𝗰𝗮𝗽𝗶𝘁𝘂𝗹𝗼 𝟮𝟰: 𝗳𝘂𝗲 𝘂𝗻 𝗽𝗹𝗮𝗰𝗲𝗿 𝗰𝗼𝗻𝗼𝗰𝗲𝗿𝘁𝗲

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—¿Desde cuándo sabes montar a caballo? —Se burló Jayden, sonriendo desde su caballo con las bridas enredadas en sus dedos.

—Sabes pocas cosas sobre mí —advertí, chasqueando la lengua.

—Pero si hace nada llorabas porque te dolía el culo al montar a caballo —espetó. Su figura se movía serpenteante por el paso del caballo, como si así quisiera seducirme de nuevo.

—Porque me llevabas fuera de la montura, gilipollas. —Ella se rio en voz alta, echando la cabeza hacia atrás—. ¿Ya no te parezco tan niñata?

—Sigues siendo una niñata, Brooks, solo que ahora te tolero un poco más.

Hice que mi caballo acelerase el trote para ponerme a su lado y trotamos en silencio a través del desierto. Quería hacerle mil preguntas, quería saber qué le gustaba tomar por las mañanas cuando tenía opción de hacerlo y qué hacía cuando tenía tiempo libre, pero me temía que las respuestas no iban a ser agradables.

Mientras trotábamos sus ojos no paraban de escanear lo que nos rodeaba a pesar de que estábamos solas en mitad del desierto.

Después de horas cabalgando bajo el sol, el cartel de madera anunciaba que habíamos llegado al poblado de Knoxtenville y aunque se caía a pedazos y corríamos el riesgo de acabar con un trozo de madera incrustado en el cráneo, nos atrevimos a pasar rápido.

—Bueno, busquemos una habitación en la que pasar la noche.

—¡Forasteras! ¡Fuera de nuestro pueblo! —Se escuchó una voz estridente pero no supimos de dónde venía, hasta que una flecha alcanzó la clavícula de Jayden, que bramó de dolor y se arrancó la flecha en el acto.

—Pero ¡qué coño...!

A mí me atrapó el pánico, pero no por mí, porque la sangre salía de su hombro empañando su camiseta.

—Mierda, Jay —musité al ver la sangre que empapaba su camiseta. No nos dieron tiempo a reaccionar, pues una masa de gente inquieta y sedienta de sangre se amontonaba sobre nosotras.

—¡No venimos a hacer daño a nadie! Solo buscamos un sitio donde descansar —expliqué, poniendo una mano sobre la herida de Jayden para taponarla.

—El forastero que entra aquí, no sale —afirmó el hombre, entornando los ojos y levantando su poblada barba para mirar al cielo—. Solo traéis problemas. ¡Llevadlas a la guillotina!

—Y una mierda, no mancilles la Revolución Francesa para hacer estas tonterías.

La forma irónica que Jayden tenía de enfrentarse a la gente no era la mejor, pues sus comentarios lo único que conseguían eran enfadar aún más a la muchedumbre, que, furiosa, pedía nuestra muerte.

—¡Cállate, nos van a matar! —Exclamé a la vez que sentía que unas cuerdas volvían a coartar mi libertad, que tenían sed de muerte y yo no lo podía controlar.

Íbamos a morir, eso estaba claro. Mientras nos llevaban hacia el macabro escenario de nuestra muerte, Jayden y yo nos miramos sin saber qué decir. Vi la decepción en su rostro, vi la pena instalada en la mirada de alguien que nunca le tuvo miedo a la muerte y que ahora lo veía en tus ojos.

Nos colocaron de rodillas en la madera, espalda contra espalda, y las puntas de nuestros dedos se rozaron. Nuestras manos se abalanzaron la una sobre la otra, intentando agarrarse y buscar un punto de apoyo para morir juntas.

—Perdóname. Todo es por mi culpa —murmuró, apoyando su cabeza contra la mía. Sentí su peso vencido y débil, como el que ya sabe que va a morir. Como el que espera en el pasillo a que le den su sentencia, como el verdadero culpable de todo esto.

cielos de cenizaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora