Samantha
Las temperaturas estaban bajando estrepitosamente. Esta cafetería será muy pintoresca y mágica, pero no tiene calefacción y ese es uno de sus mayores contras. Más bien el único. Como estrategia de marketing para vender chocolate caliente no es mala idea, pero para la salud de los que trabajamos aquí, es una puta locura.
- ¿Seguro que no quieres que te lleve a la ciudad?- preguntó mi compañero haciéndose un hueco a mi lado en el sofá, mientras me tendía una taza de chocolate y una bolsita de cruasanes para llevar.
- Se supone que Gus está llegando. No te preocupes, Harry- Tomé el chocolate y lo envolví con mis manos para calentármelas, puse cara de placer al instante haciendo reír al rubio.
- Oye, gracias por venir hoy. Sé que tenías tus planes, pero quien se esperaba que Marco se fuera a última hora- soltó con ironía.
- Odio a Marco- me quejé cogiendo un cruasán de la bolsa y dándole un buen bocado- no te acostumbres, hoy vine por que es viernes y sé como se pone esto.
Supongo que odiar es una palabra muy heavy y que no se debe de soltar a la ligera, pero ese chaval hablaba de las chicas como objetos, las manipulaba a su antojo y las usaba cuando le convenía con una actitud bastante tóxica. Y con esas cosas, yo no podía.
- Sabes que vendrías cualquier día, porque me adoras y no me dejarías trabajar solito- añadió con seguridad y una sonrisa marcada, hundiéndose más en el sofá. Se le notaba bastante cansado, entre el trabajo y el ciclo de cocina no ha de ser fácil.
Marco era nuestro compañero. Un engreído que tenía el puesto que tenía por que su abuelo, el señor Charles, era el dueño del establecimiento, pero ni su abuelo se fiaba de hacerlo encargado. Era un prepotente, egocéntrico con aires de niño rico. Llamaba la atención de las chicas con su cuerpo atlético por genética, porque no hacía nada de deporte. Tenía el pelo negro azabache a juego con sus ojos oscuros, de los cuales costaba diferenciar el iris de la pupila. En cuanto ligaba con alguna chica, nos dejaba con el culo al aire. Como en el día de hoy. Harry me avisó algo desesperado, porque los viernes tiene ciertos eventos de lectura y se llena hasta los topes. Por lo que tuve que dar media vuelta del estadio y venir a apoyarlo, como buena compañera que soy.
Lo aprecio mucho como amigo, en mi primer año en la ciudad fue un gran apoyo. Yo no me suelo abrir con facilidad a las personas, pero en el caso de Harry fue fácil. Se me presentó con un café calentito y su sonrisa impoluta. En cuanto me conoció un poco, me dió la oportunidad de trabajar en la cafetería en la que le habían nombrado encargado al poco tiempo de entrar. Yo más que en la cafetería me encargaba de la librería, aunque en días como hoy le hacía apoyo.
El pasar tanto tiempo entre esas paredes y el buen clima que generamos en el trabajo. Pasamos de ser compañeros de trabajo a muy buenos amigos.
El sonido del coche de Gus me distrajo de mi ensimismamiento con el chocolate. Volví a cederle la bolsa de cruasanes a Harry y nos levantamos para cerrar la cafetería, dejando las tazas en el fregadero.
- ¿Quieres venir? Iremos a algún bar a jugar a los dardos o algo por el estilo- le ofrecí. En otras ocasiones se había unido y encajado a la perfección con los chicos.
- Gracias Sam, pero prefiero ir a casa a ducharme y descansar.
- Viejoven ¡ejem!- mascullé tosiendo para disimular.
En la entrada del parque pude vislumbrar las luces del coche de Gus, por lo que me apresuré a ir, para no hacerlo esperar.
- Adiós, Muermo- me despedí mientras corría hacía el coche.

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La Playlist
Romance¿Alguna vez te has comunicado a través de una Playlist? Un día a Samantha le comienzan a aparecer canciones en su Playlist. No sabe de quién se trata. Podría hacerla privada y acabar con el misterio, pero le puede la curiosidad y comienza a crear un...