Capítulo 35

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35: Con Cheetos todo se arregla (no es publicidad)

Cigarettes after Sex sonaba de fondo. Sentía su brazo junto al mío y su respiración calmada. Escuchaba cómo masticaba las Cheetos a mi lado y suspiré, finalmente.

Quise decirle algo. Pero no sabía el qué. Me apetecía simplemente escuchar su voz, pero no quería sonar patética.

Entonces, posó una mano sobre mi hombro. Me sonrojé un poco antes de mirarla. Agh, era tan estúpida. Solo me había tocado el hombro y ya me estaba derritiendo.

—Siento lo de ayer —susurró mordiéndose el labio—. Eh... —se mordió el labio— No quiero dejar de llevarme bien contigo.

Por su tono, parecía que me estaba pidiendo que no la dejara.

—No pasará —le aseguré—. Tranquila... Tú también me caes bien.

Había demasiada tensión. Tensión por cosas no dichas. Tensión por querer hacer algo que no debíamos.

Su dedo meñique acarició el mío. Aún nos estábamos mirando fijamente, nuestras manos estaban en el banco. Quise mirar hacia esa dirección, pero no me atreví. No quise, más bien.

—He hablado con Karlah —susurró—. Sigue negándose a ayudarnos.

—Ah.

No me interesaba Karlah.

No en ese momento.

No sé cómo describirlo ahora mismo. Sentía como... una cuerda que tiraba de mí para que la besara. O bueno, ya ni siquiera besarla. Sino tocarla, acariciarla, apartarle ese mechón de pelo que siempre tapaba su cara... Tenía que estar repitiéndome constantemente que no debía hacerlo.

Rachel no estaba soltera. Rachel era heterosexual. Rachel.

Rachel. Rachel. Rachel.

Era lo único que estaba en mi cabeza: ella.

Y sus ojos verdes. Y sus labios rojos. Y su perfume de fresas. Y sus manos. Y esa falda que se le subía ligeramente cuando se sentaba, haciendo que pudiera verle bastante piel de los muslos...

Me sentía enferma. Enferma por su culpa.

Ella era mi enfermedad.

Entonces, sonó su teléfono. Se apartó totalmente de mí e hice lo mismo, un poco incómoda por mis pensamientos. ¿Qué me pasaba? Quería enterrar un agujero en el suelo y meterme en él para siempre.

—Ah... Sí, bebé... Ya voy.

Agh, ese gilipollas otra vez.

Rachel colgó y me miró. Parecía incómoda, pero intentó actuar como si no pasara nada. Recogió la bolsa de patatas y se abrochó el abrigo. Me levanté del banco y escondí mis manos en los bolsillos de mi abrigo.

Abrí mi boca para decirle algo, pero caminó hacia su coche y suspiré, mirando por última vez las luces del pueblo desde ese lugar en concreto. Acabé siguiéndola y entrando en el coche. Por suerte, no hacía tanto frío dentro y pude sacar las manos de los bolsillos.

Tus espinasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora