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Llego al restaurante quince minutos tarde. Esta noche cuando me hallaba a punto de cerrar, entró un cliente a ordenar flores para un funeral. No pude rechazarlo porque... tristemente... los funerales son el mejor negocio para los floristas.

Gale me hace señales desde la mesa y camino directo hacia ellos, haciendo mi mejor esfuerzo para no mirar alrededor. No quiero ver a Peeta. Traté dos veces de hacer que cambiaran el restaurante, pero Madge se empeñó en comer aquí desde que Gale le dijo lo bueno que era.

Me deslizo en la cabina y Gale se inclina y me besa en la mejilla. —Hola, novia.

Madge gruñe. —Dios, son tan tiernos, que es nauseabundo. —Le sonrío, y de inmediato su mirada se dirige a la esquina de mi ojo. Hoy no se ve tan mal como pensé que lo haría, lo que tal vez sea consecuencia de que Gale me forzó a ponerle constante hielo. —Oh por Dios —dice Madge—. Gale me dijo lo que pasó pero no pensé que fuera tan malo.

Miro fijo a Gale, preguntándome qué le contó. ¿La verdad? Él sonríe y dice—: El aceite de oliva se esparció en todas partes. Cuando se resbaló, fue tan elegante que pensarías que era una bailarina.

Una mentira.

Parece razonable. Yo hubiera hecho lo mismo.

—Fue bastante patético —digo con una risa.

De alguna forma la cena transcurre sin ningún otro contratiempo. Sin señal de Peeta, sin pensamientos de la noche anterior, y Gale y yo evitamos el vino.

Después de que termináramos con la comida, nuestro mesero se acerca a la mesa. —¿Les gustaría un postre? —pregunta.

Niego con la cabeza, pero Madge se anima. —¿Qué tienen?

Tom se ve igual de interesado. —Nos alimentamos por dos, así que pedimos cualquier cosa con chocolate —dice.

El camarero asiente, y se aleja caminando; Madge mira a Tom. —Este bebé ahora es del tamaño de un insecto. Más te vale no alentar malos hábitos por los próximos meses.

El mozo regresa con la carta de postres. —El chef invita el postre a todas las futuras madres —dice—. Felicitaciones.

—¿En serio? —dice Madge animándose.

—Supongo que por eso el lugar se llama Bib's —dice Tom—, al chef le gustan los bebés.

Todos miramos la carta. —Oh, Dios —digo, mirando las opciones.

—Este es mi nuevo restaurante favorito —dice Madge.

Escogemos tres postres para la mesa. Mientras esperamos el servicio, los cuatro discutimos los nombres del bebé.

—No —le dice Madge a Tom—. No llamaremos al bebé como un estado.

—Pero me encanta Nebraska —se queja—. ¿Idaho?

Madge deja caer la cabeza en sus manos. —Este será el óbito de nuestro matrimonio.

—Óbito —dice Tom—. En realidad ese es un buen nombre.

La llegada del postre impide el asesinato de Tom. Nuestro mesero pone un pedazo de torta de chocolate frente a Madge, y da un paso a un lado para darle espacio al mozo que lo sigue que sostiene los otros dos postres. El camarero hace señas hacia el chico poniendo los postres en la mesa y dice—: Al chef le gustaría extender sus felicitaciones.

—¿Cómo estuvo la comida? —pregunta el chef, mirando a Madge y Tom.

Para cuando sus ojos se encuentran con los míos, la ansiedad se filtra de mí. Peeta mantiene mi mirada, y sin pensar, dejo escapar—: ¿Tú eres el chef?

Terminamos...Donde viven las historias. Descúbrelo ahora