Capítulo 54

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54: Te quiero

No recuerdo qué pasó después de enterrar a papá. No recuerdo el tacto del tallo de la rosa entre mis dedos, ni el sonido de mis propios sollozos. No recuerdo nada.

Y aún así, todo me resultó demasiado familiar cuando estuve plantada enfrente a la que sería la tumba de mi abuela. Vinieron personas al funeral, pero sobre todo amigos de Richard.

Todo era demasiado es oscuro, demasiado triste y demasiado callado. Nadie estaba hablando, nos limitamos a mirar cómo el ataúd de mi abuela descencía hasta estar metros bajo tierra.

Mamá estaba llorando. Sus mejillas estaban rojas y gimoteaba como si no pudiera respirar. Jamás la había visto llorar así, ni cuando murió papá, ni cuando me ingresaron en el hospital.

—No pasa nada, Cata —susurró Richard, acariciándole el pelo y mirando en dirección a la tumba.

Los miré durante unos instantes, queriendo adivinar cuáles eran las intenciones de Rick. ¿Pero por qué tenía que haber algo malo? Estaban casados, era lo normal.

—¿Alguien quiere decir unas palabras? —preguntó el cura y me miró a mí, ya que mamá se estaba desmoronando, pero ¿qué iba a decir yo? Hacía años que no la veía. Ni siquiera vino al funeral de papá, a ella él nunca le cayó bien.

—Yo —dijo conteniendo un sollozo mi madre. La miré con el ceño fruncido. ¿De verdad iba a hacerlo?

El cielo estaba nublado, en unas horas comenzaría a llover. Pero no quise mirar arriba porque entonces me distraería del discurso de mamá. Ella seguía llorando, pero Rick la sostenía.

—Muchos aquí no sabréis quién es... era Marcela Hernández.

Se limpió las lágrimas con un pañuelo de papel y miró hacia la tumba. Nadie se atrevió a interrumpirla, no hubo ni un solo sonido.

—Pero ella no era solo mi madre, era mi compañera —continuó secándose las lágrimas porque no paraban de caer—. Hizo de padre y de madre. Se encargó que siempre hubiera un plato de comida en la mesa y un beso de buenas noches. Y yo la decepcioné eligiendo al hombre equivocado. Demasiado joven y demasiado estúpida, me enamoré y la abandoné.

Sentí algunas miradas sobre mí. Estaba claro que hablaba de papá.

—Y ahora me arrepiento de no acordarme de cuándo fue el último plato que puso sobre mi mesa y el último beso que dejó sobre mi frente. Lo siento, mamá. Siento haberte decepcionado.

Y volvió a sollozar. Y Richard la volvió a abrazar, porque supongo que eso es lo que hacen las parejas.

Sentí a alguien sostener mi mano y me aparté inmediatamente, pero solo era Rachel. No se había maquillado, lo cual era extraño. Pero tenía ojeras bajo sus ojos y sus labios estaban mordisqueados.

Hizo ver que no le dolió mi rechazo y jugueteó con las puntas de su rizo, sin apartar sus ojos de los míos.

—¿Cómo lo estás llevando? —susurró, pues ahora todos se habían puesto a rezar por el alma de mi abuela.

Alma que debería de haber estado reposando en Argentina, donde pertenecía, pero que a nadie pareció importarle.

—Estoy bien —respondí y me giré para fingir que estaba rezando con los demás, aunque no rezaba desde que vivía en Argentina.

Rachel se puso a mi lado y tuve que oler su perfume durante el resto de la ceremonia, donde el cura dio un discurso que no escuché y algunas personas dejaron rosas en la lápida de mi abuela.

Marcela me enseñó a leer y a escribir. Era muy pequeña cuando papá fue ingresado en el hospital por sobredosis. Mamá estuvo con él y yo estuve un tiempo con mi abuela. No pude ir al colegio, ella no podía llevarme y yo no podía ir sola. Así que me enseñó a leer, a escribir y a reírme de chistes estúpidos que me contaba.

Tus espinasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora