Capítulo 41

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41: Voy a hacer ver que no me lo esperaba

(escuchad la canción, he llorado pensando en Celia y sus papá con esta canción de fondo)

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Las estrellas son más bonitas cuando las ves con alguien a quien quieres. Eso es algo que yo sé muy bien.

Recuerdo los veranos con papá. Solíamos sentarnos en el porche mientras él tocaba la guitarra y se inventaba constelaciones para hacerme reír.

—Esa de ahí es Celiaca —dijo mientras miraba el cielo regalándome una sonrisa sincera.

Me reí y, cuando se giró hacia a mí, no tenía cara.

Su cara estaba borrosa. Me levanté de la silla y fruncí el ceño. Cuando habló, no pude escucharlo. Ni verlo. Se estaba desvaneciendo.

—¿Papá? —inquirí caminando hacia su silla para tocarlo, pero no pude sentir su tacto.

***

Toqué la puerta de su consulta, varias veces seguidas. Como en recepción no había nadie, pasé sin permiso. Me temblaban las manos y mi espalda dolía de haber caminado durante media hora con la mochila en mis hombros.

Tardó unos segundos en abrirme. Marissa me miró sorprendida y yo estuve agradecida de no ver a nadie en su consulta. Caminé rápidamente hacia el interior de la habitación, ella no trató de detenerme. Tiré la mochila al suelo

—¿Celia? Hoy no tenías cita... —me habló en un tono suave y yo asentí, lo sabia. Me pasé las manos por la cara y entonces suspiré, sacudiéndolas nerviosamente.

—Lo sé, es que... —suspiré y cayó una lágrima por mi mejilla. Entonces vinieron las demás y ya no puse contenerme. Caminé de un lado para el otro hasta que me atreví a hablar de nuevo:— Soy tan infeliz.

Marissa frunció el ceño caminó hacia a mí para posar su mano en mi hombro. Intentó que me calmara y parara de caminar, pero me alejé para seguir hablando.

—Su foto era lo único que me hacía recordarlo —susurré apartando las lágrimas de mi rostro.

—¿Qué foto? —ella me preguntó con el ceño fruncido mientras me ayudaba a sentarme en el sofá.

—Su foto. Nuestra foto —sollocé tapándome la cara con las manos—. Eso da igual... Esta mañana.... Me he dado cuenta de que... no me acuerdo de su voz. —No era algo nuevo, pero era la primera vez que lo admitía en voz alta.

Marissa no me interrumpió, se arrodilló delante de mí y me escuchó atentamente. Ya que había empezado, no pude detenerme.

—Y no puedo soportar mirarme al espejo. Odio mi piel. Odio mi olor. Odio cómo pienso, cómo me siento, cómo me veo... Es que... Soy él. Y ya no lo soporto. No quiero seguir viéndolo.

Me tapé la boca con las manos para tratar de detener los sollozos que comenzaron a salir se mí, pero sentía que estaba al borde de un ataque de pánico.

—Celia —su voz era tranquila, me hizo sentir un poco más relajada—. ¿Has estado teniendo pensamientos... suicidas?

No era como papá. No quería ser como él.

Tus espinasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora