Esa fue la primera mañana en la que no me sentí culpable por lo que hice en la cama. No sentía vergüenza por ser un maniquí con el que alguien se desquitaba, ahora no solo era el objeto de deseo, sino que también era el sujeto de ese deseo. No era lo mismo desearme para satisfacerte, que desearme para satisfacerme, pero, a pesar de eso, esa mañana tuve miedo.
Jayden no estaba a mi lado cuando abrí los ojos y me invadió el pánico. Por un momento pensé que me había dejado allí, que había huido presa del miedo a quererme, pero seguía en la habitación. El sonido de sus botas venía desde el baño junto con el sonido del grifo abriéndose.
Aproveché para vestirme con la ropa ya seca y entré en el baño, quedándome bajo el umbral de la puerta —inexistente— para captar la atención de Jayden. Tenía la cara mojada y las manos apoyadas en los bordes del lavabo, observándome con una sonrisa tibia. Una gota de agua le caía de la punta de su nariz y los tatuajes relucían bajo la fina capa de agua con la que se había frotado para refrescarse. Todo me hacía tener ganas de ser exclusivamente suya. Desde su pelo mojado cayendo en su frente, sus brazos musculados sin un trozo de piel sin tatuar hasta la forma en la que su camiseta entraba en su pantalón militar.
—¿Has dormido bien?
Ni buenos días, solo si había dormido bien.
—Sí, solo que he pasado un poco de calor. ¿Y tu tobillo?
—Bien, antes de subir con la comida la mujer del mostrador me dio un par de analgésicos y tengo el tobillo mucho mejor. —Se pasó la mano mojada por el pelo antes de alejarse del lavabo.
Percibía cierta tirantez y tensión en el aire y no sabía por qué.
—No quiero crear una situación incómoda, pero estás un poco rara y distante —dije, observando cómo Jayden reía y se llevaba las manos a la cara, frotándosela—. ¿Qué ocurre?
—Que no me apetece poner distancia entre tú y yo —dijo con algo de vergüenza, pasándose la mano por la nuca—. Y no sé si tú quieres fingir que lo de ayer no pasó.
—No, no quiero fingir que lo de ayer no pasó. —Una pequeña sonrisa se le dibujó con timidez en su rostro—. ¿Por qué debería fingir que no ha pasado?
—No sé, quizás te da vergüenza por mí.
Y ahí de pie, con las manos apoyadas sobre sus caderas, el blanco de uno de sus ojos inyectado en sangre, el otro ojo morado y una raja que le cruzaba la cara, pero el origen de su fragilidad era yo.
—No, me gusta estar contigo, Jay.
Bajamos al mostrador de la posada y la señora que nos atendió estaba ahí con el mismo libro en la mano. Nos miró alzando los ojos por encima de sus gafas y creo que sonrió, aunque no lo tenía muy claro.
—Buenos días —saludó Jayden, parando delante del mostrador.
—Buenos días, ¿qué tal? —Ninguna de las dos respondió, supongo que esperábamos que la señora siguiese hablando—. ¿Has conseguido dejarla embarazada?
Yo quería morirme, pero a la señora parecía hacerle gracia y a Jayden también porque no había ningún rastro de vergüenza en ella, que se rio también.
—Llámame en un par de meses y te cuento. —Le di un codazo a Jayden del que se quejó.
—Mujer, las paredes son de madera. Os he escuchado yo y os ha escuchado el pueblo de al lado —explicó la mujer, cerrando el libro que tenía en la mano.
—Lo entiendo —respondí en voz baja con la cara escondida detrás del brazo de Jayden.
—Bueno, ¿venís a entregarme la llave de la habitación?
ESTÁS LEYENDO
cielos de ceniza
RomanceEn un mundo destruido después de la guerra fría el pueblo se muere de hambre mientras trabajan de sol a sol para dar de comer a lo ricos. Solo los Cabezas Rojas tienen el valor para enfrentarse a aquellos que viven en la Villa Verde y harán lo que h...