No supe si lo dijo porque necesitaba despertase, o porque quería que yo la despertase. Nunca lo sabría, porque la mirada inquisidora de Mads me atravesó desde el final del pasillo. No tuve que decir nada, ni siquiera moverme, para que exclamase: "¡Ponedle unas esposas a esa prisionera!", lo cual fue gracioso porque nadie se inmutó con sus gritos.
Quise ignorarla durante toda la mañana y obviar las miradas esquivas de algunos de los militares. Todos sabían quién era yo, todos sabían que me habían secuestrado, y aún nadie se explicaba por qué caminaba por ahí como si fuese uno de ellos, porque no, no lo era. Yo era la hija del jefe de la nación, del Capitán de los Cascos Azules, del máximo responsable de muertes y torturas que venían asolando el país desde que tenía consciencia.
Me senté a desayunar en una esquina del comedor, tan solo un vaso de leche de búfala, gachas y un huevo cocido. Si hacía unas semanas me dijesen que estaría desayunando aquello en una base de los enemigos de mi padre no me lo creería. Como tampoco me creería que mi boda con Logan ya no existía, y él en mi vida tampoco. Era libre. Era una mujer libre que podía decidir, que no tenía ataduras ni obligaciones. Una mujer a la que nadie le iba a poner un dedo encima sin su consentimiento nunca más.
Nunca había sido libre, ni siquiera para sentir. Desde pequeña sabía que debería casarme con el primogénito de los McIntosh, que debía tener hijos y mantenerme muy callada. Lo acepté sin rechistar, sin poner en duda lo que me decía porque lo veía normal, pero fuera de la Villa nada era así y lo que poco a poco me fueron inculcando hasta asentar en mi cabeza, se derrumbó en cuestión de días, porque la libertad era carne fresca, oxígeno que llenaba mis pulmones y un horizonte que antes chocaba con el muro de la Villa.
—Hola, ¿está libre? —Una muchacha señaló el banco frente a mí, yo asentí—. Me llamo Helena.
—Encantada, yo soy... Bueno, ya sabes quién soy —musité, cerrando la boca a medida que avanzaba la frase. Ser quien era en ese ambiente hostil me amedrentaba.
—Sí, veo muchas miradas por aquí. Dicen que te has cambiado de bando, ¿es verdad? —Alzó una ceja, comiéndose una cucharada de gachas.
—Ehm... ¿Vienes a hacerme una entrevista?
—Oh, no. Es solo que la gente está nerviosa. No saben si confiar en ti, por eso te lo preguntaba. —Enredó sus dedos en los rulos rojizos de su melena cobriza y los apartó de su cara.
—Sí, bueno, podría decirse que he cambiado de bando. No quiero que la gente siga sufriendo, ¿te sirve esa respuesta?
—Me alegro de que pienses así, además, toda la ayuda que nos pueda llegar del otro lado es poca. —La muchacha tomó un sorbo de su leche, llenándose ambas mejillas de líquido.
—No sé si puedo servir de mucha ayuda, si es eso lo que quieres —contesté de mala gana, dejando caer la cuchara sobre las espesas gachas que llenaban mi plato.
Agarré la bandeja para levantarme y tirarla en uno de los grandes cubos de basura, pero la muchacha me agarró del brazo con fuerza para que parase en seco.
—Eh, estaba intentando ligar contigo, no sacarte información. —Se le formó una sonrisa en los labios al decirlo, como si así fuese a derrumbarme en sus brazos por la ternura que me provocaba.
—¿Ligar conmigo? —Pregunté incrédula. La muchacha se levantó de su asiento, quizás en el intento de quedar más cerca de mí al levantarse—. No quiero ser grosera, pero...
—Habrá una fiesta esta noche en el Saloon del pueblo. Ven, te lo vas a pasar bien. —Y con un leve toque en la barbilla pensó que era buena idea incitarme a ir.
ESTÁS LEYENDO
cielos de ceniza
RomanceEn un mundo destruido después de la guerra fría el pueblo se muere de hambre mientras trabajan de sol a sol para dar de comer a lo ricos. Solo los Cabezas Rojas tienen el valor para enfrentarse a aquellos que viven en la Villa Verde y harán lo que h...