𝗰𝗮𝗽𝗶́𝘁𝘂𝗹𝗼 𝟭𝟬: 𝗮𝗹 𝗯𝗼𝗿𝗱𝗲

659 97 5
                                    

La luz de la luna entraba por los huecos en los que antes había ventanas. Ventanas que preservaban una vida, una historia, personas. Quizás un amor, complicado o distendido. Algo liviano que te retorcía el alma, o quizás no preservaron nada, porque allí no había nada que valiese la pena.

Dormir era difícil cuando el lecho en el que yacías era un suelo duro y frío lleno de polvo y cenizas, pero parecía que yo no era la única que no podía dormir.

La figura de Jayden se alzaba de espaldas, mirando a una de las ventanas, con la respiración profunda y tranquila, los hombros subiendo y bajando como si no acechase el peligro.

—Eh, ¿puedo hablar contigo? —Mads se acercó a Jayden, colocándole una mano en su brazo para requerir su atención—. Actúas raro últimamente.

—¿Raro es apartarte porque no quiero intimar con gente delante? —Espetó, alzando las cejas y soltando una risa irónica—. No quiero acostarme contigo.

—¿Ahora no quieres? Menuda idiota.

Cerré los ojos al instante, porque Mads se giró en mi dirección bastante indignada.

—Por Dios, Mads, me pasé cinco años pidiéndote salir y tú ni siquiera me mirabas. ¿Recuerdas lo que le dijiste a Patt? Que te daba asco.

Se hizo el silencio.

—¿Vas a sacar eso ahora? —Recriminó Mads.

—Claro que lo saco. Te quejas porque no quiero nada contigo, cuando tú me trataste como una mierda. Sabías lo que hacíamos la primera vez que nos acostamos.

—Entonces ¿no sientes nada por mí? ¿Me lo dices en serio?

—¿Te sorprende o te ofende que no sienta nada por ti? —Tras eso, soltó un gruñido—. Soy militar, no tengo tiempo para gilipolleces de este calibre.

*

Las montañas.

Qué lugar mágico para perderse y vivir una apasionante aventura de supervivencia de la que no sabíamos si saldríamos vivas, aunque, eso sí, llevábamos latas de sobra para sobrevivir durante una semana. Pero ¿sobreviviríamos al frío? ¿Tendrían estos caballos la suficiente resistencia para cruzar esta cordillera? Y, sobre todo, ¿sobreviviría la chica que miraba a su alrededor como si nunca hubiese visto un árbol?

No había visto nada más genuino que su mirada antes de subir al caballo. No sabía qué iba a pasar, de hecho, nadie quería asustarla con la travesía que íbamos a comenzar, pero miraba a su alrededor como si nunca hubiese visto un árbol, una ardilla o la nieve.

Las primeras horas de ruta siempre eran sencillas e incluso se disfrutaban. El sol nos daba de lleno en la cara, la temperatura rozaba los veinte grados y acabábamos de desayunar los restos de una lata de maíz. Se podría decir que íbamos con el estómago lleno, dentro de lo que cabía, claro.

Pero el camino comenzaba a estrecharse y lo que parecían bóvedas verdes que nos protegían del sol, ahora se convertían en callejones angostos llenos de raíces que sobresalían la tierra e imposibilitaba que los caballos pudiesen caminar con facilidad.

—Podrías ir más despacio —recriminó Quinn, que gruñía cada vez que el caballo daba un paso.

—Podría, pero no quiero, querida.

—Hay que dejar los caballos —sentenció Willa—. Iremos más rápido andando, aunque cuando crucemos la cordillera tengamos que seguir a pie.

Willa siempre llevaba razón. Willa siempre calculaba y precisaba sus acciones anticipándose a lo que iba a pasar, era esa persona a la que tenías como modelo y pensabas que, en algún momento de tu madurez llegarías a ser como ella, pero no era así, porque Willa sólo había una. Su clarividencia y nitidez de ideas eran virtudes que sólo unos pocos tenían y por eso ella era Willa, y nadie más podía serlo.

cielos de cenizaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora