Capítulo 56

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56: Lágrimas que no caen

Después de ver el cadáver de mi padre en el suelo, no volví a llorar por él. Ni en el hospital, ni en el velatorio ni en el funeral. Los demás, incluso gente que en mi vida había visto, sí lo hacían. Sollozaban, se quejaban e incluso exclamaban su nombre con dolor. Yo me dedicaba a mirarlos mal. Ellos me miraban con pena.

Ambos días, el velatorio y el funeral, estuvieron llenos de abrazos, pésames, y palabras que se suponía que tenían que ser reconfortantes. "Ahora está en un lugar mejor", "Al menos fue rápido", "Ya nos lo veíamos venir, por eso duele menos".

No quise ver el cadáver de mi padre en aquel ataúd, pero tuve que hacerlo porque era lo que todos esperaban. Su piel estaba amarilla y la herida de su cabeza era horrible. No quería que esa fuera la última imagen que tuviera de él en mi cabeza, pero fue así.

Mamá también entró, pero ella tampoco lloró. No se lamentó porque lo odiaba. Y yo también la odié un poco en aquel momento. Me daba rabia que los demás lloraran, pero ¿por qué ella no lo hacía?

El día del funeral tuvimos que ir primero a la misa. Vinieron aún más personas que al velatorio, todas de negro y con miradas tristes.

El cura habló del día del juicio y dijo algo sobre el alma de mi padre. Quise reírme porque si mi padre se enfrentaba a un "juicio" final, ardería para siempre. Él siempre solía burlarse de Dios, como si fuera algo inferior que era imposible de existir.

La abuela Karen, la cual solo he visto una vez en mi vida, me obligó a tocar una canción en honor a mi padre. No se me rompió la voz ni fallé ningún acorde, pero todos lloraron de nuevo. Me sentí sucia al bajar del escenario porque mis ojos estaban secos.

El cura finalizó la misa tirándole agua "bendita" que supuse que había sacado del grifo.

La peor parte fue ver su ataúd descender metros hasta que era casi imposible ver. Le tiraron tierra y la abuela Karen me abrazó.
Justo en ese momento llegó el tío Dallas, al cua no había visto en años. Llevaba una gorra de fútbol y los pantalones caídos, estaba tan delgado que parecía un cadáver. Sonrió al vernos a todos alrededor de la tumba, algunos llorando, otros dejándoles rosas.

—Ya he llegado —se rió, en una especie de mofa hacia papá. Lo miré mal desde mi posición y mi abuela dejó de abrazarme.

La sonrisa que tenía en su rostro desapareció al ver a mamá. Comenzó a sollozar tan fuertemente que gente que ni siquiera era de la familia nos miró.

—Catalina —gimió entre lágrimas Dallas. Mamá lloró también. Acarició su espalda y dejó que su hombro se humedeciera de mocos y gotas saladas—. No he podido venir antes, lo siento.

—Tranquilo —suspiró ella.

La abuela Karen se apartó para ir a abrazar a su hijo y pasados unos minutos, Dallas se giró hacia mí preguntándome si tenía papel, pero en cuanto lo hizo se calló, analizándome. Me atrajo hacia un abrazo y empezó a llorar de nuevo.

—Celia, joder —se quejó y sujetó mi mejilla para mirarme de cerca—. Ni te he reconocido, ya nunca me llamas... Qué grande estás... Sigues siendo la más lista de la familia, ¿no?... Tienes que seguir haciéndolo orgulloso... Aún tocas, ¿a que sí?

Me volvió a abrazar y sentí todas esas lágrimas creí que no saldrían caer. Se separó de mí y empezó a secarme las lágrimas mientras me hablaba, pero no recuerdo lo que me dijo. Solo recuerdo el olor a marihuana de sus dedos. No dije nada.

Tus espinasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora