno de ellos.
—Patricia era del bando de mi padre, era la persona que torturaba a Jayden. La he matado —afirmó Quinn.
La mirada de Willa fue dura, se deslizó entre Quinn, Mads y Ewan. La habían traicionado y ella no se había dado ni cuenta, eso era lo que más le dolía. Cualquiera puede traicionarte, cualquiera puede darte la puñalada, pero no darse cuenta de eso quemaba sus entrañas como si hubiesen encendido la hoguera de su rabia.
—Bien hecho.
No añadió nada más. Tras desinfectarme las heridas, agarró las grapas y siguió uniendo los cortes que habían abierto en mi cabeza. Quinn me curaba las muñecas, acariciando con un algodón las heridas provocadas por los grilletes y luego las vendó con firmeza. Mads me inyectó otra jeringuilla más, y Quinn se preocupó por darme un poco de agua sujetándome la barbilla para que pudiese tragar un poco mejor.
La garganta me dolía solo con el hecho de respirar, y esos pequeños tragos que daba me aliviaron la sequedad y resquemor que me había venido acompañando durante aquellos infinitos días. La humedad se adhirió a mis labios rajados, a mi lengua, a mi boca, a la longitud de mi garganta que pedía más y más agua.
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cielos de ceniza
RomantizmEn un mundo destruido después de la guerra fría el pueblo se muere de hambre mientras trabajan de sol a sol para dar de comer a lo ricos. Solo los Cabezas Rojas tienen el valor para enfrentarse a aquellos que viven en la Villa Verde y harán lo que h...