Capítulo 3

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3: Viva Amy

Descubrí, por un mensaje de Max, que no había podido asistir al ensayo porque tenía diarrea explosiva. Entendí su problema perfectamente y le deseé una pronta recuperación.

Como era sábado, me quedé en la cama hasta que se hizo de tarde. Mamá se fue a trabajar, pero yo simplemente estuve mirando televisión hasta que mis ojos me pesaron y me volví a dormir.

Eran casi las siete cuando recordé que el lunes tenía examen. Me levanté tan rápido de la cama que me mareé. Comencé a estudiar tanto como pude, hasta que una llamada me interrumpió. Respondí, usándolo como excusa para no seguir estudiando, y escuché varios gritos.

—¡Tenemos...! —era Amy y no sé quiénes más.

No escuché lo otro, todo eran gritos que no pude distinguir bien.

—Estoy estudiando.

La línea se quedó en silencio unos segundos, escuché la respiración acelerada de Amy.

—Ven ya mismo a mi casa. Mañana tenemos concierto.

Mi cabeza me dijo que estudiara, pero mi corazón me insistía en que fuera. Me puse cualquier cosa, como siempre, y cuando me colgué la bolsa en el hombro y bajé las escaleras vi a mamá en la puerta de entrada.

—Vuelvo más tarde... —estaba a punto se salir se casa cuando me agarró del brazo.

—Quiero hablar contigo.

—¿Es tan urgente?

Me hizo ir con ella al salón y sentarme en el sofá. Quería irme ya, pero hice un esfuerzo para escucharla.

—Nos van a embargar la casa.

Creí que había escuchado mal.

—¿Qué? —me pitaban los oídos.

Ella suspiró y apoyó sus manos en el regazo para mirarlas fijamente, estaba llorando. Le puse una mano en el hombro, aunque estaba temblando.

—Me han bajado el sueldo y pensaba que podía pagar, pero...

—Tranquila —la interrumpí—. Puedo conseguirnos dinero. Tengo una banda, ¿no? Si nos humillamos delante de los dueños de los bares seguro nos pagan para cantar.

Ella negó con la cabeza y se levantó del sofá. Pasó sus manos por su cara y me miró, parecía que ya había decidido algo.

—Ricky me ha ofrecido su ayuda.

Asentí, aliviada, pero espantada. No me daba buena espina ese hombre, pero si nos había ayudado, estaría agradecida con él.

—Qué bien —respondí y me levanté del sofá, pensando que el problema estaba solucionado.

—Quiere que nos mudemos con él.

Detuve mi camino, estaba yéndome del salón. Me giré hacia ella y me eché a reír.

—Qué graciosa.

Ella negó con la cabeza, parecía desesperada y la entendía, por supuesto. Pero ella tenía que entenderme a mí. No iba a irme a vivir con alguien que apena conocía.

—Celia...

Me fui del salón y corrí hacia el garaje para agarrar mi bajo y colgármelo en la espalda. Mamá me seguía de cerca intentando hablar conmigo, pero cogí mi bici (que era pequeña porque la tenía desde que tenía ocho) y me fui pedaleando.

—¡Cuando vuelvas hablamos!

Tardé más de lo esperado en llegar a casa de Amy. Mi corazón latía a toda velocidad. Necesitaba hablar con mis amigos.

Pero cuando llegué al garaje de la pelirroja, el cual estaba abierto, vi que mis amigos estaban demasiado felices como para amargarlos con mi mierda.

Aparqué mi bicicleta y se giraron para mirarme. Corrieron hacia a mí para comenzar a gritarme cosas sin sentido.

Los callé y me giré hacia Amy para que me lo explicara todo.

—Os he conseguido un concierto mañana.

Grité con ellos y celebramos en el garaje con zumo de manzana. Nos sentamos en círculo felizmente. No quise explicarles lo que me había pasado en casa, aunque en el fondo lo deseaba.

—Deberíamos decidir que canción tocamos... —recordó Kate.

—Pues sí —estuve de acuerdo—. ¿Pero dónde vamos a ir a tocar?

Todos se quedaron callados y Max me miró con una mueca.

—A The Owl....

The Owl era un bar en el que los futbolistas y las animadoras de nuestro instituto iba cada fin de semana a cenar y burlarse de los frikis. O sea, de nosotros.

—Ah, bueno...

Claro que me importaba, pero ¿qué podía hacer? Más tarde, me enteré de que pagaban cien dólares a cada uno, lo cual era una locura.

Decidimos tocar Heaven Knows I'm Miserable Now. Kate cantaba, yo tocaba el bajo y Max la guitarra.

No sonamos bien las primeras cinco veces, ni las siguientes diez. Pero comenzamos a mejorar a las tres de la mañana, cuando un vecino nos tiró una patata podrida para que nos calláramos ya.

No quería volver a casa, pero tuve que hacerlo. Las luces estaban apagadas, así que confié en que mamá estuviera dormida.

Dejé la bicicleta en el garaje y subí las escaleras de puntillas cuando, de repente, sentí una mano en mi hombro. Pensé que era mamá, que aún estaba despierta.

Pero era Ricky.

Bufé mirándolo. ¿Qué hacía aquí?

—Tu madre estaba muy preocupada, Celia.

—Dile que lo siento —me limité a decir y estaba caminando hacia mi habitación cuando me agarró del brazo. Me miró con el ceño fruncido.

—Tienes diecisiete años y, probablemente no lo entiendas, pero la quiero y me preocupo por ella. Le ha dolido que te fueras y pensaba que... —baja la voz antes de decir lo siguiente—: Ella creía que habías hecho algo.

Se me detuvo el corazón e hice una mueca. Yo sabía por qué había pensado eso, pero no quise decírselo a Ricky.

—No tenéis que mudaros esta semana, pero sí antes de que se acabe el mes: que es cuando os embargarán la casa. No quiero sonar mal, pero si tú no quieres venir, no vengas. Después de todo, quien verdaderamente me preocupa, es tu madre.

Sé que si mamá lo hubiera escuchado hablarme así, hubiera preferido quedarse en la calle a irnos con él, pero supongo que estaba muy dormida para oírnos. Y supongo que él tenía razón, no me quería a mí: sino a mamá.

Aquella noche, me fui a mi cuarto con lágrimas en los ojos y abrazando a mi bajo hasta que caí dormida.

En noches como esa, echaba de menos a papá y lo culpaba por lo que hizo.

Tus espinasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora