Capítulo 7

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7: Quiero quemarlo

Volví a casa a la diez de la mañana, como había prometido. Mamá ya me esperaba en la puerta, tuve que subir rápidamente a dejar el bajo en el piso de arriba para poder unirme a ella.

Fuimos a pie al centro comercial, ella no dejó de hablar en todo el camino sobre el día que tendríamos. Aunque ella apenas tenía dinero, quería gastárselo en mí.

—¿Si no tenemos dinero por qué nos vamos de compras? —inquirí, poniendo mis manos en los bolsillos de mi chaqueta. Hacía un poco de frío.

Se quedó callada durante unos segundos, antes de mostrarme una tarjeta de crédito. Era de Richard Franklin, el novio de mamá.

No me atreví a mirarla. Él le había dejado su tarjeta de crédito, ¿tan rico era? ¿y tan en serio iban?

Bueno, como no tenía tarjeta de crédito no opiné.

—Sé que Ricky no te cae bien, pero...

—Es su hija la que no me cae bien —rectifiqué y bufó. Estábamos cruzando el paso de cebra, ya casi habíamos llegado al centro comercial.

—Pues yo creo que es una chica encantadora y con un futuro prometedor.

—Tú no la conoces —le recordé.

—¿Y tú sí?

Evité su mirada y nos limitamos a caminar por el centro comercial. Mamá me obligó a hacerme las uñas y a comprarme dos pantalones nuevos. No sabía cómo se tomaría Ricky que nos gastáramos su dinero en todas esas cosas. Mamá no escatimó en gastos, se compró todo lo que quiso tener siempre.

Y que con papá no pudo.

—¿Te gusta este vestido? —señaló uno con lineas amarillas y azules.

—Quiero quemarlo —respondí demasiado alto. A mi lado, una señora usaba uno igual y me miró mal—. Me refería a ese —señalé otro, que estaba al lado, para intentar despistar.

Debo admitir que no me lo pasé tan mal esa mañana. Lo peor vino al salir del centro comercial. Vi a Ricky fuera con una gran sonrisa. Nos estaba esperando, muy emocionado.

A ese tío realmente le daba igual que nos puliéramos todo su dinero.

—Hola, caramelito —saludó a mi mamá y la miré mal.

Qué estaba pasando.

—Hola, osito.

Se dieron un beso y aparté le vista rápidamente intentando no vomitar. Ricky me saludó cuando los volví a mirar y nos dirigió hacia su coche, que estaba aparcado a una calle.

—Así que, Celia... Tu madre me ha dicho que tocas el bajo —me comentó él. En ese momento le miré tan fijamente que noté el entrecejo que tenía y las canas que comenzaban a salirle.

—Sí.

Me sonrió y, al llegar al coche, sacó del interior de éste una funda de bajo. Me la pasó y al principio, antes de cogerla, pensé que estaba vacía. Pero estuvo a punto de caérseme cuando noté que había algo dentro. Lo miré con duda, antes de entrar en el coche para sentarme, ponerme la funda en el regazo y abrirla.

Tus espinasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora