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Peeta está de pie al otro lado de la habitación. No me ha quitado los ojos de encima en todo el tiempo que la enfermera me ha estado ayudando. Tras tomar una muestra de sangre, inmediatamente regresó y comenzó a asistir mi corte. No me ha hecho muchas preguntas todavía, pero es obvio que mis lesiones son el resultado de un ataque. Puedo ver la mirada de lástima en su rostro conforme limpia la sangre de la marca de una mordedura en mi hombro izquierdo.

Cuando termina, mira hacia a Peeta. Da unos pasos hacia la derecha, bloqueando su vista de mí mientras se vuelve y me enfrenta de nuevo. —Necesito hacerte algunas preguntas personales. Voy a pedirle que salga de la habitación, ¿de acuerdo?

Es en ese momento que me doy cuenta que piensa que Peeta es el culpable de mi ataque. De inmediato, comienzo a negar con la cabeza.

—No fue él —le digo—. Por favor, no hagas que se vaya.

El alivio cruza por su rostro. Asiente, y luego acerca una silla. —¿Estás herida en otro sitio?

Niego, porque ella no puede arreglar todas las partes de mí que Gale rompió en mi interior.

—¿Katniss? —Su voz es suave—. ¿Fuiste violada?

Las lágrimas llenan mis ojos y veo como Peeta se voltea hacia la pared, presionando su frente contra ella.

La enfermera espera hasta que hago contacto visual con ella de nuevo para seguir hablando. —Tenemos un cierto examen para estas situaciones. Se llama examen SANE. Es opcional, por supuesto, pero lo recomiendo en tu situación.

—No fui violada —le digo—. No me...

—¿Estás segura, Katniss? —pregunta la enfermera.

Asiento. —No quiero uno.

Peeta me enfrenta de nuevo y puedo ver dolor en su expresión mientras se acerca un poco. —Katniss. Necesitas esto. —Sus ojos están suplicando.

Niego de nuevo. —Peeta, lo juro... —Aprieto los ojos y bajo la cabeza—. No lo estoy encubriendo esta vez —susurro—. Lo intentó, pero luego se detuvo.

—Si decides presentar cargos, necesitarás el...

—No quiero el examen —repito, con voz firme.

Tocan la puerta y entra un doctor, evitándome más miradas suplicantes de Peeta. La enfermera le da al médico un breve resumen de mis lesiones. Luego se hace a un lado mientras este examina mi cabeza y hombro. Pone una luz parpadeante frente a ambos ojos. Baja la mirada hacia el papeleo de nuevo y dice— : Me gustaría descartar una conmoción cerebral, pero teniendo en cuenta tu situación, no quiero realizarte una tomografía. En su lugar, nos gustaría mantenerte en observación.

—¿Por qué no quiere realizarme una tomografía? —le pregunto.

El doctor se pone de pie. —No nos gusta realizar rayos X en mujeres embarazadas a menos que sea de vital importancia. Estaremos monitoreándote por si hay complicaciones y, si no hay más preocupaciones, serás libre de irte.

No escucho nada más que eso.

Nada.

La presión comienza a acumularse en mi cabeza. Mi corazón. Mi estómago. Me agarro de los bordes de la camilla donde estoy sentada y miro al suelo, hasta que ambos salen de la habitación.

Cuando la puerta se cierra tras ellos, me siento, congelada y en silencio. Veo a Peeta acercarse. Sus pies están casi tocando los míos. Sus dedos rozan ligeramente mi espalda.

—¿Lo sabías?

Libero un rápido suspiro y, a continuación, inhalo más aire. Empiezo a negar con la cabeza, y, cuando me rodea con los brazos, lloro más fuerte de lo que imaginé que mi cuerpo era incluso capaz de hacer. Me sostiene todo el tiempo que lloro. Me sostiene a través de mi odio.

Me hice esto a mí misma.

Permití que me sucediera esto.

Soy mi madre.

—Me quiero ir —le susurro.

Peeta se inclina hacia atrás. —Quieren tenerte bajo observación, Katniss. Creo que deberías quedarte.

