Capítulo 55

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55: Lo que mal empieza mal acaba


Papá me enseñó muchas cosas. A tocar el bajo, por ejemplo, pero no solo eso; también me enseñó cómo no querer a alguien.

Supongo que siempre lo idealicé, porque hubo una época en la que pasaba más tiempo con él que con nadie más. Me reía de sus bromas, veíamos películas, preparábamos pizza casera y jugábamos al béisbol. Aunque siempre supe que no era lo que esperaba. Él quería un niño o, por lo menos, alguien fuerte, alguien masculino con quien pudiera identificarse. Pero a mí siempre me gustaron las muñecas y bailar ballet. Y el rosa, me encantaba el rosa. Los vestidos, los lazos, los colores chillones. El problema era que a él no, y al principio poco me importó, porque no tenía muy buena relación con él. Hasta que nos fuimos de Argentina y mamá tuvo que pasarse más horas de las que tenía el día trabajando, porque papá estaba enganchado. Lloré, me quejé y pegué patadas, pero acabé resignándome. Sé perfectamente que él no quería pasar tiempo conmigo, porque no le caía muy bien. Bueno, quizá él me quería, pero querer a alguien no es lo mismo que que te caiga bien. Creo que esa es una de las primeras lecciones que me enseñó. La diferencia entre querer y gustar.

Todo eso ya da igual, porque acabé renunciando a todo lo que alguna vez me gustó solo para ser como él. No más vestidos, ni brillos, ni ballet. Comencé a ponerme pantalones incluso para eventos de etiqueta y me corté el cabello. Mamá se asustó, pero papá parecía más emocionado de lo que jamás lo había visto.

No me di cuenta de cómo de mal estaba todo lo que él me había inculcado hasta que se fue. No diré que fue un alivio, porque no es verdad, porque entonces todo el sufrimiento, los llantos y las pesadillas serían en vano. No, yo sí lo quise y me dolió más de lo que jamás podré expresar que se fuera. Creo que, de hecho, no me duele tanto el hecho de que ya no esté, sino el hecho de que no pude pedirle perdón. No pude decirle que le perdonaba por arruinar nuestra familia o que realmente ni siquiera creía que hubiera arruinado nada. No pude. Yo hice que apretara ese gatillo.

Pero que odiara las cosas femeninas, por culpa de mi padre, no significaba que las odiara en otros. Como por ejemplo en Rachel. A ella le encantaban los vestidos, los colores llamativos y los lazos. Si no hubiera conocido a mi padre, creo que sería un poco como ella. Es más, creo que llegué a tenerle envidia; porque ella podía vestirse femenina sin sentirse insegura, pero había algo en mi cabeza que me decía que eso simplemente no podía hacerlo. Quizá era la voz de mi padre y, aunque ya no tenía que complacerlo pareciéndome a un chico, seguía sintiéndome así.

—¿Te gusta este color? —inquirió Rachel, señalándose la corta prenda que apenas le llegaba por los muslos. Era de un color verde salvia y la tela era tan fina que era como una segunda piel.

—Es bonito —sonreí, negando con la cabeza, sin creerme que me preguntara algo tan estúpido como eso. Ella siempre estaba guapa y absolutamente todo lo que se ponía era precioso, estaba convencida de que aunque fuera con una bolsa de basura me dejaría hipnotizada igualmente.

Me apoyé en la encimera de casa de Lily, había gente a nuestro alrededor, pero a nadie le importábamos realmente, todos estaban demasiado ocupados bebiendo. Le di un sorbo al vaso de vodka y con mi mirada seguí sus manos, que recorrieron de su estómago hasta su escote para ponérselo bien. Me relamí los labios y chasqueó los dedos delante de mi cara para que prestara atención a su rostro y no a alguna otra parte indebida.

—Me queda pequeño y se me salen las tetas —se quejó, girándose para enseñarme su espalda descubierta. El vestido tenía una especie de lazo para ajustarlo mejor—. Átalo más fuerte, porfa.

Tus espinasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora