Capítulo 1

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1: Oscar es un bebé

Estudiar nunca ha sido lo mío. Ni nada, básicamente. Lo único que se me daba mínimamente bien era tocar el bajo.

De hecho, tenía una banda con Kate, Amy y Max. Él era mi mejor amigo porque lo salvé de que le dieran una paliza en una fiesta. Ese tipo de cosas unen a la gente de por vida.

—Toca matemáticas —me quejé, mientras caminaba al lado de mi amigo. Él bufó y cruzó nuestros brazos para no perderse entre todo el gentío que había en el pasillo.

—Ahí estará Stacy —dijo, cansado.

Stacy era su ex y una pesada. No paraba de subir indirectas sobre él en sus redes sociales. Y cada vez que me veía, me preguntaba sobre él.

—Si la ignoramos quizá desaparece.

Max rió forzosamente. Cuando llegamos a clase, vimos a Kate tomando apuntes. Aún no había empezado la lección.

—Hola —saludé sentándome a su lado. Ella apenas alzó la mirada, estaba tomando apuntes—. ¿Qué escribes? El profesor ni siquiera está aquí.

—No he hecho los deberes.

Se me paró el corazón. Me puse las manos en la cabeza.

—¿Cómo que había deberes?

Saqué rápidamente la libreta para copiarme de ella. No tuve tiempo para comprobar si había hecho los ejercicios bien, solo copié.

Max los había hecho y parecía orgulloso de ello. La sonrisa de fanfarrón que tenía se le quitó cuando Stacy entró en clase.

—Siéntate conmigo, rápido —me gritó, señalando la silla libre que estaba a su lado.

Estaba levantándome, y recogiendo mis cosas mientras, cuando ella vio mis intenciones. Se apresuró a correr para quitarme el sitio junto a Max y me sonrió.

—¿No ibas a sentarte, no? —se cruzó de brazos y Max enterró la cara entre sus manos.

Bufé y volví a mi sitio junto a Kate. Ella había acabado de hacer los deberes, pero yo aún tenía tres ejercicios por copiar.

El profesor entró en clase y me apresuré a acabar, pero no me dio tiempo para copiar ni el enunciado cuando me llamó a la pizarra.

Con la sangre en las mejillas, caminé fingiendo seguridad hasta el pizarrón y tomé la tiza que me tendió. Me limité a apuntar lo que me había copiado de Kate.

Estaba a punto de retirarme, ya había dejado la tiza y todo, cuando dijo:

—Te has equivocado.

Miré a Kate espantada, pero ella tampoco sabía en qué se había equivocado. Me giré hacia el profesor y me señaló mi error.

—¿Por qué has puesto esto? —inquirió.

Jugué con mis anillos mientras pensaba. Mi mente estaba en blanco y él me estaba mirando con una ceja arqueada.

—Porque dos más dos son cinco —me excusé.

El profesor se me quedó mirando fijamente y yo me quedé callada, todos rieron. Estaba demasiado avergonzada como para entender por qué se reían. El profesor calló a la clase y borró mi operación.

Tus espinasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora