Capítulo 8

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8: Nos descubren

Al día siguiente, fui con Kate al instituto. Max y Amy no nos preguntaron por qué, con la cara que tenía Kate ya se imaginaron que era algo grave.

Yo, por mi parte, no quería contarles nada porque no era mi asunto, pero deseaba que Kate si quisiera decírselo, no me gustaban los secretos entre nosotros.

En la cafetería, fue el momento del día en que estuvimos todos reunidos, en silencio. Amy miraba fijamente a Kate, intentando averiguar qué le pasaba. Y Max, como bien la pelinegra había dicho ayer, tenía cara de que le daba igual todo.

—¿Has estudiado para el examen de matemáticas? —le pregunté a Amy, para romper el hielo y ella apartó sus ojos de Kate.

—Llevo desde el mes pasado estudiando. Voy a sacar la mejor nota.

—Qué humilde —bromeé y se enserió. Me encogí en mi silla. Amy no era de las que se enfadaban pero, cuando algo la molestaba, daba miedo.

—¿De qué me sirve ser humilde? Sé que sacaré la mejor nota porque me he esforzado para que eso pase. No estoy siendo egocéntrica, solo tengo seguridad en mí misma. Apuesto a que tú ni siquiera has abierto el libro.

Alcé las cejas contrariada. Estaba bien que se molestara por mi comentario porque tenía derecho a enfadarse, pero no justificaba que me ofendiera.

—Era solo una broma, Amy. Y te equivocas, sí que he estudiado. No tanto, claro. Siento mucho que mi vida no se base en sacar las mejores notas para que mis padres no estén decepcionados de mí.

Max ya había parado de mirar a las musarañas y nos prestaba atención. Kate parecía nerviosa, supuse que no le gustaban las discusiones por lo de sus padres.

Me levanté de mi silla, orgullosa, y, tras recoger mis cosas, me fui de la cafetería con la cabeza alta. Tampoco estaba enfadada, simplemente ofendida. Y, si ella se disculpaba, yo haría lo propio.

Como aún quedaban minutos para volver a clase, me dirigí hacia el baño para lavarme la cara y peinarme un poco.

Mi pelo era una maraña indomable que había de estar peinando siempre a cada hora. Por eso lo odiaba y, la mayoría de veces, no lo llevaba suelto. Siempre me hacía una cola o una trenza. A veces simplemente me ponía unas pinzas para mantenerlo a raya.

Al entrar al lavabo, me encontré con Rachel y Sonia retocándose el maquillaje frente al espejo. Ambas llevaban una camisa blanca corta y una falda rosa. Iban muy arregladas para estar en un instituto público.

No dije nada e intenté entrar en uno de los cubículos, pero estaba ocupado. Así que me quedé esperando apoyada en la pared mientras escuchaba su conversación.

—Me llevará a conocer a su abuela —se rió Rachel, súper emocionada. Aunque, en el fondo, parecía que se quería matar.

No quería asumir eso. Quizá era feliz con su novio, pero si te fijabas (de verdad) te dabas cuenta de que no era del todo cierto.

—Intenta no parecer una zorra —se rió Sonia y la miré mal, aunque no me vio.

—No lo soy.

Se quedaron calladas y continuaron retocándose el maquillaje. Al salir, Rachel me miró de reojo y Sonia me pisó el pie a propósito.

Tus espinasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora