𝗰𝗮𝗽𝗶𝘁𝘂𝗹𝗼 𝟯𝟮: 𝗾𝘂𝗶𝗻𝗻 𝗺𝗮𝗿𝗶𝗲 𝗯𝗿𝗼𝗼𝗸𝘀

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Me temblaban las manos, las piernas, los párpados y hasta las plantas de los pies. Respirar era como si un puñal me atravesara las costillas para cortar, como si fuesen mantequilla caliente, mis pulmones. A veces prefería no respirar y aguantarme la respiración largos segundos antes que volver a sentir esa punzada aguda que me colapsaba el pecho con cada litro de aire que entraba a mis pulmones.

Iba a morir de todas maneras. Yo sabía que iba a morir, tanto si me quedaba callada, como si confesaba dónde estaba la base de los Cabezas Rojas. Sabía que para mí la vida había terminado y era tan solo cuestión de días que uno de aquellos golpes fuese el golpe de gracia.

Metían mi cabeza en un cubo de agua helada y la mantenían sumergida durante un minuto o dos. Me quemaba el pecho, la garganta, la cara y la parte más sensible del cuello. Me estaba quemando por dentro y por fuera, y cuando veían que apenas podía soportarlo más y comenzaba a tragar agua, me sacaban la cabeza. El momento en el que mis pulmones, de forma autómata, buscaban aire para seguir vivos eran los instantes de mayor dolor que jamás haya experimentado. Se expandían y chocaban con las astilladas costillas que me protegían, pero que cada vez me hacían ir a peor.

—¿No paráis para comer...? —Dije con cierta burla y sorna, ganándome una patada en el costado que volvió a derribarme al suelo.

Perdí la vista por un momento y mis ojos no lograban enfocar su figura, pero Patricia se acercó a mi cuerpo que, totalmente destrozado, intentaba levantarse para recuperar el poco honor que me quedaba.

—¿Quién querría ser como tú? ¿Qué has hecho en tu vida para creerte tan venerable? —Negó lentamente, agarrándome de las mejillas con tan solo una mano para que la mirase a los ojos. Esos ojos cargados de rabia y dolor que se empeñaban en ganarse el favor de otros hundiéndome a mí—. Solo eres una niña que quería ser alguien en un mundo de mierda.

Patricia ordenó que me encadenasen de las muñecas a los grilletes que estaban sujetos a dos columnas y me hicieron colgar como la imagen de un arcaico Jesucristo en aquellas ermitas católicas que aún quedaban en los pueblos de la frontera del Desierto.

—Te matará —mascullé entre la sangre que me llenaba la boca con una risa escondida en una tos seca—. Eres prescindible...

—¿Cómo voy a ser prescindible si soy la que conoce los entresijos de tu casita de muñecas?

—Porque si acaba con nosotros ya no habrá casita escondida, no habrá nada que destruir... No eres nadie. —Con una patada en el estómago acalló toda réplica, y lo único que salió de mi boca fue una arcada cargada de sangre—. Te traigo a alguien que seguro que te suena.

Entre las tinieblas en las que los golpes me habían sumergido, vi aparecer la silueta abultada de un hombre que rondaría los treinta años. Cuanto más se acercaba, más pude distinguir sus rasgos morenos, mentón prominente y traje impoluto, culminado con un pañuelo azul en el bolsillo de su traje de chaqueta.

—Tú fuiste la escoria que se llevó a mi prometida. —La patada que Logan le propinó a mis piernas hizo que mis rodillas desfalleciesen y quedase únicamente sujeta por los grilletes—. ¿¡DÓNDE ESTÁ!? —Me agarró del cuello de mi ensangrentada camisa y casi volvió a poner mis pies en el suelo de la fuerza con la que me sujetó.

—Ella... No quería ser tu mujer... —Tosí en mitad de una sonrisa socarrona y pérfida, arrastrando mis palabras como si cada una de ellas me clavase un puñal en el costado al hablar.

—Tú no sabes una mierda de lo que ella quiere o no. Soy su prometido, y si no me dices donde está... —Le escupí en el ojo la sangre que se había acumulado en mi boca durante ese par de segundos, soltando una carcajada forzada y estridente, agotando las fuerzas que me quedaban en burlarme de él.

cielos de cenizaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora