Capítulo 57

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57: Vas a acabar sola

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Max se fue del pueblo ese viernes. Los golpes de Oscar seguían visibles en su rostro, pero ahora estaban cicatrizando. Sonrió todo el rato que Amy y yo estuvimos a su lado, pero yo sabía que en realidad estaba triste.

Sus padres, si es que se les podía llamar así, nos miraban de reojo mientras esperaban la llamada de su vuelo. Al final, no se iban a Sacramento, sino a Nueva York, el cual estaba aún más lejos si eso era posible.

No nos contó por qué se iba y nunca lo he sabido con certeza, aunque algunas veces, al ir a su casa, había escuchado hablar a sus padres de una academia militar y Nueva York tenía muy buenas. Pero perfectamente pudieron habérsele llevado de Oregon por culpa de Oscar, porque le tenían miedo.

—Me tenéis que llamar cada día —nos amenazó levantándonos el dedo y Amy se rió, pero yo no. Me mordí el labio antes de abrazarle y correspondió, para mi sorpresa, este gesto.

Respiré por última vez su aroma y cerré los ojos. No quiero que suene egoísta, pero quise que se quedara. Quise que les dijera a sus padres que se fueran a la mierda, ¿pero adónde iría entonces? No podía venir conmigo y, aunque los padres de Amy eran muy modernos, no creo que quisieran otro adolescente con ellos.

—Si lloras yo también lloraré —susurró en mi oído justo antes de que Amy se uniera al abrazo.

—Te llamaremos cada día —dijo Amy y no nos separamos durante unos buenos minutos porque, aunque no lo hubiéramos dicho, sabíamos que sería nuestro último abrazo. Lo único que nos hizo separarnos fue el grito que nos pegó la madre de Max al ver que tardábamos más de la cuenta.

Max me miró antes de sostener el asa de su maleta durante unos segundos, totalmente inmóvil. Cuando sus ojos volvieron a estar posados en mí, me acordé de la primera conversación que tuvimos. Fue el día siguiente de la pelea en la que le conocí. Me aclaró que no era gay y luego le dije que yo sí lo era. No me acuerdo de lo que hablamos después, pero sé que desde entonces estábamos siempre cerca.

Y ya no lo estaríamos. Me dije a mí misma que acabaríamos encontrando la forma de mantenernos en contacto, pero en el fondo sabía que sería imposible. Cuando me miró por última vez, no me sonrió, simplemente asintió con la cabeza. Le devolví el gesto y se fue. Y yo dejé que se fuera porque no supe qué otra cosa hacer. Ni Amy.

Me arrepentí de no haber hecho las cosas diferentes. Quise cambiar momentos, palabras y formas, pero ya era muy tarde porque Max se había ido. Y ya no le vería por los pasillos, ni podría enfadarme con elle por salir con Stacy, tampoco podría escuchar cómo me regañaba por actuar como estúpida. Ya no estaría conmigo.

—Venga, vamos. He aparcado mal la moto —dijo, posando su mano en mi codo. La miré durante unos segundos antes de asentir. Claro, la moto. La moto que Max le había regalado a Amy, que había sido suya anteriormente.

—Ah, sí...

En el decimoséptimo cumpleaños de Max sus padres no pudieron celebrarle una fiesta y eso le puso muy triste. Recuerdo cómo me llamó por la noche para decirme que nos había mentido diciéndonos que estaba bien, porque la verdad era que echaba mucho de menos a su familia. Suplicó que no se lo dijera a nadie y no lo hice. Pero llevé a las chicas y a algunos compañeros de clase a su casa y celebramos una pequeña fiesta. Nunca me lo dijo directamente, pero por cómo me miró supe que había hecho lo correcto. Al soplar las velas, me imaginé cómo sería su siguiente cumpleaños, y el otro, y el otro. Porque yo quería estar con elle durante muchos años. Quería verle tener hijos. O no tenerlos, si no quería. Quería verle casarse. O no casarse, si no queria. Pero quería verle. Quería estar con elle durante toda la vida. Y llegué a pensar que sería posible porque... Simplemente lo sentía. Era ese tipo de conexión que solo sientes una vez en la vida.

Tus espinasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora