58: Feliz cumpleaños, supongo
(2/2)
Cuando me sentía mal salía al porche y miraba a papá tocar la guitarra. Me calmaba escuchar cualquier melodía que me tocara, aunque conforme pasaran los años cada vez las tocara peor, o yo no saliera tanto al porche.
Ahora ya no puedo hacerlo, y creo que ya no podré porque, si después de esta vida hay alguna posibilidad de reencontrarse con las personas que alguna vez quisimos, no creo merecerla, pero me hubiera gustado decirle a papá que lo perdonaba por todo. Las noches de pelea con mamá, los golpes que retumbaban entre las paredes, las lágrimas que me hizo derramar y la forma en la que me hizo odiar ser mujer. O ser yo misma, en general.
Pero yo tuve una oportunidad. Yo pude sanar, me dejaron, me lo permitieron. Honestamente, no creo haber podido sanado en la casa en la que crecí.
El jardín que alguna vez había estado lleno de flores coloridas ahora estaba seco. No había banco en el porche, simplemente una butaca vieja con estampado de flores. Y la pintura de exterior, que papá se encargó de esparcir por aquellas paredes, ahora estaba desgastada. Ya no era mi casa.
—Hola —dijo alguien detrás de mí y al girarme, vi a la misma mujer que me encontré la primera vez que fui—. ¿Necesitas algo?
—No, no... Perdón... Ya me voy.
Era una mujer mayor, mucho más de lo que había sido mi abuela, pero vestía muy bien. Y llevaba bolsas de la compra que parecían demasiado pesadas.
—No tienes por qué. ¿Quieres un poco de te?
Dije que sí, pero no porque me interesara conocer a la mujer, sino porque quería volver a entrar en mi casa. O la que fue mi casa.
El interior estaba dañado, sí, pero por dentro seguía igual, incluso el mismo olor. Me quité el abrigo y lo apreté contra mi pecho, era de mi padre y aún olía a él.
—Dame —pidió la mujer una vez dejó las bolsas en el suelo. Me estaba pidiendo el abrigo. Rápidamente se lo tendí y jugué con mis anillos mientras entraba al salón.
Estaba puesta la misma alfombra, la que manché de sangre una vez que me caí porque papá y yo jugábamos al escondite.
—¿Quieres galletas también? —inquirió mientras entraba a la cocina y me senté en el sofá, demasiado nerviosa.
—Eh, no, solo te, gracias.
Las fotos ya no estaban claro, ahora esas mesas estaban repletas de fotos de personas felices, algunas acompañadas por esa mujer.
La mujer volvió bastante rápido y me dio la taza con cuidado antes de sentarse en la mecedora con una taza también.
—Eres Celia, ¿no?
—Sí, ¿cómo lo sabe?
Se encogió de hombros. Me miraba con cuidado. Me recordó a mi abuela.
—Muchas personas del pueblo fueron al funeral.
No dijo de quién, porque no hizo falta.
—¿Fue usted?
—No, mis hijas.
Asentí bajando la mirada a mi te. Olía a mente. Removí la cuchara sin saber qué hacer. ¿Por qué me había invitado dentro?
—Mi padre se murió cuando yo tenía seis años —dijo entonces—. Y me quedé con mi madre. Fue horrible.
Alcé la mirada y vi cómo su expresión decaía.
—Pero luego me casé y tuve hijas. Y fui feliz.
No fui capaz de decir nada. Quise decirle que lo sentía porque es lo que nos enseñan a decir, aunque no lo sintamos, pero yo sabía que eso probablemente no era lo que quería.
ESTÁS LEYENDO
Tus espinas
Romance"El aleteo de las alas de una mariposa puede sentirse al otro lado del mundo, desencadenando una serie de eventos inesperados" --- Celia y Rachel se odian, eso lo sabe todo el mundo. Pero ambas deberán de hacerle frente a sus sentimientos cuando se...