Lo miro y sacudo la cabeza. —Necesito salir de aquí. Por favor. Quiero irme.

Asiente, y me ayuda a ponerme los zapatos. Se quita la chaqueta y la envuelve a mi alrededor, y luego salimos del hospital sin que nadie se dé cuenta.

No me dice nada mientras conduce. Miro por la ventana, demasiado exhausta para llorar. También muy conmocionada para hablar. Me siento sumergida.

Solo sigue nadando.

***

Peeta no vive en un apartamento. Vive en una casa. En un pequeño suburbio a las afueras de Boston llamado Wellesley, donde todas las casas son hermosas, extensas, conservadas, y caras. Antes que se detenga en la entrada, me pregunto si alguna vez se casó con esa chica. Cassie. Me pregunto qué pensará de que su esposo esté trayendo a casa a una chica que una vez amó, quien acaba de ser atacada por su propio esposo.

Ella se compadecerá de mí. Se preguntará por qué no lo abandoné. Se preguntará cómo me permití llegar hasta este punto. Se preguntará todas las mismas cosas que solía preguntarme respecto a mi propia madre cuando la vi en mi misma situación. La gente pasa mucho tiempo preguntándose por qué las mujeres no se van. ¿Dónde están todas esas personas que incluso se preguntan por qué los hombres son abusivos? ¿No es allí hacia donde debería ir dirigida toda la culpa?

Peeta se estaciona en el garaje. No hay otro vehículo aquí. No espero a que me ayude a salir del auto. Abro la puerta y salgo por mi cuenta, luego lo sigo a su casa. Digita un código en la alarma y luego enciende algunas luces. Mis ojos vagan alrededor de la cocina, el comedor y la sala de estar. Todo está hecho de rica madera y acero inoxidable, y su cocina está pintada de un calmante color verde azulado. El color del océano. Si no hubiera estado tan lastimada, podría sonreír.

Peeta siguió nadando, y míralo ahora. Nadó hasta el puto Caribe.

Se dirige a la nevera y saca una botella de agua, volviendo con ella retira la tapa y me la entrega. Tomo un trago y veo como enciende la luz de la sala de estar, luego la del pasillo.

—¿Vives solo? —le pregunto.

Asiente mientras vuelve a ir hacia la cocina. —¿Tienes hambre?

Niego. Incluso si lo tuviera, no sería capaz de comer.

—Te mostraré tu habitación —dice—. Hay una ducha por si lo necesitas.

Lo necesito. Quiero lavar el sabor del whisky de mi boca. Quiero lavar el olor estéril del hospital de mi cuerpo. Quiero lavar las últimas cuatro horas de mi vida.

Lo sigo por el pasillo hacia el cuarto de invitados donde enciende la luz. Hay dos cajas sobre una cama sin hacer y unas más apiladas contra las paredes. Hay una silla de gran tamaño contra una pared, frente a la puerta. Se dirige a la cama y quita las cajas, colocándolas donde están las demás.

—Me acabo de mudar hace unos meses. No he tenido mucho tiempo para decorar todavía. —Se acerca a una cómoda y abre un cajón—. Haré la cama para ti. —Saca sábanas y una funda de almohada. Comienza a hacer la cama mientras me dirijo al interior de baño y cierro la puerta.

Me quedo en el baño durante treinta minutos. Algunos de esos minutos los paso observando mi reflejo en el espejo. Otros los paso en la ducha. El resto los paso en el inodoro cuando vomito al pensar en las últimas horas.

Me envuelvo en una toalla cuando abro la puerta del baño. Peeta ya no está en el dormitorio, pero hay ropa doblada en la cama recién hecha. Un pantalón de pijama de hombre que es demasiado grande para mí y una camiseta que llega hasta mis rodillas. Tiro del cordón, para atarlo, y luego me meto en la cama. Enciendo la lámpara y tiro de las cubiertas para taparme.

Lloro tanto, que ni siquiera hago ruido. 

Terminamos...Donde viven las historias. Descúbrelo ahora