𝗰𝗮𝗽𝗶́𝘁𝘂𝗹𝗼 𝟭𝟭: 𝗱𝗲𝗹 𝗽𝗿𝗲𝗰𝗶𝗽𝗶𝗰𝗶𝗼

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—Oh, ¡joder! —Jayden le dio tal patada a una de las piedras del camino que la mandó con las que se habían desprendido—. ¡Si no te hubieses caído no nos habrían dejado atrás!

—Pues te hubieses ido con ellas, ¡que yo me levanto sola! —Repliqué, dándole un empujón en el pecho para intentar desestabilizarla.

—Ah, ¿sí? Pues aquí te quedas, búscate un refugio tú sola, querida.

Echó a andar, sin mirar atrás, sin preocuparse por si yo le seguía el ritmo. Intentaba hacerlo, por supuesto, pero sus zancadas eran el doble que las mías. Para alcanzarla debía caminar a un ritmo que no podría aguantar durante mucho tiempo porque mis piernas ya no eran mías. Intentaba controlarlas, hacerles entender que debían quedarse quietas y dejar de temblar como si el suelo se moviese, pero los nervios aún se hacían dueños de mi cuerpo.

—Está bien, tú ganas, yo tengo la culpa de que se hayan ido —admití para que dejase de andar a esa velocidad. Me faltaba el aire y tuve que recuperar fuerzas con las manos sobre las rodillas y la cabeza agachada—. ¿Por qué no gritas sus nombres?

—Hay cazadores, animales peligrosos e infectados. ¿Cuál de los tres prefieres...? —Terminó de hablar pausando sus palabras hasta que acabó la frase y miró a ambos lados con los ojos como platos.

—¿Qué pa...? —Rápidamente se puso un dedo en la boca para indicarme que me callase y luego lo dirigió a su oreja.

Definitivamente estaba escuchando algo que yo no acertaba a oír, excepto cuando el sonido se hizo levemente más grave. Metálico, seco, mecánico. Había escuchado ese sonido antes, pero no sabía dónde.

Eran cuchillas afilándose entre ellas, era el metal preparándose para rebanar la carne a su antojo. Solo el ruido me aterrorizaba y acudí a agarrarme a su brazo como único método de protección.

Rodeé con ambas manos su antebrazo, justo donde tenía tatuada esa señora portando una bandera y caminamos juntas de espaldas, intentando huir sin hacer el menor ruido posible.

—¿Alguna vez te han hablado de "los nucleares"? —Su voz era tan baja que tuve que descifrar lo que dijo. Nucleares ¿pero en qué mundo vivíamos? —. No están infectados... Del todo...

Crack. Era todo lo que hacía falta para que el nuclear levantase la cabeza hacia nosotras como si no tuviese huesos, mostrándonos sus ojos blancos y su baba verde y viscosa cayendo por su barbilla hasta su ropa hecha jirones.

Crack. Y vino hacia nosotras.

—¡CORRE! —Gritó Jayden y prometo que en mi vida había sentido tanto terror.

De repente, las piernas me funcionaban a la perfección y esa velocidad de la que me faltaba al caminar, la recuperé al correr como alma que lleva el diablo.

Jayden disparaba a ciegas, intentaba dar tiros certeros a su cabeza, pero aquella cosa era mucho más rápida que nosotras.

Esa criatura mordía al aire y sus gruñidos se clavaban en mi pecho, en mi estómago, en mis sentidos. Parecía un perro rabioso que buscaba una presa a toda costa, algo que morder y destrozar porque le apetecía, porque beberse nuestra sangre mientras seguíamos vivas pero inertes era su placer.

El camino volvía a estrecharse, pero esta vez no podía parar y agarrarme porque tenía a un ser sobrenatural mordiendo mi nuca.

—¡AGÁCHATE! —Gritó Jayden y acto seguido el nuclear estampó su zarpa de hierro contra la roca, en la que hizo una hendidura. Podría haberme partido la cabeza en dos.

Los pulmones me quemaban, las sienes latían como si el corazón estuviese en la epidermis de mi cabeza, ya ni siquiera sabía dónde ponía los pies y fue eso lo que me condenó al vacío.

cielos de cenizaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora