El rostro demacrado de Jayden me decía que hoy tampoco iba a ser un día tranquilo y apacible bajo el sol de La Reserva. Las costras negras se amontonaban en su ceja, en su labio y en el rabillo de su ojo, que a causa de la inflamación permanecía cerrado. Parecía una bola de billar morada lista para golpear, justo eso le debió haber parecido al malnacido que ayer dictó sentencia para ambas, pero el tiro le salió por la culata.
La sangre seca había teñido los laterales de su pelo de gotas negras con bordes púrpura, al igual que su flequillo castaño que colgaba sobre su nariz. Era casi hipnótica la forma en la que aquel mechón de pelo, sólido por la sangre, se balanceaba a cada paso que daba.
Saqueamos los bolsillos de los cadáveres que habían quedado en la gasolinera. Munición, armas, dinero y una moto cargada de combustible que nos esperaba para partir.
—¿Estás segura de que puedes conducir así? —Le pregunté, cargando la mochila en mi espalda.
—Si no puedo, me obligo —respondió con la voz ronca, sentándose en la moto.
—No quiero morir en un accidente simplemente porque se te plante en las narices conducir con un ojo mal. —Me subí a la moto, colocando mis manos sobre su cintura y escuchando cómo gruñía para sus adentros. No sabía si era por el dolor de mis manos en su abdomen o si era una respuesta a mi comentario—. A mí no me gruñas, que no eres un perro.
—Pues ayer me golpearon como si fuese un perro por defenderte. —Arrancó la moto, y en pocos segundos ya recorríamos la carretera a toda velocidad.
—Si vas a hacer las cosas para luego echármelas en cara, mejor no las hagas.
No respondió. Supongo que no le gustaba aceptar que yo llevaba razón y responder suponía dármela. Como decía el dicho: el que calla otorga.
Los campos de maíz pasaron a ser terrenos y campos de arena, cactus y montañas de color ocre y arcilla que se erguían ante nosotras a medida que avanzábamos. Lo que antes era hierba alta, ahora solo eran matorrales alejados los unos de los otros, sin hojas, esqueletos de una vegetación que ahora apenas parecía haber existido en épocas anteriores.
Estábamos entrando al desierto, a su tierra árida y desolada, a temperaturas extremas, a buscar agua en cualquier lugar que tuviésemos a mano. Los búfalos aun campaban a sus anchas en aquellas zonas del desierto, confundidos por la estación, o quizás por la fina frontera que había entre la llanura y el desierto. Estábamos en mitad de una nada incierta que no nos permitía ver más allá de unas montañas con paredes escarpadas de arcilla que nos acompañaban en nuestro camino hacia la búsqueda de la base del Sur.
—¿Eso es un poblado? —Señalé a lo lejos. Era justo como el anterior, donde la cosa había vuelto a torcerse—. Quizás deberíamos parar a tomar aire.
Por primera vez me hizo caso sin rechistar. Sin 'pero', sin 'y si...', sin nada. Condujo sin más hacia aquel poblado, aparcó la moto bajo el letrero que anunciaba la llegada a "Bootsriver".
—Bootsriver. Hay que ser patético —masculló de mala gana.
—Deja de ser insoportable por un segundo, ¿quieres? —Ella negó, aun teniendo la cara destrozada le quedaban fuerzas para enfurruñarse.
Con las monedas que habíamos encontrado en los bolsillos de aquellos soldados nos dio para comprar agua, latas en conserva y un botiquín decente.
La gente nos miraba al pasar o más bien, la miraban a ella. Ambas íbamos cubiertas de sangre seca, pero Jayden tenía la cara como si le hubiesen cosido el rostro a patadas porque, de hecho, le habían cosido el rostro a patadas.
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cielos de ceniza
RomanceEn un mundo destruido después de la guerra fría el pueblo se muere de hambre mientras trabajan de sol a sol para dar de comer a lo ricos. Solo los Cabezas Rojas tienen el valor para enfrentarse a aquellos que viven en la Villa Verde y harán lo que h...